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de importancia les forzaba á mover los pasos con tanta lgereza, y luego en el mismo instante oyeron unas doloTias voces, como de personas que socorro pedian; y can este sobresalto se levantaron todos, y siguieron el tino donde las voces sonaban ; y á pocos pasos salieron de aquel deleitoso sitio, y dieron sobre la ribera del fresco Tajo, que por allí cerca mansamente corria; y apenas vieron el rio, cuando se les ofreció á la vista la mis extraña cosa que imaginar pudieran, porque vieron das pastoras al parecer de gentil donaire, que tenian á un pastor asido de las faldas del pellico con toda la fuerza á ellas posible, porque el triste no se ahogase, porque tenia ya el medio cuerpo en el rio, y la cabeza debajo del agua, forcejando con los piés por desasirse de las pastoras, que su desesperado intento estorbaban; las cuales ya casi querian soltarle, no pudiendo vencer al teson de sa porfia con las débiles fuerzas suyas. Mas en esto llegaron los dos pastores que corriendo habian venido, y asiendo al desesperado, le sacaron del agua á tiempo que ya todos los demas llegaban, espantándose del extraño espectáculo; y mas lo fuéron cuando conocieron que el pastor que queria ahogarse era Galercio, el hermano de Artidoro, y las pastoras eran Maurisa su hermana y la hermosa Teolinda, las cuales como vieron á Galatea y á Florisa, con lágrimas en los ojos corrió Teo

a á abrazar á Galatea, diciendo: ¡Ay, Galatea, amiga dulce y señora mia! ¡ cómo ha cumplido esta desdichada la palabra que te dió de volver á verte y á decirte las eras de su contento! De que le tengas, Teolinda, respondió Galatea, holgaré yo tanto, cuanto te lo asegura la voluntad que de mi para servirte tienes conocida ; mas paréceme que no acreditan tus ojos tus palabras, ni aun ellas me satisfacen de modoque imagine buen suceso de tas deseos. En tanto que Galatea con Teolinda esto pasaba, Elicio y Artidoro con los otros pastores habian desEndado á Galercio, y al desceñirle el pellico, que con Lado el vestido mojado estaba, se le cayó un papel del seno, el cual alzó Tirsi, y abriéndole, vió que eran ver$; y por no poderlos leer por estar mojados, encima de una alta rama le puso al rayo del sol para que se engase. Pusieron á Galercio un gaban de Arsindo, y el desdichado mozo estaba como atónito y embelesado, sin Hablar palabra alguna, aunque Elicio le preguntaba qué era la causa que á tan extraño término le habia conduCalo. Mas spor él respondió su hermana Maurisa, dicienAlzad los ojos, pastores, y veréis quién es la ocasion que al desgraciado de mi hermano en tan extraños y desperados puntos ha puesto. Por lo que Maurisa dijo, a'zaron los pastores los ojos, y vieron encima de una pendiente roca, que sobre el rio caia, una gallarda y dispuesta pastora, sentada sobre la mesma peña, mirando con risueño semblante todo lo que los pastores hacian. La cual fue luego de todos conocida por la cruel Gelasia. Aquella desamorada, aquella desconocida, siguió Maurisa, es, señores, la enemiga mortal deste desventurado hermano mio, el cual, como ya todas estas riberas saben, y vosotros no ignorais, la ama, la quiere y la adoa; y en cambio de los continuos servicios que siempre le ha hecho, y de las lágrimas que por ella ha derramado, esta mañana con el mas esquivo y desamorado desden que jamas en la crueldad pudiera hallarse, le mandó que de su presencia se partiese, y que agora ni nunca jamas á ella tornase; y quiso tan de véras mi hermano

obedecerla, que procuraba quitarse la vida, por excusar la ocasion de nunca traspasar su mandamiento; y si por dicha estos pastores tan presto no llegaran, llegado fuera ya el fin de mi alegría y el de los dias de mi lastimado hermano. En admiracion puso lo que Maurisa dijo á todos los que la escucharon, y mas admirados quedaron, cuando vieron que la cruel Gelasia, sin moverse del lugar donde estaba, y sin hacer cuenta de toda aquella compañía que los ojos en ella tenia puestos, con un extraño donaire y desdeñoso brio sacó un pequeño rabel de su zurron, y parándosele á templar muy despacio, á cabo de poco rato, con voz en extremo buena, comenzó á cantar de esta manera.

