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Marzo de 1820.

Cádiz.

á ceder á los votos de la oficialidad, queriendo sostener la disciplina militar; lo cual calmando en apariencia la borrasca la encrespó realmente, y asi es que cuando despues cedió, unida la resistencia al recuerdo de la muerte de Lacy, encendió los ánimos; y dando los catalanes el mando de las armas á don Pedro Villacampa por aclamacion, obligaron á Castaños á salir de Barcelona, custodiado por un oficial y catorce soldados. Tambien penetró la plebe en las mazmorras del santo oficio, sacó en sus hombros á los presos, y despojó aquel archivo de tinieblas y de maldades de sus mas célebres procesos. Pero acontecimientos mas tristes llenaron de amargura los corazones de los buenos españoles y presagiaron el ardimiento y brio con que iba á encenderse en la desgraciada nacion la tea de las civiles discordias.

Atumultuado el vulgo el dia 9 en Cádiz, dió el grito de Constitucion en el momento mismo en Asesinatos de que don Manuel Freyre, general en gefe del ejército reunido, entraba en el puerto. Para calmar la revuelta que habia estallado encaminóse Freyre á la plaza de San Antonio, teatro del alboroto, y habló á los gaditanos con cordura y comedimiento, aconsejando á todos que esperasen con calma el partido que tomaba el rey en medio de tan áspera tribulacion. Mas los amotinados sufocaron su voz con furibundas amenazas, y llenos de ardimiento solamente se tranquilizaron con la promesa de publicar al dia siguiente el código del año doce, pronunciada por el general. Las campanas, la espontánea iluminacion y el armonioso sonido de las serenatas manifestaron el alborozo del pueblo, que confiado en la palabra de Freyre, y libre el corazon de sospechas, entregóse al reposo y á la esperanza. Sabido en Sevilla el tumulto de la plaza resolvieron las autoridades, incitadas

por el vecindario, seguir el ejemplo, y publicaron la Constitucion. Amaneció el dia 10 en la isla gaditana puro y diáfano el cielo, los tablados en que habia de apellidarse libertad levantados en las plazas, la carrera colgada vistosa y aseadamente, el suelo cubierto de flores y los periódicos anunciando que á las doce del dia principiaria la publicacion del código deseado. Pero antes de que sonase la hora señalada, y cuando esparcidas las gentes por las calles las llenaban de tropel,

salieron de sus cuarteles en ademan de ir á tenderse por la carrera los batallones de guias del general y de la lealtad, y cuando llegaron al inmenso gentío prepararon los fusiles y comenzaron un horroroso fuego granizado contra la muchedumbre y contra los balcones y ventanas á que estaban asomados los vecinos. El hijo cayó herido en los brazos de su padre moribundo; el infante, traspasada la cabeza en el pecho de la madre, espiró en la fuente misma de la vida; los ancianos, cuya planta débil resbaló al querer moverse con demasiada presteza, sintieron abierta su espalda por la bayoneta del soldado, y un grito de horror y de muerte lanzado por las víctimas heló la sangre en las venas de los espectadores. La licenciosa soldadesca, harta de sangre y de matanza, entró á saco las casas, se apoderó de la hacienda de sus dueños, y embotados por el crimen los sentimientos que la naturaleza ha impreso en el corazon humano, lanzóse con rabioso desenfreno sobre matronas y doncellas, y cometió todos los escesos cuyo nombre ignora la modestia. El desangrado ainante presenció en su agonía el deshonor de su amada rendida á un mortal desmayo, rasgados sus adornos, medio sueltas las trenzas; y el esposo, cubierto de heridas, una y otra vez probó á levantarse del lecho donde acababan de colocar

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le sin fuerzas y exánime, para acorrer en su lastimoso estado á la esposa, que en vano se defendia del lascivo acometimiento de aquellos monstruos. Rotos los diques de la disciplina y desbordada la licencia á la voz de viva el rey, prendieron los soldados á los oficiales de artillería que se habian mostrado amigos de los liberales. Asi entre sangre y lamentos anocheció un dia cuya aurora tan clara y rutilante habia parecido á los ciudadanos, envueltos ahora en la miseria y el dolor.

