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tamente, y se negó á admitir sus dones, por lo menos mientras no fuese autorizado á ello por los reyes de España.

A este tiempo la guerra que por Rosellon habia ido encendiéndose entre españoles y franceses, y que sostenia como general de los nuestros don Enrique Enriquez de Guzman, habia tomado nuevo aspecto con la sorpresa que los franceses hicieron de la plaza marítima de Salsas, en ocasion que el monarca aragonés acababa de licenciar la mayor parte de sus tropas engañado por la conducta de Cárlos VIII. Aquel acontecimiento movió á Enriquez de Guzman á ajustar treguas con el general francés desde mitad de octubre (1496) hasta la de enero (4497): lo cual produjo gran sensacion y desánimo en los coligados de Italia, cuyo pais trataba tambien de abandonar el emperador de Alemania, poco satisfecho del resultado del cerco que habia puesto á Liorna. Solo el papa Alejandro VI. se mantuvo entonces impertérrito é inexorable contra el francés, y como si se propusiera darle mas en ojos, concedió á Fernando é Isabel, reyes de Aragon y de Castilla, el título de Reyes Católicos, fundado en la piedad y personales virtudes de los menarcas, en el mérito de haber dado cima á la guerra de los moros y espulsado de España los infieles y judíos, en el servicio inmenso que prestaban a la religion propagando el nombre de Cristo por las islas del Océano y por las descubiertas regiones del Nuevo Mundo, en la pro

teccion que dispensaban á la causa de la Iglesia en general, y en particular á la silla pontificia, y en otros no menos gloriosos títulos; cosa que no pudo ver sin celos y sin envidia el francés, orgulloso con el dictado que llevaba de Cristianismo, otorgado á su padre Luis XI. por el papa Pio II. (1).

No tardó el rey Católico en pagar esta honra al papa con un servicio que le prestó por medio del Gran Capitan. En tregua el monarca francés con España, aprestábase en la entrada de 1497 á invadir otra vez la Italia por mar y tierra, solicitado por los Fregosos de Génova contra el duque de Milan que contaba con el socorro de la armada española, y requeria el favor de los de la liga. Pero en verdad los confederados cuidaban ya menos del bien general de Italia y de auxiliar á otros que de atender cada cual á su propio estado y defender sus fronteras. La liga no era ya lo que habia sido, á pesar de la cláusula de duracion de 25 años, y Florencia, Venecia, Milan y Roma estaban le

(1) Zurita, rey don Hernando, lib. II. c. 40.-Abarca, Reyes de Aragon, don Fernando el Católico, cap. 9.

Esie título de Católicos con que despues han seguido honrándose los reyes de España, le habian llevado ya dos monarcas españoles, Alfonso I. de Asturias en el sigo VIII. y Pedro II. de Aragon á principios del XIII., no por concesion de la Santa Sede, sino aplicado por sus mismos pueblos. Desde Fernando é Isabel es ya la denominacion y título especial que

distingue á los príncipes que ocupan el trono de esta nacion religiosa.

Al decir de Felipe de Comines, el papa Alejandro, en su irritacion contra el francés, quiso privarle del dictado de Cristianisimo, y empezó á dársele en algunos breves al español, pero de esto desistió por consejo y á instancia de los cardenales.-El papa Leon X. confirmó mas adelante este título á los reyes de España. Bullarium Aloysii, Guerra, tom. II.

que

Jos de marchar de concierto ni de ser amigas; el rey de Romanos, sin renunciar á sus particulares é imaginarios proyectos, se retiraba á Alemania; entre Francia y España se trataba de una tregua, que habia de ser como el proemio de una paz general, para cuyas conferencias se designaban los meses de marzo á noviembre, y la familia de los Ursinos, con dinero y gente habia llevado de Francia, hacia cruda guerra á su mortal enemigo el pontifice, y batió en Vasano á la gente de la Iglesia, quedando prisionero el duque de Urbino, y herido en el rostro el de Gandia, hijo del papa, cosa de que se alegraron mucho los venecianos, que aconsejaban al papa se concordase con los Ursinos, y por ser condicion natural de aquella nacion, como dice un historiador juicioso, sostener á los enemigos de sus amigos. Viose, pues, el papa precisado á aceptar la concordia con la familia Ursina, que le podia dar muy gran molestia.