GELASIA.

¿Quién dejará del verde prado umbroso
Las frescas yerbas y las frescas fuentes?
Quién de seguir con pasos diligentes
La suelta liebre ó jabalí cerdoso?

Quién con el son amigo y sonoroso
No detendrá las aves inocentes?
Quién en las horas de la siesta ardientes
No buscará en las selvas el reposo,

Por seguir los incendios, los temores,
Los celos, iras, rabias, muertes, penas
Del falso amor, que tanto aflige al mundo?
Del campo son y han sido mis amores,
Rosas son y jazmines mis cadenas,

Libre nací, y en libertad me fundo.

Cantando estaba Gelasia, y en el movimiento y ademan de su rostro la desamorada condicion suya descubria; mas apénas hubo llegado al último verso de su canto, cuando se levantó con una extraña lijereza, y como si de alguna cosa espantable huyera, así comenzó á correr por la peña abajo, dejando á los pastores admirados de su condicion, y confusos de su corrida. Mas luego vieron qué era la causa della con ver al enamorado Lenio, que con tirante paso por la mesma peña subia con intencion de llegar adonde Gelasia estaba ; pero no quiso ella, aguardarle por no faltar de corresponder en un solo punto á la crueldad de su propósito. Llegó el cansado Lenio á lo alto de la peña, cuando ya Gelasia estaba al pié della; y viendo que no detenia el paso, sino que con mas presteza por la espaciosa campaña le tendia, con fatigado aliento y laso espíritu se sentó en el mesmo lugar donde Gelasia habia estado, y allí comenzó con desesperadas razones á maldecir su ventura, y la hora en que alzó la vista á mirar á la cruel pastora Gelasia; y en aquel mismo instante, como arrepentido de lo que decia, tornaba á bendecir sus ojos y á tener por buena la ocasion que en tales términos le ponia; y luego incitado y movido de un furioso accidente, arrojó léjos de sí el cayado, y desnudándose el pellico, le entregó á las aguas del claro Tajo, que junto al pié de la peña corria. Lo cual visto por los pastores que mirándole estaban, sin duda creyeron que la fuerza de la enamorada pasion le sacaba de juicio; y así Elicio y Erastro comenzaron á subir la peña para estorbarle que no hiciese algun otro desatino que le costase mas caro; y puesto que Lenio los vió subir, no hizo otro movimiento alguno, sino fué sacar de su zurron su rabel, y con un nuevo y extraño reposo se tornó á sentar, y vuelto el rostro hacia donde su pastora oja, con voz suave y de lágrinas acompañada, comenzó á cantar desta suerte.

LENIO.

¿Quién te impele, cruel, quién te desvía? Quién te retira del amado intento? Quién en tus piés veloces alas cria, Con que corres lijera mas que el viento?

Por qué tienes en poco la fe mia,
Y desprecias el alto pensamiento?
Por qué huyes de mi? Por qué me dejas?
¡Oh mas dura que mármol á mis quejas!

¿Soy por ventura de tan bajo estado
Que no merezca ver tus ojos bellos?
Soy pobre, soy avaro? ¿Hasme hallado
En falsedad desde que supe vellos?
¿La condicion primera no he mudado?
No pende del menor de tus cabellos
Mi alma? Pues ¿por qué de mi te alejas?
¡Oh mas dura que mármol á mis quejas!
Tome escarmiento tu altivez sobrada
De ver mi libre voluntad rendida,
Mira mi antigua presuncion trocada
Y en amoroso intento convertida;
Mira que contra amor no puede nada
La mas exenta descuidada vida;
Deten el paso ya;; por que le aquejas?
¡Oh mas dura que mármol á mis quejas!
Víme cual tú te ves, y agora veo
Que como fuí, jamas espero verme:
Tal me tiene la fuerza del desco,

Tal quiero que se extrema en no quererme.
Tú has ganado la palma, tú el trofeo
De que amor pueda en su prision tenerme;
Tú me rendiste, y tú de mi te alejas?
¡Oh mas dura que mármol á mis quejas!

