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CAPITULO XXIII.

EL REY CATÓLICO Y EL GRAN CAPITAN.

SEGUNDA REGENCIA DE FERNANDO.

De 1506 & 1507.

Carácter receloso del rey.-Sospechas que concibe acerca del Gran Capitan.-Instigaciones de los enemigos de Gonzalo en la córte.-Sitúacion de Gonzalo de Córdoba en Nápoles.—Crecen los recelos del rey.-Ofrécele el gran maestrazgo de Santiago para ver de traerle á España.-Notable carta del Gran Capitan al Rey Católico.-Deja Fernando la regencia de Castilla y pasa á Italia.—Encuéntrase en Génova con el Gran Capitan.-Demostraciones amistosas: van juntos á Nápoles. Gobierno de Fernando el Católico en Nápoles.-Favor de que gozaba alli Gonzalo.-Pomposa cédula del rey nombrándole duque de Sessa.-Las cuentas del Gran Capitan.—Lo que determinó la vuelta del rey á Castilla.-Trae consigo á Gonzalo.-Célebres vistas de Fernando el Católico y Luis XII. de Francia en Saona.-Honores estraordinarios que recibe alli el Gran Capitan.-Entrada del rey en Castilla y tierna entrevista con su hija doña Juana. -Situacion del reino.-Cisneros cardenal é inquisidor.-Segunda regencia de Fernando.-Sediciones de grandes en Castilla.-Las va sofocando el rey.--Severidad de Fernando con el marqués de Priego.-Desaira al Gran Capitan y á los principales nobles castellanos. -Disgusto de estos: confederaciones.-Tibieza y desvío del rey con el Gran Capitan.-Retirase éste á Loja.-Noble y arrogante respuesta de Gonzalo á una proposicion del rey.-Somete Fernando en Andalucía á otros nobles disidentes.-Pretensiones y demandas del emperador Maximiliano.-Firmeza y prudencia del rey.-Prision y tor

mento de un emisario del emperador: revelaciones.—Vuelve el rey à Castilla.-Lleva á Tordesillas á su hija doña Juana.—Encierro de la reina.

Necesitamos dar cuenta de las causas que habian motivado la marcha del Rey Católico á Nápoles, su estancia en aquel reino durante los sucesos que acabamos de referir, y su conducta con el Gran Capitan antes y despues de este período.

Si sensible y funesta fué para Cristóbal Colon la muerte de la reina Isabel, la apreciadora de los grandes servicios y la protectora de los grandes hombres, no lo fué menos para el ilustre Gonzalo de Córdoba. Mientras vivió aquella magnánima princesa, Colon y Gonzalo, el Gran Almirante y el Gran Capitan, contaban siempre con un escudo que los defendia de los ataques de la impostura y de los malignos tiros de la envidia, esas dos envenenadas armas que parece haberse labrado para asestarlas contínuamente contra los hombres que saben elevarse sobre los demas por su talento y sus virtudes y ganar una corona de gloria. Ya vimos cuán amargos fueron los dias que sobrevivió Colon á la virtuosa Isabel: veamos los sucesos que pasaron entre el rey Fernando y el Gran Capitan.

Opuestos en carácter y en genio estos dos personages; reservado, suspicaz y económico el monarca, espansivo, espléndido y magnífico el caballero andaluz; aquel escatimando las recompensas á sus servidores, éste prodigándolas á sus auxiliares, ya Fernando ha

