532790-013 PRÓLOGO La piedad filial, dichosamente hermanada con el buen gusto, recoge en este volumen las pocas, pero muy estimables, reliquias que de su claro y ameno ingenio y sólida cultura clásica nos dejó un prócer ilustre que, á los heredados timbres de su regia prosapia, juntaba nobilísimas condiciones de carácter y de entendimiento, las cuales harán siempre dulce y respetable su memoria entre cuantos se honraron con su amistad y pudieron admirar de cerca los cristianos y loables ejemplos de su vida, consagrada al bien sin ostentación ni fausto. Pero como el eco de las virtudes privadas pronto se extingue en el mundo, y tales méritos sólo en el tesoro de Dios permanecen vivos con galardón eterno, ha parecido conveniente perpetuar en un libro el recuerdo de las tareas literarias del Duque de Villahermosa, para que, á lo menos, esta parte de su fisonomía moral quede á salvo de las injusticias del olvido. Breve será la presente noticia, y sencilla y mesurada de tono, como cuadra á la índole grave y modesta del difunto Duque, que, gran señor en todo, ni gustaba del vano incienso de la lisonja, hoy tan insensatamente prodigado, ni ha de agradecer desde la tumba hipérboles que no hubiera tolerado en vida. La nativa dignidad de su persona juntábase en él con la mayor afabilidad y llaneza. Nunca hubo hombre más desasido de todo género de vanidades, incluso la vanidad literaria. Modestamente se daba por un aficionado, aunque su talento y buenos estudios le hiciesen acreedor á un puesto mucho más alto en la jerarquía de las le tras. Los hechos exteriores de su vida pueden escribirse en pocas líneas: lo más excelente y ejemplar de ella debe quedar en el misterio en que la virtud cristiana gusta de esconder sus obras; los Ángeles las habrán puesto á los pies del Señor, y no deben ser profanadas en una necrología literaria. La existencia del Duque de Villahermosa se deslizó fácil y serena, en paz con todo el mundo y con la propia conciencia, sin cambios bruscos ni ruidosos accidentes, sin más nubes que las que á deshora entoldan el cielo que parecía más despejado. No necesitó esfuerzo alguno para conquistar su posición ni su fortuna: descendía de Reyes; nació en las gradas más próximas al trono; vivió honradamente con los restos del patrimonio de sus gloriosos abuelos; hizo cuanto bien pudo en torno suyo; no se vió en él acción que no fuese de caballero y de cristiano: si alguna vez intervino en los negocios públicos, como cumplía á su altísima representación social, procedió siempre conforme á los dictados de su conciencia y con el noble tesón propio de quien nada debía ni nada esperaba de los ídolos políticos del momento. Quizá se le tachó por esto de díscolo y excéntrico: ¡pluguiera á Dios que tal género de altivez se hubiese comunicado á todos los de su clase, y que encontrasen más honroso formar cuerpo social que militar como mesnaderos en tal ó cual bandería, subordinándose ciegamente á la voluntad de sus naturales enemigos! D. Marcelino de Aragón y Azlor, décimo Aragón en nuestro siglo de oro, protege y |