En tanto que el lastimado pastor sus dolorosas quejas entonaba, estaban los demas pastores reprendiendo á Galercio su mal propósito, afeando el dañado intento que habia mostrado. Mas el desesperado mozo á ninguna cosa respondia, de que no poco Maurisa se fatigaba, creyendo que en dejándole solo habia de poner en ejecucion su mal pensamiento. En este medio Galatea y Florisa, apartándose con Teolinda, le preguntaron qué era la causa de su tornada, y si por ventura habia sabido ya de su Artidoro. A lo cual ella respondió llorando: No sé qué os diga, amigas y señoras mias, sino que el cielo quiso que yo hallase á Artidoro para que enteramente le perdiese; porque habréis de saber que aquella mal considerada y traidora hermana mia, que fué el principio de mi desventura, aquella mesma ha sido la ocasion del fin y remate de mi contento; porque sabiendo ella, así como llegamos con Galercio y Maurisa á su aldea, que Artidoro estaba en una montaña no léjos de allí con su ganado, sin decirme nada se partió á buscarle: hallóle, y fingiendo ser yo (que para solo este daño ordenó el cielo que nos pareciésemos), con poca dificultad le dió á entender que la pastora que en nuestra aldea le habia desdeñado, era una su hermana, que en extremo le parecia; en fin, le contó por suyos todos los pasos que yo por él he dado y los extremos de dolor que he padecido; y como las entrañas del pastor estaban tan tiernas y enamoradas, con harto ménos que la traidora le dijera, fuera de él creida, como la creyó tan en mi perjuicio, que sin aguardar que la fortuna mezclase en su gusto algun nuevo impedimento, luego en el mesmo instante dió la mano á Leonarda de ser su legítimo esposo, creyendo que se la daba á Teolinda. Veis aquí, pastoras, en qué ha parado el fruto de mis lágrimas y sospiros; veis aquí ya arrancada de raiz toda mi esperanza; y lo que mas siento, es que haya sido por la mano que á sustentarla estaba mas obligada. Leonarda goza de Artidoro por el medio del falso engaño que os he contado, y puesto que ya él lo sabe, aunque debe de haber sentido la burla, hala disimulado como discreto. Llegaron luego al aldea las nuevas de su casamiento, y con ellas las del fin de mi alegría: súpose tambien el artificio de mi hermana, la cual dió por disculpa ver que Galercio, á quien tanto ella amaba, por la pastora Gelasia se perdia, y que así le

pareció mas fácil reducir á su voluntad la enamorada Artidoro, que no la desesperada de Galercio, y que pu las dos eran uno solo en cuanto á la apariencia y gentil za, que ella se tenia por dichosa y bien afortunada c la compañía de Artidoro. Con esto se disculpa, como dicho, la enemiga de mi gloria; y así yo, por no ver gozar de la que de derecho se me debia, dejo el aldea la presencia de Artidoro, y acompañada de las mas tri tes imaginaciones que imaginarse pueden, venía á d ros las nuevas de mi desdicha en compañía de Mauris que ansimesmo viene con intencion de contaros lo qu Grisaldo ha hecho despues que supo el hurto de Rosa ra; y esta mañana al salir del sol topamos con Galerci el cual con tiernas y enamoradas razones estaba persu diendo á Gelasia que bien le quisiese; mas ella con mas extraño desden y esquiveza que decirse puede, mandó que se le quitase delante, y que no no fuese osad de jamas hablarla: y el desdichado pastor apretado d tan recio mandamiento y de tan extraña crueldad, quicumplirle, haciendo lo que habeis visto. Todo esto es que por mi ha pasado, amigas mias, despues que d vuestra presencia me parti. Ved agora si tengo mas qu llorar que antes, y si se ha aumentado la ocasion par que vosotras os ocupeis en consolarme, si acaso mi ma recibiese consuelo. No dijo mas Teolinda, porque la in finidad de lágrimas que le vinieron á los ojos, y los sespiros que del alma arrancaba, impidieron el oficio á l lengua; y aunque las de Galatea y Florisa quisieron mos trarse expertas y elocuentes en consolarla, fué de poco efeto su trabajo. Y en el tiempo que entre las pastoras estas razones pasaban, se acabó de enjugar el papel que Tirsi á Galercio del seno sacado habia, y deseoso de leerle, le tomó, y vió que desta manera decia.

