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rimentarà ningun retardo, y que dependerà únicamente del gobierno español el acelerarla; en la inteligencia de que el señor mariscal duque de Albufera se halla tambien encargado de estipular, en la convencion militar, que los generales y oficiales podràn restituirse en posta à su pais, y que los soldados seràn entregados en la frontera hàcia Bayona y Perpiñan, à medida que vayan llegando à ella.

En consecuencia de esta apuntacion, la regencia habrà dado sus órdenes para la suspension de las hostilidades, y habrà nombrado comisario de su confianza pará realizar por su parte el contenido de ella. - Valencey, à 23 de diciembre de 1813. FERNANDO. A Don José Palafox.

NUMERO 13.

He aqui el testo literal de este decreto de 2 de febrero de 1814 :

« Deseando las córtes dar en la actual crisis de Europa un testimonio público y solemne de perseverancia inalterable à los enemigos, de franqueza y buena fe à los aliados, y de amor y confianza à esta nacion heróica, como igualmente destruir de un golpe las asechanzas y ardides que pudiese intentar Napoleon en la apurada situacion en que se halla, para introducir en España su pernicioso influjo. dejar amenazada nuestra independencia, alterar nuestras relaciones con las potencias amigas, sembrar la discordia en esta nacion magnànima, unidas en defensa de sus derechos y de su legítimo rey el señor Don Fernando VII, han venido en decretar y decretan:

« 1° Conforme al tenor del decreto dado por las cortes generales y estraordinarias en 1o de enero de 1811 que se circularà de nuevo à los generales y autoridades que el gobierno juzgare oportuno, no se reconocerà por libre al rey, ni por lo tanto se le prestarà obediencia, hasta que en el seno del congreso nacional preste el juramento prescrito en el artículo 173 de la constitucion.

« 2o Asi que los generales de los ejércitos que ocupan las provincias fronterizas sepan con probabilidad la próxima venida del rey, despacharán un estraordinario ganando horas, para poner en noticia del gobierno cuantas hubiesen adquirido acerca de dicha venida, acompañamiento del rey, tropas nacionales ó estrangeras que se dirijan con S. M. hàcia la frontera, y demas circunstancias que puedan averiguar concernientes à tan grave asunto, debiendo el gobierno trasladar inmediatamente estas noticias à conocimiento de las cortes.

« 3° La regencia dispondrà todo lo conveniente y darà à los generales las instrucciones y órdenes necesarias, à fin de que al llegar el rey à la frontera reciba copia de este decreto, y una carta de la regencia con la solemnidad debida, que instruya à S. M. del estado de la nacion, de sus heròicos sacrificios, y de las resoluciones tomadas por las còrtes para asegurar la independencia nacional y la libertad del monarca.

« 4° No se permitira que entre con el rey ninguna fuerza armada. En caso que esta intentase penetrar por nuestras fronteras, ó las líneas de nuestros ejércitos, serà rechazada con arreglo à las leyes de la guerra.

«< 5° Si la fuerza armada que acompañare al rey fuere de españoles, los generales en gefe observarán las instrucciones que tuvieren del gobierno, dirigidas à conciliar el alivio de los que hayan padecido la desgraciada suerte de prisioneros, con el órden y seguridad del estado.

«6° El general del ejército que tuviese el honor de recibir al rey,

le da

rà de su mismo ejército la tropa correspondiente à su alta dignidad y honores debidos à su Real persona.

7° No se permitirà que acompañe al rey ningun estrangero, ni aun en calidad de doméstico ó criado.

8° No se permitirà que acompañen al rey ni en su servicio, ni en manera alguna aquellos españoles que hubiesen obtenido de Napoleon, ó de su hermano José, empleo, pension ó condecoracion de cualquiera clase que sea, ni los que hayan seguido à los franceses en su retirada.

9° Se confia al celo de la regencia el señalar la ruta que haya de seguir el rey hasta llegar à esta capital, à fin de que en el acompañamiento, servidumbre, honores que se le hagan en el camino, y à su entrada en esta corte, y demas puntos convenientes à este particular, reciba S. M... las muestras de honor y respeto debidos à su dignidad suprema, y al amor que le profesa la nacion.

10° Se autoriza por este decreto al presidente de la regencia para que en constando la entrada del rey en territorio español, salga à recibir à S. M. hasta encontrarle y acompañarle à la capital con la correspondiente

comitiva.