Tras las tinieblas de aquella sombría noche Marzo de 1820. vino la luz del dia 11, no á consolar á los gaditanos, sino á alumbrar nuevas y mas grandes demasías. Tomando por pretesto el tiro disparado por un paisano, de acuerdo quizás con los asesinos, lanzáronse otra vez á las calles, y renovaron el homicidio, la violencia y el saqueo. Los que habian salvado la vida, la honra ó la hacienda en el primer naufragio, perdiéronlas en el segundo: en todos los ángulos de la ciudad corria la sangre y reinaba el desenfreno y el pillage, sin que los mismos que habian promovido la víspera tan bárbara venganza, sin ánimo de llevarla tan lejos, bastasen ahora á enfrenar á la suelta soldadesca. Las galas se trocaron en luto, las rosas de la hermosura en la palidez de la muerte, los adornos de las fachadas en manchas de sangre y en rasguños de balas, y las flores que alfombraban las calles en cadáveres y moribundos, que yacían en ellas insultados por los monstruos. El general Freyre, que ignoraba el cambio ocurrido en la Corte, congratulábase de aquella matanza al dar cuenta al rey, y le felicitaba por el amor que le habian manifestado las tropas de Cádiz; mas recibido el decreto de 7 de Marzo mudó de lenguaje y desfiguró la causa verdadera de tan funestos sucesos, hijos de su corazon de tigre. Hasta el 16 dilató el em

barque de los batallones de guias y de la lealtad, en cuyo dia comenzaron á darse á la vela para diferentes puntos de la costa: y el 20, renovada Marzo de 1820. ya la guarnicion, juróse en Cádiz el código del año doce, por cuyo obtento tantas calamidades se habian agrupado sobre el desventurado pueblo: con lo cual quedó establecido su dominio en todo el reino.

Las naciones estrangeras, en las que presidian los principios políticos de la Santa Alianza, alarmáronse con la revolucion que habia transformado el gobierno español, mas absoluto en la práctica que ninguno de Europa, en el mas democrático y popular. Inglaterra, que anteveía en la imposibilidad de sostener las bases del código de Cádiz la consecuencia de una reaccion que acabaria de romper los escasos vínculos que nos unian con las colonias americanas, felicitó á Fernando por su juramento: Austria y Prusia representaron los peligros que cercaban el solio asaltado por la insurreccion militar á su modo de ver, y pintaron nuestro estado con lúgubres colores. Luis XVIII, que en su alta prevision deseaba en nuestro suelo un gobierno moderado que al paso que no contagiase la Francia con sus revueltas, cimentase para siempre la tranquilidad á este lado de los Pirineos, ordenó al duque de Laval que trabajase con todas sus fuerzas para la reforma del sistema restablecido. No contento con este paso envió á Madrid á Mr. De-la-Tour du Pin con el encargo de hablar al monarca y á los gefes del partido liberal el lenguaje de la franqueza y de la verdad, y obtener á todo precio las modificaciones que exigia la paz de la Península. Pero el ministro de negocios estrangeros de Francia participó al embajador inglés en París el paso que iba á dar su corte; y el insular, que preveyó las consecuencias de un gobier

Alarma de

Europa.

Intrigas de Inglaterra.

1820.

no robusto y templado en España, dirigido por los principios de la carta francesa, y que adivinó la influencia que adquiriria el gabinete de las Tullerías, espidió un correo á Madrid á su compañero el embajador en aquella capital previniéndole trabajase cuanto pudiese para desconcertar las miras De-la-Tour du Pin. No solo despertaban sus celos nuestras futuras relaciones con Luis XVIII, sino que deseaba que la anarquía destrozando con sus cien brazos el reino, y tomando unas veces el nombre de libertad y otras el de despotismo, desuniese, como hemos apuntado el último eslabon de la cadena que sostenia las colonias americanas. Anticipándose pues al enviado de Francia, alarmó á los gefes de la revolucion pintándoles la mengua de modificar la obra sublime del año doce, y cuando De-la-Tour se presentó á la junta no pudo conseguir cosa alguna de unos ánimos prevenidos por la astucia inglesa. Sin embargo la Francia al obrar asi no llevaba miras hostiles; y cuando mas adelante nuestro ministro en París pidió al gobierno de Luis XVIII esplicaciones sobre las voces que circulaban de la próxima reunion de tropas al pie de los Pirineos, el baron Pasquier, ministro de negocios estrangeros, respondió en 19 de Abril desmintiendo el hecho en los términos siguientes: "El gabinete francés no ha pensado en tomar las medidas que se suponen, porque el acuerdo tomado por el rey y por la nacion española de adoptar el sistema constitucional no puede turbar la buena inteligencia que reina entre España y Francia, puesto que la última debe á su monarca las ventajas de un go. bierno representativo: por el contrario debe esperar que sea este un nuevo motivo para estrechar entre las dos naciones los lazos de amistad que tanto contribuyen á su ventura y reposo."

Los reyes pues no retiraron sus embajadores

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