GALERCIO Á GELASIA.

Angel de humana figura,
Furia con rostro de dama,
Fria y encendida llama
Donde mi alma se apura :
Escucha las sinrazones
De tu desamor causadas,
De mi alma trasladadas
En estos tristes renglones.

No escribo por ablandarte,
Pues con tu dureza extraña
No valen ruegos ni maña,
Ni servicios tienen parte:
Escribote, porque veas
La sinrazon que me haces,
Y cuán mal que satisfaces
Al valor de que te arreas.

Que alabes la libertad
Es muy justo, y razon tienes;
Mas mira que la mantienes
Solo con la crueldad :
Y no es justo lo que ordenas,
Querer, sin ser ofendida,
Sustentar tu libre vida
Con tantas muertes ajenas.

No imagines que es deshonra
Que te quieran todos bien,
Ni que está en usar desden
Depositada tu honra :
Antes templando el rigor
De los agravios que haces,
Con poco amor satisfaces,
Y cobras nombre mejor.

Tu crueldad me da á entender Que las fieras te engendraron, O que los montes formaron Tu duro indomable sér: Que en ellos es tu recreo, Y en los páramos y valles, Do no es posible que halles Quien te enamore el deseo.

En una fresca espesura Una vez te vi sentada, dije estatua es formada Aquella de piedra dura: Y aunque el moverte despues Contradijo á mi opinion, En fin en la condicion, Dije, mas que estatua es.

¡Y ojalá que estatua fueras
De piedra que yo esperara
Que el cielo por mi cambiara
Tu sér, y en mujer volvicras:
Que Pigmaleon no fué
Tanto à la suya rendido,
Como yo te soy y he sido,
Pastora, y siempre seré.

Con razon y de derecho
Del mal y bien me das pago,
Pena por el mal que hago,
Gloria por el bien que he hecho.
En el modo que me tratas
Tal verdad es conocida;
Con la vista me das vida,
Con la condicion me matas.

Dese pecho, que se atreve
A esquivar de amor los tiros,
El fuego de mis sospiros
Deshaga un poco la nieve:
Concédase al llanto mio
Y al nunca admitir descanso,
Que vuelva agradable y manso
Un solo punto tu brio.

Bien sé que habrás de decir
Que me alargo, y yo lo creo,
Pero acorta tú el desco,
Y acortaré yo el pedir:
Mas segun lo que me das
En cuantas demandas toco,
A ti te importa muy poco,
Que pida ménos ó más.