11° El presidente de la regencia presentarà à S. M. un ejemplar de la constitucion política de la monarquía, à fin de que instruido S. M. en ella, ́ pueda prestar con cabal deliberacion y voluntad cumplida el juramento que la constitucion previene.

12° En cuanto llegue el rey à la capital vendrà en derechura al congreso à prestar dicho juramento, guardandose en este caso las ceremonias y solemnidades mandadas en el reglamento interior de córtes.

« 13° Acto continuo que preste el rey el juramento prescrito en la constitucion, treinta individuos del congreso, de ellos dos secretarios, acompañarán à S. M. à palacio, donde formada la regencia con la debida ceremonia, entregarà el gobierno à S. M. conforme à la constitucion y al artículo 2o del decreto de 4 de setiembre de 1813. La diputacion regresarà al congreso à dar cuenta de haberse asi ejecutado, quedando en el archivo de córtes el correspondiente testimonio.

« 14° En el mismo dia daràn las còrtes un decreto con la solemnidad debida, à fin de que llegue à noticia de la nacion entera el acto solemne, por el cual y en virtud del juramento prestado, ha sido el rey colocado constitucionalmente en su trono. Este decreto despues de leido en las còrtes se pondrà en manos del rey por una diputacion igual à la precedente, para que se publique con las mismas formalidades que todos los demas, con arreglo à lo prevenido en el artículo 14 del reglamento interior de

còrtes.

« Lo tendrà entendido la regencia del reino para su cumplimiento, y lo harà imprimir, publicar y circular.

«Dado en Madrid à 2 de febrero de 1814. (Siguen las firmas del presidente y secretarios. ) — A la regencia del reino. »

NUMERO 14.

Manifiesto de las còrtes à la nacion española.

Españoles Vuestros legitimos representantes van à hablaros con la noble franquez y confianza que aseguran en las crisis de los estados libres aquella union intima, aquella irresistible fuerza de opinion contra las cuales no son poderosos los embates de la violencia, ni las insidiosas tramas de los tiranos,

Fieles depositarios de vuestros derechos, no creerian las còrtes corresponder debidamente à tan augusto encargo, si guardaran por mas tiempo un secreto que pudiese arriesgar ni remotamente el decoro y honor debidos à la sagrada persona del rey, y la tranquilidad é independencia de la nacion: Ꭹ los que en seis años de dura y sangrienta contienda han peleado con gloria por asegurar su libertad doméstica, y poner à cubierto à la patria de la usurpacion extrangera, dignos son, sì, españoles, de saber cumplidamente à donde alcanzan las malas artes y violencias de un tirano execrable, y hasta que punto puede descansar tranquila una nacion cuando velan en su guarda los representantes que ella misma ha elegido.

Apenas era posible sospechar que al cabo de tan costosos desengaños intentase todavia Napoleon Bonaparte echar dolosamente un yugo à esta nacion heròica, que ha sabido contrastar por resistirle su inmensa fuerza y poderìo, y como si hubiéramos podido olvidar el doloroso escarmiento que lloramos por una imprudente confianza en sus palabras pérfidas; como si la inalterable resolucion que formamos, guiados como por instinto, à impulso del pundonor y honradez española, osando resistir cuando apenas teniamos derechos que defender, se hubiera debilitado ahora que podemos decir tenemos patria, y que hemos sacado las libres instituciones de nuestros mayores del abandono y olvido en que por nuestro mal yacieron; como si fuéramos menos nobles y constantes, cuando la prosperidad nos brinda, mostràndonos cercanos al glorioso término de tan desigual lucha, que lo fuimos con asombro del mundo y mengua del tirano en los mas duros trances de la adversidad, ha osado aun Bonaparte, en el ciego desvario de su desesperacion, lisonjearse con la vana esperanza de sorprender nuestra buena fe con promesas seductoras, y valerse de nuestro amor al legitimo rey para sellar juntamente la esclavitud de su sagrada persona y nuestra vergonzosa servidumbre.

