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se afanoso porque los grandes reconociesen el estado de imbecilidad de su esposa doña Juana, y como tal se la recluyese. Algunos vinieron en ello y lo firmaron; pero el almirante y el conde de Benavente lo resistieron con energía, y quisieron certificarse por sí mismos hablando á la reina, á cuyo fin fueron á buscarla á la fortaleza de Mucientes, donde la hallaron acompañada de Garcilaso y del arzobispo Cisneros ("). Y como en los dias que hablaron largamente con ella no la encontrasen nunca desconcertada, dijéronle con mucha valentía al rey su esposo que se mirase bien en eso de recluirla, ni apartarla siquiera un instante de su lado, pues se llevaria muy á mal en el reino, y siempre que los grandes se alterasen ó descontentasen, pedirian la libertad de su reina. Con esto don Felipe desistió en lo de la reclusion y se determinó á llevarla consigo á Valladolid.

Todavía quiso Fernando, antes de partir para Aragon, tener otra entrevista con su yerno mostrando interés y entrando sin duda en sus cálculos el que apareciese á los ojos del público que estaban en cordial armonía. Verificóse aquella en la pequeña aldea de Renedo (una legua de Valladolid) dentro de una capilla y á presencia del arzobispo de Toledo. Hablaron alli cerca de hora y media, hiciéronse mútuamente algunas demostraciones esteriores de amor,

(1) «Estaba, dice Zurita, en una sala oscura sentada en una ventana, vestida de negro, y unos

capirotes puestos en la cabeza, que le cubrian casi el rostro.>>

Fernando dió á Felipe algunos consejos para el mejor gobierno del Estado, mas pasó esta entrevista, como la del Remesal, sin que se hablase de dona Juana, á quien su padre no tuvo el consuelo de ver desde su venida á España, reteniéndola siempre don Felipe á distancia de una ó dos leguas. Todos estos desaires los sufria el Rey Católico con el mas profundo disimulo, nadie le vió alterado ni triste, ni se notaba en su semblante síntoma alguno de disgusto ó intranquilidad: con todo estudio habia difundido la voz de que los asuntos de Nápoles le llamaban con urgencia á Italia; y aparentando alegrarse de que le dejaran desembarazado los negocios de Castilla, despidióse de los grandes sin demostracion alguna de descontento, recordándoles con palabras dulces de gratitud sus antiguos servicios, y hecho todo esto, tomó el camino de Aragon. Algunos pueblos de esta misma Castilla que habia regido por mas de treinta años se negaban á admitirle y le cerraban las puertas: á lo cual esclamaba Fernando con fria serenidad: «mas so>>lo, menos conocido y con mayor contradiccion venia »yo por esta tierra cuando entré á ser príncipe de ella, »y Nuestro Señor quiso que reinásemos sobre estos >> reinos para algun servicio suyo.»-«Parece, añade uno de sus cronistas que con su gran juicio estaba mirando lo venidero (1).»

(1) Abarca, Reyes de Aragon, tom. II. p. 369, v.-Zurita, Rey don Hernando, lib. VII. c. 10.

Mártir, epist. 310, 311.-Gomez de Castro, De Rebus gestis, f. 64.

Oviedo, Quinc. bat. 4. quinc. 3.

CAPITULO XXI.

MUERTE DE CRISTOBAL COLON.

1506.

Triste situacion del Almirante al regreso de su última espedicion.— Padecimientos físicos y morales.-Muere su constante bienbechora la reina Isabel y le falta su apoyo y su esperanza.-Pide al rey Fernando remedie sus necesidades y le reponga en sus empleos.Pasa á la córte á proseguir sus reclamaciones.-Inutilidad de sus gestiones: fria y desdeñosa conducta del rey.-Colon, enfermo y mal correspondido, ofrece sus servicios á don Felipe y doña Juana. -Agrávanse sus males.-Testamento.-Codicilo de Colon.-Su muerte.-Retrato físico y moral de este personage.-Merecidos elagios que unánimemente le tributan los escritores é historiadores estrangeros.

La circunstancia de haber fallecido ya en este tiempo y en este mismo año el famoso descubridor del Nuevo Mundo, nos mueve á dar cuenta de los últimos interesantes momentos de la vida de este grande hombre, antes de dar la del reinado del primer Felipe en Castilla y de la ida del segundo Fernando de Aragon á Nápoles.

En el capítulo XV de nuestra historia dejamos á Cristóbal Colon en Sanlúcar de Barrameda (7 de no

viembre, 1504) de regreso de su cuarto y último viage á las regiones de Occidente. Enfermo, pobre y abatido de resultas de aquella espedicion desastrosa, toda su esperanza y todo el remedio de sus males le cifraba en su constante protectora la reina Isabel; pero esta ilustre princesa se hallaba en el lecho del dolor y próxima á dejar este mundo. Contaban tambien con el favor de su buen amigo y patrono el obispo de Palencia fray Diego de Deza, á quien suplicaba alcanzase de los reyes le hiciesen justicia, reparasen sus agravios y le cumpliesen las cartas de merced que le habian otorgado: pues, como escribia á su hijo don Diego (21 de abril) desde Sevilla, donde con gran fatiga y trabajo se habia trasladado, «yo he servido »á sus altezas con tanta diligencia y amor y mas que >> por ganar el paraiso; y si en algo ha habido falta, »habrá sido por el imposible ó por no alcanzar mi sa>>ber y fuerzas mas adelante (").» Quiso presentarse en la córte, mas la enfermedad que le aquejaba no le permitió emprender el viage. «Por que este mi mal >es tan malo, le decia en otra carta á su hijo (1.o de >> diciembre), y el frio tanto conforme á me lo favore>>cer, que non podia errar de quedar en alguna

>>> venta.>>

Cuando esto escribia, ya habia dejado de existir su régia bienhechora; era la mayor adversidad que

(1) Navarrete, Coleccion de Viages, tom. I. p. 333.

Lamartine se equivoca supo

niendo esta carta escrita á los reyes. Cristóbal Colon, parte III., núm. 15.

podia sobrevenir á Colon, y la nueva mas funesta que podia recibir. Sin embargo, hombre de fé y de creencias, no dejó de mostrar bastante resignacion. «Lo >>principal es, decia, de encomendar afectuosamente >> con mucha devocion el ánima de la reina nuestra >> señora á Dios. Su vida siempre fué católica y santa »y pronta á todas las cosas de su santo servicio; y por > esto se debe creer que está en su santa gloria, y fue>>ra del deseo deste áspero y fatigoso mundo.» Y recomendaba mucho á su hijo Diego que se esmerára y desvelára en servicio del rey. Como sus padecimientos le impidiesen moverse de Sevilla, envió á la córte á Bartolomé su hermano, y á Fernando su hijo natural, «niño en dias, pero no ansi en el entendimiento,>> para que en union con su primer hijo Diego que residia en la córte, gestionasen con el rey á fin de que le cumpliese las estipulaciones, remediase sus necesidades, le repusiese en sus derechos, y proveyese tambien en muchos asuntos y negocios de Indias que requerian «remedio cierto, presto y de brazo sano.>> Pero las circunstancias eran poco favorables, y aunque á Fernando le interesaba no desatender á lo de Indias, puesto que le habian sido aplicadas por el testamento de Isabel la mitad de las rentas de aquellas posesiones, ocupábanle demasiado sus propios negocios, y no le sobraba tiempo, dado que intencion tuviese, para prestar la atencion que debia á las justas reclamaciones del almirante.

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