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Mejor le parecieron á Tirsi los versos de Galercio, que hendicion de Gelasia; y queriéndolos mostrar á Elicio, Titan mudado de color y de semblante, que una imáen de muerto parecia. Llegóse á él, y cuando le quiso preguntar si algun dolor le fatigaba, no fué menester esperar su respuesta para entender la causa de su pena, porque luego oyó publicar entre todos los que allí estatan, como los dos pastores, que á Galercio socorrieron, ran amigos del pastor lusitano, con quien el venerable Aurelio tenia concertado de casar á Galatea; los cuales venian á decirle como de allí á tres dias el venturoso restor vendría á su aldea á concluir el felicísimo desposorio. Y luego vió Tirsi que estas nuevas mas nuevos y extraños accidentes de los causados habian de causar en el alma de Elicio; pero con todo esto se llegó á él, y le dijo: Agora es menester, buen amigo, que te sepas valer de la discrecion que tienes, pues en el peligro mayor se muestran los corazones valerosos; y asegúrote que no sé quién á mí me asegura, que ha de tener mejor fin este negocio de lo que tú piensas; disimula y calla, que si la voluntad de Galatea no gusta de corresponder de todo en todo á la de su padre, tú satisfarás la tuya, aprovechán dote de las nuestras y aun de todo el favor que te puedan frecer cuantos pastores hay en las riberas deste rio y en las del manso Henáres; el cual favor yo te ofrezco, que bien imagino que el deseo que todos han conocido que vitengo de servirles, los obligará á hacer que no salga vano lo que aquí te prometo. Suspenso quedó Elicio, viendo el gallardo y verdadero ofrecimiento de Tirsi, y supo ni pudo responderle mas que abrazarle estrecamente, y decirle : El cielo te pague, discreto Tirsi, ei consuelo que me has dado, con el cual y con la voantad de Galatea, que á lo que creo, no discrepará de Ja nuestra, sin duda entiendo, que tan notorio agravio como el que se hace á todas estas riberas en desterrar declas la rara hermosura de Galatea, no pase adelante : y tornándole á abrazar tornó á su rostro la color perdida. Pero no tornó al de Galatea, á quien fué oir la embajada de los pastores, como si oyera la sentencia de su muerte. Todo lo notaba Elicio, y no lo podia disimular Erastro, ni ménos la discreta Florisa, ni aun fué gustosa la nueva á ninguno de cuantos allí estaban. A esta sazon ya el sol declinaba su acostumbrada carrera: y así por esto, Como por yer que el enamorado Lenio habia seguido á Gelasia, y que allí no quedaba otra cosa que hacer, trayendo á Galercio y á Maurisa consigo, toda aquella compañía movió los pasos hacia el aldea, y al llegar junto á ella, Elicio y Erastro se quedaron en sus cabañas, y con elles Tirsi, Damon, Orompo, Crisio, Marsilio, Arsindo Orfenio se quedaron con otros algunos pastores: y de dos ellos con corteses palabras y ofrecimientos se despidieron los venturosos Timbrio, Silerio, Nísida y Blana, diciéndoles que otro dia se pensaban partir á la ciudad de Toledo, donde habia de ser el fin de su viaje; y abrazando á todos los que con Elicio quedaban, se fué

ren con

Aurelio, con el cual iban Florisa, Teolinda y Maurisa, y la triste Galatea tan congojada y pensati

T. I.

va, que con toda su discrecion nò podia dejar de dar muestras de extraño descontento. Con Daranio se fuéron su esposa Silveria y la hermosa Belisa. Cerró en esto la noche, y parecióle á Elicio que con ella se le cerraban todos los caminos de su gusto; y si no fuera por agasajar con buen semblante á los huéspedes que tenia aquella noche en su cabaña, él la pasara tan mala que desesperara de ver el dia. La mesma pena pasaba el misero Erastro, aunque con mas alivio, porque sin tener respeto á nadie, con altas voces y lastimeras palabras maldecia su ventura, y la acelerada determinacion de Aurelio. Estando en esto, ya que los pastores habian satisfecho á la hambre con algunos rústicos manjares, y algunos dellos entregádose en los brazos del reposado sueño, llegó á la cabaña de Elicio la hermosa Maurisa, y hallando á Elicio á la puerta de su cabaña, le apartó, y le dió un papel, diciéndole que era de Galatea, y que le leyese luego, que pues ella á tal hora le traia, entendiese que era de importancia lo que en él debia de venir. Admirado el pastor de la venida de Maurisa, y mas de ver en sus manos papel de su pastora, no pudo sosegar un punto hasta leerle, y entrándose en su cabaña, á la luz de una raja de teoso pino le leyó, y vió que así decia.

GALATEA Á ELICIO.