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ha

Tal ha sido, españoles, su perverso intento, y cuando, merced à tantos y tan señalados triunfos, veìase casi rescatada la patria, y señalaba como el mas feliz anuncio de su completa libertad la instalacion del congreso en la ilustre capital de la monarquia, en el mismo dia de este fausto acontecimiento, y al dar principio las córtes á sns importantes tareas, lagadas con la grata esperanza de ver pronto en su seno al cautivo monarca, liberiado por la constancia española y el ausilio de los aliados, oyeron con asombro el mensage, que, de órden de la regencia del reino, les trajo el secretario del despacho de estado acerca de la venida comision del duque de San Carlos. No es posible, españoles, describiros el efecto que tan extraordinario suceso produjo en el animo de vuestros representantes. Leed esos documentos, colmo de la alevosía de un tirano; consultad vuestro corazon, y al sentir en él aquellos mismos afectos que lo conmovieron en mayo de 1808, al experimintar mas vivos el amor à vuestro oprimido monarca y el odio à su opresor inicuo, sin poder desahogar ni en quejas ni en imprecaciones la reprimida indignacion, que mas elocuente se muestra en un profundisimo silencio, habreis concebido aunque débilmente, el estado de vuestros representantes cuando escucharon la amarga relacion de los insultos cometidos contra el inocente Fernando, para esclavizar á esta nacion magna

snima.

No le bastaba à Bonaparte burlarse de los pactos, atropellar las leyes, inaultar la moral pública; no le bastaba haber cautivado con perfidia á nuestro rey é intentado sojuzgar á la Esqaña, que le tendió incauta los brazos como al mejor de sus amigos; no estaba satisfecha su venganza con desolar à esta nacion generosa con todas las plagas de la guerra y de la política mas cor

rofipida era menester aun usar todo linage de violencias para obligar al desvalido rey à estampar su augusto nombre en un tratado vergonzoso; necesitaba todavia presentarnos un concierto celebrado entre una víctima y su verdugo como el medio de concluir una guerra tan funesta à los usurpadodores como gloriosa á nuestra patria; deseaba por último lograr por fruto de una grosera trama, y en los momentos en que vacila su usurpado trono, lo que no ha podido conseguir con las armas, cuando à su voz se estremecian los imperios y se veia en riesgo la libertad de Europa. Tan ciego en el delirio de su impotente furor, como desacordado y temerario en los devaneos de su próspera fortuna, no tuvo presente Bonaparte el temple de nuestras almas, ni la firmeza de nuestro caràcter, y que si es fàcil à su astuta politica seducir ó corromper á un gabinete ó á la turba de cortesanos, son vanas sus asechanzas y arterias contra una nacion entera, amaestrada por la desgracia, y que tiene en la libertad de imprenta y en el cuerpo de sus representantes el mejor preservativo contra las demasias de los propios y la ambicion de los estraños.

Ni aun disfrazar ha sabido Bonaparte el torpe artificio de su politica. Estos documentos, sus mal concertadas clàusulas, las fechas, hasta el lenguage mismo descubren la mano del maligno autor, y al escuchar en boca del augusto Fernando los dolosos consejos de nuestro mas cruel enemigo, no hay español alguno à quien se oculte que no es aquella la voz del deseado de los pueblos, la voz que resonó breves dias desde el trono de Pelayo; pero que anunciando leyes benéficas y gratas promesas de justa libertad nos preservò por siempre de creer acentos suyos los que no se encaminaran à la felicidad y gloria de la nacion. El inocente principe, compañero de nuestros infortunios, que viò vìctima à la patria de su ruinosa alianza con la Francia, no puede querer ahora bajo este falso titulo en este injusto tratado el vasallage de esta nacion heróica, que ha conocido demasiado şu dignidad, para volver à ser esclava de voluntad agena: el virtuoso Fernando no pudo comprar à precio de un tratado infame, ni recibir como merced de su asesino el glorioso titulo de rey de las Españas: titulo que su nacion le ha rescatado, y que pondrá respetuosa en sus augustas manos, escrito con la sangre de tantas victimas, y sancionados en él los derechos y obligaciones de un monarca justo. Las torpes sospechas, la deshonrosa ingratitud, no pudieron albergarse ni un momento en el magnànimo corazon de Fernando, y mal pudiera, sin mancharse con este crimen, haber querido obligarse por un pacto libre à pagar con enemiga y ultrages los beneficios del generoso aliado, que tanto ha contribuido al sostenimiento de su trono. El padre de los pueblos, al verse redimido por su imitable constancia, ¿ desearà volver à su seno rodeado de los verdugos de su nacion, de los perjuros que le vendieron, de los que derramaron la sangre de sus propios hermanos, y acogiéndolos bajo su real manto, para librarlos de la justicia nacional, querrà que desde alli insulten impunes y como en triunfo à tantos millares de patriotas, à tantos huérfanos y viudas como clamaràn en derredor del solio por justa y tremenda venganza contra los crueles parricidas? ¿ó lograrán estos, por premio de su traicion infame, que les devuelvan sus mal adquiridos tesoros las mismas víctimas de su rapacidad, para que vayan à disfrutar tranquila vida en regiones estrañas, al mismo tiempo que en nuestros desiertos campos, en los solitarios pueblos, en las ciudades abrasadas no se escuchen sino acentos de miseria y gritos de desesperacion?