bia visto de mal ojo y murmurado la liberalidad con que Gonzalo habia distribuido tierras y estados en Nápoles entre los que mas le habian ayudado en la conquista de aquel reino. No faltaban en la córte envidiosos que atizaran las prevenciones desfavorables y la suspicacia del soberano hácia su rey, presentándole como un dispensador pródigo de honras y mercedes, ponderando su ostentoso lujo, el desarreglo y profusion con que malgastaba las rentas y la licencia que permitia á sus soldados, é insinuando que ejercia una autoridad peligrosa, mas propia de un igual que de un súbdito y de un lugarteniente de su rey. Dirigíanse estas instigaciones á quien estaba muy propenso á admitirlas; y aunque Gonzalo desde que terminó la conquista se habia consagrado á pacificar la Italia y á organizar el reino como medios para asegurar lo adquirido, aquellas sugestiones acabaron de predisponer contra él el ánimo de Fernando, que se manifestaba ya bien en el hecho de haber dado las tenencias de algunas plazas á sugetos diferentes de los que babian sido puestos en ellas por el Gran Capitan. Contábanse entre los que de esta manera insidiosa obraban personages de gran cuenta, como Francisco de Rojas, embajador de España en Roma, Juan de Lanuza, virey de Sicilia, Noño de Ocampo, gobernador que había sido de Castelnovo, don Diego Hurtado de Mendoza, conde de Mélito, y el mismo Próspero Colona, el gefe de las tropas italianas en las campañas de Nápoles.

De estos, á unos movia el resentimiento, á otros el

enojo inspirado por la proteccion que el Gran Capitan dispensaba á sus rivales, á otros solo la envidia de su gran prestigio y de su gloria.

Mientras vivió la reina Isabel no fueron de grande efecto los cargos y acusaciones mas o menos embozadas que se hacian al conquistador de Nápoles. Ya hemos dicho cuánto se mudó el estado de las cosas con la muerte de la reina. Auque el Gran Capitan se apresuró á escribir al rey haciéndole las mayores protestas de fidelidad, y diciéndole que le diera las órdenes de lo que habia de hacer, lejos de tranquilizarse con esto Fernando, le mandó que enviara á España una buena parte de las tropas que alli tenia; y mientras Gonzalo para mejor conservar aquel reino negociaba alianzas con los estados italianos, y estos se disputaban y envidiaban su proteccion, el Rey Católico le iba privando de la gente de guerra para disminuir su autoridad y su poder, siempre celoso de su gran prestigio, y conocedor de sus elevados pensamientos

y

de la facilidad con que hubiera salido con cualquier grande empresa. Las disidencias de Fernando con su yerno Felipe, su segundo matrimonio, su tratado con Francia, la separacion en que quedaba Nápoles de Castilla, y el perjuicio que de una nueva sucesion se irrogaba á los derechos del príncipe Cárlos su nieto, colocaron al Gran Capitan en situacion de ser solicitado y requerido por el emperador y rey de Romanos, y

por su hijo el archiduque Felipe, los cuales le hicieron grandes ofrecimientos por que se mantuviese en aquel estado y le conservase. El mismo papa Julio II. tentaba la fidelidad del Gran Capitan, y sondeaba cómo obraria en el caso de una liga entre la Santa Sede, el emperador, el archiduque Felipe su hijo, y las señorías de Venecia y Florencia contra el Rey Católico. La respuesta de Gonzalo fué tan enérgica y tan digna de un súbdito leal á su soberano, que el papa debió arrepentirse de haber hecho tal pregunta (1).

Aunque Gonzalo daba aviso de todo esto á su rey, interpretábanlo muy de otra manera sus enemigos, y las siniestras sugestiones de estos hacian que recreciese en vez de menguar la recelosa inquietud de Fernando, á tal estremo, que determinó enviar á Nápoles con cargo de virey á su hijo natural don Alonso de Aragon, arzobispo de Zaragoza, y mandar al Gran Capitan que viniese á España só pretesto de tener que ocuparle en cosas muy delicadas y muy importantes á su servicio. Como Gonzalo detuviese un poco su venida, ya á causa del mal tiempo, ya por dejar en algun órden las cosas de Nápoles y guarnecido los castillos, Fernando cada vez mas impaciente, ostigado

(4) Todos los escritores de aquel tiempo hablan en este mismo sentido de aquellos tratos, y ofertas que se bacian al Grau Capitan. El juicioso Zurita, al referir lo del emisario del papa, añade: "y fué muy público que un padua

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no descubrió en Nápoles que fué enviado por el papa para que matase con veneno al Gran Capitan.>> Rey don Hernando, lib. VI. c. 41. No sabemos los fundamentos de tan grave aserto.

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