<<En la apresurada determinacion de mi padre está la que yo he tomado de escribirte, y en la fuerza que me hace la que á mí mesma me he hecho hasta llegará este punto bien sabes en el que estoy, y sé yo bien que quisiera verme en otro mejor, para pagarte algo de lo mucho que conozco que te debo. Mas si el cielo quiere que yo quede con esta deuda, quéjate dél, y no de la voluntad mia. La de mi padre quisiera mudar, si fuera posible; pero veo que no lo es, y asi no lo intento. Si algun remedio por allá imaginas, como en él no intervengan ruegos, ponle en efeto, con el miramiento que á tu crédito debes y á mi honra estás obligado. El que me dan por esposo, y el que me ha de dar sepultura, viene pasado mañana: poco tiempo te queda para aconsejarte, aunque á mí me queda harto para arrepentirme. No digo mas, sino que Maurisa es fiel, y yo desdichada. »>

En extraña confusion pusieron á Elicio las razones de la carta de Galatea, pareciéndole cosa nueva, ansi el escribirle, pues hasta entonces jamas lo habia hecho, como el mandarle buscar remedio á la sinrazon que se le hacia: mas pasando por todas estas cosas, solo paró en imaginar cómo cumpliria lo que le era mandado, aunque en ello aventurase mil vidas, si tantas tuviera. Y no ofreciéndosele otro algun remedio, sino el que de sus amigos esperaba, confiado en ellos, se atrevió á responder á Galatea con una carta que dió á Maurisa, la

cual desta manera decia...

ELICIO Á GALATEA.

«Si las fuerzas de mi poder llegaran al deseo que tengo de serviros, hermosa Galatea, ni la que vuestro padre os hace, ni las mayores del mundo fueran parte para ofenderos; pero como quiera que ello sea, vos veréis agora, si la sinrazon pasa adelante, cómo yo no me quedo atras en hacer vuestro mandamiento, por la via inejor que el caso pidiere. Asegúreos esto la fe que de mí teneis conocida, y haced buen rostro á la fortuna presente, confiada en la bonanza venidera; que el cielo

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que os ha movido á acordaros de mí y á escribirme, me dará valor para mostrar que en algo merezco la merced que me habeis hecho, que como sea obedeceros, ni recelo ni temor serán parte para que yo no ponga en efeto lo que á vuestro gusto conviene, y al mio tanto importa. No mas, pues lo mas que en esto ha de haber sabréis de Maurisa, á quien yo he dado cuenta dello; y si vuestro parecer con el mio no se conforma, sea yo avisado, porque el tiempo no se pase, y con él la sazon de nuestra ventura, la cual os dé el cielo como puede y como -vuestro valor merece.>>

Dada esta carta á Maurisa, como está dicho, le dijo asimesmo cómo él pensaba juntar todos los mas pastores que pudiese, y que todos juntos irian á hablar al padre de Galatea, pidiéndole por merced señalada, fuese servido de no desterrar de aquellos prados la sin par hermosura suya : y cuando esto no bastase, pensaba poner tales inconvenientes y miedos al lusitano pastor, que él mesmo dijese no ser contento de lo concertado: y cuando los ruegos y astucias no fuesen de provecho alguno, determinaba usar la fuerza, y con ella ponerla en su libertad, y esto con el miramiento de su crédito que se podia esperar de quien tanto la amaba. Con esta resolucion se fué Maurisa, y esta mesma tomaron luego todos los pastores que con Elicio estaban, á quien él dió cuenta de sus pensamientos, y pidió favor y consejo en tan arduo caso. Luego Tirsi y Damon se ofrecieron de ser aquellos que al padre de Galatea hablarian. Lauso, Arsindo y Erastro, con los cuatro amigos, Oronpo, Marsilio, Crisio y Orfenio, prometieron de buscar y juntar para el dia siguiente sus amigos, y poner en obra con ellos cualquiera cosa que por Elicio les fuese mandada. En tratar lo que mas al caso convenía, y en tomar este apuntamiento, se pasó lo mas de aquella noche. Y la mañana venida, todos los pastores se partieron á cumplir lo que prometido habian, si no fuéron Tirsi y Damon, que con Elicio se quedaron. Y aquel mesmo dia tornó á venir Maurisa á decir á Elicio, cómo Galatea estaba determinada de seguir en todo su parecer : despidióla Elicio con nuevas promesas y confianzas, y con alegre semblante y extraño alborozo estaba esperando el siguiente dia, por ver la buena ó mala salida que la fortuna daba á su hecho. Llegó en esto la noche, y recogiéndose con Damon y Tirsi á su cabaña, casi todo el tiempo della pasaron en tantear y advertir las dificultades que en aquel negocio podian suceder, si acaso no movian á Aurelio las razones que Tirsi pensaba decirle. Mas Elicio, por dar lugar á los pastores que reposasen, se salió de su cabaña, y se subió en una verde cuesta que frontero della se levantaba: y allí con el aparejo de la soledad revolvia en su memoria todo lo que por Galatea habia padecido, y lo que temia padecer si el cielo á sus intentos no favorecia; y sin salir desta imaginacion, al son de un blando céfiro, que mansamente soplaba, con voz suave y baja comenzó á cantar desta ma