Mengua fuera imaginarlo, infamia consentirlo: ni el virtuoso monarca ni esta nacion heroica se mancharàn jamas con tamaña afrenta, y animada la regencia del reino de los mismos principios que han dado lustre

fama eterna à nuestra célebre revolucion, correspondiò dignamente à confianza de las còrtes y de la nacion entera, dando por ùnica respuesta à la comision del duque de San Carlos una respetuosa carta dirigida al señor Don Fernando VII, en que guardando un decoroso silencio acerca del tratado de paz', y manifestando las mayores muestras de sumision y respeto à tan digno rey, le habrà llenado de consuelo, al mostrarle que ha sido descubierto el artificio de su opresor, y que con suma prevision y cordura, ya al principiar el aciago año de 1811, dieron las còrtes estraordinarias el mas glorioso ejemplo de sabiduria y fortaleza: ejemplo que no ha sido vano, y que mal podriamos olvidar en esta época de ventura, en que la suerte se ha declarado en favor de la libertad y la justicia.

Firmes en el propòsito de sostenerlas, y satisfechas de la conducta observada por la regencia del reino, las còrtes aguardaron con circunspeccion à que el encadenamiento de los sucesos y la precipitacion misma del tirano les dictasen la senda noble y segura que debian seguir en tan críticas circunstancias. Mas llegò muy en breve el término de la incertidumbre: cortos dias eran pasados, cuando se presentò de nuevo el secretario del despacho de estado à poner en noticia del congreso de òrden de la regencia los documentos que habia traido D. José de Palafox y Melci. Acabose entonces de mostrar abiertamente el malvado designio de Bonaparte. En el estrecho apuro de su situacion, aborrecido de su pueblo, abandonado de sus aliados, viendo armadas en contra suya à casi todas las naciones de Europa, no dudò el perverso intentar sembrar la discordia entre las potencias beligerantes, y en los mismos dias en que proclamaba à su nacion que aceptaba los preliminares de paz, dictados por sus enemigos, cuando trocaba la insolente jactancia de su orgullo en fingidos y templados deseos de cortar los males que habia acarreado à la Francia su desmesurada ambicion, intentaba por medio de ese tratado insidioso, arrancado à la fuerza à nuestro cautivo monarca, desuniros de la causa comun de la independencia europea, desconcertar con nuestra desercion el grandioso plan formado por ilustres principes, para restablecer en el continente el perdido equilibrio, y arrastrarnos quizà al horroroso estremo de volver las armas contra nuestros fieles aliados, contra los ilustres guerreros que han acudido à nuestra defensa. Pero aun se prometia Bonaparte mas delitos y escándalos por fruto de su abominable trama: no se satisfacia con presentar deshonrados ante las demas naciones à los que han sido modelo de virtud y heroismo: intentaba igualmente que cubriéndose con la apariencia de fieles à su rey los que primero le abandonaron, los que vendieron à su patria, los que, oponiéndose à la libertad de la nacion, minan al propio tiempo los cimientos del trono, se declarasen resueltos à sostener como voluntad del cautivo Fernando las malignas sugestiones del robador de su corona, y seduciendo à los incautos, instigando à los débiles, reuniendo bajo el fingido pendon de lealtad à cuantos pudiesen mirar con ceño las nuevas instituciones, encendiesen la guerra civil en esta nacion desventurada, para que, destrozada y sin alientos, se entregase de grado à cualquier usurpador atrevido.

Tan malvados designios no pudieron ocultarse à los representantes de la nacion, y seguros de que la franca y noble manifestación hecha por la regencia del reino à las potencias aliadas les habrà ofrecido nuevos testimonios de la perfidia del comun enemigo, y de la firme resolucion en que estamos de sostener á todo trance nuestras promesas, y de no dejar las armas hasta asegurar la independencia nacional, y asentar dignamen

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