En tal situacion, y mientras se ajustaba la tregua entre los confederados, quiso Alejandro VI. recuperar á Ostia, el puerto de Romá, plaza ocupada por franceses desde el paso por ella de Cárlos VIII., y defendida por cierto aventurero y gefe de foragidos llamado Menaldo Guerri, que desde alli hacia una guerra cruel al papa, y tenia reducido al mayor aprieto y necesidad al pueblo de Roma, interceptando y apresando los víveres que podia recibir por el Tiber, sordo á todos los partidos que el papa le proponia, é ΤΟΜΟ Χ.

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y

insensible á las escomuniones que éste lanzaba. El pueblo romano clamaba por remedio á aquella situacion angustiosa; el papa Alejandro volvió los ojos al rey católico de España, y Gonzalo de Córdoba, que se hallaba en Gaeta, fué llamado en auxilio de Roma del pontífice. El Gran Capitan acudió presuroso al llamamiento del gefe de la Iglesia, y se puso con sus españoles sobre Ostia, guarida del bandido Guerri, resuelto á arrojar al tigre de su caverna. Fiado éste en la fortaleza y pertrechos de la plaza, desechó con soberbia altivez las primeras intimaciones de Gonzalo; en su vista el general español ordenó el ataque, y en cinco dias abrió una brecha practicable por donde los españoles se arrojaron al asalto. A tal tiempo el embajador de Roma, Garcilaso de la Vega, que con unos pocos españoles habia acudido presuroso en ayuda de sus compatriotas, escalaba con admirable valor los muros de la ciudad por otro lado. Sorprendidos y estrêchados los franceses y bandidos por el frente y por la espalda, diéronse á partido, y el mismo Guerri se rindió á condicion de salvar la vida. Concediósela ge- . nerosamente el Gran Capitan, mandó cesar la matanza, y se reservó al feroz y terrible prisionero para presentarle como trofeo al papa y al pueblo romano.

Hizo, pues, Gonzalo su entrada pública en la capital del orbe católico, donde fué saludado con univer"sal aclamacion apellidándole el libertador de Roma; apeóse en el Vaticano para dar cuenta de su feliz es

pedicion al papa, que le esperaba sentado en su solio, rodeado de su familia, de los cardenales y de toda la córte. Inclinóse el vencedor á besarle el pie, pero el pontífice se levantó y besó en la frente á Gonzalo; y despues de manifestarle su gratitud por el gran servicio que le habia hecho, le dió por su mano la rosa de oro con que solian los papas decorar cada año á los beneméritos de la Santa Sede. Gonzalo le pidió solamente dos cosas, el perdon que habia ofrecido á Guerri, y la exencion para los habitantes de Ostia, que tanto habian sufrido, de un tributo que estaban obligados á pagar á la silla romana. Ambas demandas le fueron concedidas.

No fué tan amistosa y fraternal la escena que luego pasó entre el papa Alejandro y Gonzalo de Córdoba. Como al tiempo de despedirse éste le hablára el papa de los Reyes Católicos, y prorumpiese en algu nas quejas contra su comportamiento, añadiendo la mal meditada espresion de que no lo estrañaba, «porque los conocia bien,» el general español con mucho ardor, pero tambien con mucha dignidad, replicó al " pontífice, «que en efecto tenia motivos para conocerlos bien, y para no olvidar tan pronto los grandes servicios que les debia: que por defender su autoridad pontificia atropellada por los franceses habian ido las armas españolas á Italia: que sin los buenos oficios de los españoles le hubieran impuesto la ley los Ursinos: que se acordára de lo que habia dicho hacia poco tiem

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