nera.

ELICIO.

Si deste herviente mar y golfo insano, Donde tanto amenaza la tormenta,

Libro la vida de tan dura afrenta,
Y toco el suelo venturoso y sano;

Al aire alzadas una y otra mano
Con alma humilde y voluntad contents
Haré que amor conozca, el cielo sienta,
Que el bien les agradezco soberano.

Llamaré venturosos mis suspiros,
Mis lágrimas tendré por agradables,
Por refrigerio el fuego en que me quemo.
Diré que son de amor los recios tiros,
Dulces al alma, al cuerpo saludables,

Y que en su bien no hay medio, sino extremo. Cuando Elicio acabó su canto, comenzaba á des brirse por las orientales puertas la fresca aurora, sus hermosas y variadas mejillas, alegrando el su aljofarando las yerbas y pintando los prados; cuya seada venida comenzaron luego á saludar las parl aves con mil suertes de concertadas cantilenas. Lev tóse en esto Elicio, y tendiendo los ojos por la espaci campaña, descubrió no léjos dos escuadras de pasto las cuales segun le pareció hácia su cabaña se encami ban, como era la verdad, porque luego conoció que e sus amigos Arsindo y Lauso, con otros que consi traian. Y los otros Orompo, Marsilio, Crisio y Orfen con todos los mas amigos que juntar pudieron. Cono dos pues de Elicio, bajó de la cuesta para ir á recebir y cuando ellos llegaron junto de la cabaña, ya estal fuera della Tirsi y Damon, que á buscar á Elicio ib Llegaron en esto todos los pastores, y con alegre sel blante unos á otros se recebieron. Y luego Lauso, v viéndose á Elicio, le dijo: En la compañía que traem amigo Elicio, puedes ver si comenzamos á dar muest de querer cumplir la palabra que te dimos: todos que aquí ves, vienen con deseo de servirte, aunque ello aventuren las vidas: lo que falta es, que tú no la h gas en lo que mas conviniere. Elicio, con las mejor razones que supo, agradeció á Lauso y á los demas merced que le hacian: y luego les contó todo lo que c Tirsi y Damon estaba concertado de hacerse para sa bien con aquella empresa. Parecióles bien á los pasto lo que Elicio decia: y asi, sin mas detenerse hacia el dea se encaminaron, yendo delante de Tirsi y Damo siguiéndoles todos los deinas, que hasta veinte pastor serían, los mas gallardos y bien dispuestos que en tod las riberas de Tajo hallarse pudieran, y todos llevab ntencion de que si las razones de Tirsi no movian á qi Aurelio la hiciese en lo que le pedian, de usar en su gar la fuerza, y no consentir que Galatea al foraste pastor se entregase: de que iba tan contento Erastr como si el buen suceso de aquella demanda en solo contento de redundar hubiera, porque á trueco de ver á Galatea ausente y descontenta, tenia por bien en pleado que Elicio la alcanzase, como lo imaginaba, pu tanto Galatea le habia de quedar obligada.

El fin deste amoroso cuento y historia, con los suc sos de Galercio, Lenio y Gelasia, Arsindo, Mauris Grisaldo, Artandro y Rosaura, Marsilio y Belisa, c otras cosas sucedidas á los pastores hasta aquí nombr dos, en la segunda parte desta historia se prometen. I cual, si con apacibles voluntades esta primera viere r cebida, tendrá atrevimiento de salir con brevedad á vista yjuzgada de los ojos y entendimientos de las gente

FIN DE LA GALATEA.

NOVELAS EJEMPLARES.

DEDICATORIA

A D. Pedro Fernandez de Castro, conde de Lemos, de Andrade y de Villalba, etc.

Ex dos errores casi de ordinario caen los que dedican sus obras á algun príncipe. El primero es que en la carta que llaman dedicatoria, que ha de ser breve y sucinta, muy de propósito y espacio, ya llevados de la verdad ó de la lisonja, se dilatan en ella en traerle á la memoria, no solo las hazañas de sus padres y abuelos, sino las de todos sus parientes, amigos y bienhechores. Es el segundo decirles que las ponen debajo de su proteccion y amparo, porque las lenguas maldicientes y murmuradoras no se atrevan á morderlas y lacerarlas. Yo pues huyendo destos dos inconvenientes, paso en silencio aquí las grandezas y títulos de la antigua y real casa de vuestra Excelencia, con sus infinitas virtudes, así naturales como adquiridas, dejándolas á que los nuevos Fidias y Lisipos busquen mármoles y bronces adonde grabarlas y esculpirlas, para que sean emulas à la duracion de los tiempos. Tampoco suplico à vuestra Excelencia reciba en su tutela este libro, porque sé que si él no es bueno, aunque le ponga debajo de las alas del hipógrifo de Astolfo, ya la sombra de la clava de Hércules, no dejarán los Zoilos, los Cínicos, los Aretinos y los Bernias de darse un filo en su vituperio, sin guardar respeto á nadie. Solo suplico que advierta vuestra Excelencia que le envío, como quien no dice nada, doce cuentos, que á no naberse labrado en la oficina de mi entendimiento, presumieran ponerse al lado de los mas pintados. Tales cuales son, allá van, y yo quedo aquí contentísimo por parecerme que voy mostrando en algo el deseo que tengo de servir à vuestra Excelencia, como á mi verdadero señor y bienhechor mio. Guarde nuestro Señor, etc. De Madrid á 13 de julio de 1613.

Criado de vuestra Excelencia.
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA.

PROLOGO.

QUISIERA yo, si fuera posible (lector amantísimo) excusarme de escribr este prólogo, porque no me fué tan bien con el que puse en mi Don Quijote, que quedase con gana de segundar con este. De esto tiene la culpa algun amigo de los muchos que en el discurso de mi vida he granjeado antes con mi condicion que con mi ingenio: el cual amigo bien pudiera, como es uso y costumbre, grabarme y esculpirme en la primera hoja de este libro, pues le diera mi retrato el famoso D. Juan de Jáuregui, y con esto quedara mi ambicion satisfecha, y el deseo de algunos que querman saber qué rostro y talle tiene quien se atreve á salir con tantas invenciones en la plaza del mando á los ojos de las gentes, poniendo debajo del retrato: Este que veis aqui de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos, y de nariz corva aunque bien proporcionada, las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes no crecidos, porque no tiene sino seis y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo tre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy lijero de pies: este digo, que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso á imitacion del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas, y quizá sin el nombre de su dueño; llámase comunmente MIGUEL DE CERVAntes Saavedra : fué soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió á tener paciencia en las adversidades: perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo; herida, que aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la mas memorable y alta ocasion que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlos V, de felice memoria ; y cuando á la de este amigo, de quien me quejo, no ocurrieran otras cosas de las dichas que decir de mí, yo me levantara a mí mismo dos docenas de testimonios, y se los dijera en secreto; con que extendiera mi nombre y acreditara mi ingenio; porque pensar que dicen puntualmente la verdad los tales elogios, es disparate, por no tener punto preciso ni

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