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volvieron las tropas del arzobispo contra los populares que permanecian armados en las bocas-calles. Al verse éstos acometidos dispararon la artilleria haciendo grande estrago en las filas de sus contrarios; por largo espacio continuaron después la refriega con los aceros. El hermano de Juan de Padilla, Gutierre Lopez, con la mas loable resolucion corria de unos en otros, colocándose á veces con grave peligro entre los combatientes, exhortándolos á que cesasen en la pelea. Oida fué su voz de los comuneros, los cuales se conformaron á soltar las armas, à condicion de que se les permitiria salir libres de la ciudad aquella misma noche, y ofreciendo que de no hacerlo asi, desde el otro dia quedarían sus vidas y haciendas á merced del rey y de los oficiales de su justicia. Quedó, pues, de hecho anulada la concordia y capitulacion de la Sisla, y los comuneros rendidos evacuaron la ciudad, todos por una misma puerta, no sin que necesitára Gutierre Lopez de Padilla protegerlos de los insultos de los vencedores (3 de febrero).

Este Gutierre Lopez, que, aunque enemigo de los comuneros, al cabo sentia correr por sus venas la noble sangre de los Padillas (1), se condujo en Toledo con la nobleza heredada de su familia. La viuda de su hermano fué puesta por él en seguridad en el convento de Santo Domingo, con el cual se comunicaba su casa, y él mismo ayudó á la desconsolada doňa María Pacheco á salir clandestinamente de una ciudad en que por horas corria peligro su persona. Merced á su auxilio, la muger fuerte que por espacio de diez meses habia mantenido con honra enarbolado el estandarte de las comunidades dentro de los muros de una ciudad aislada, logró salir de aquella ciudad disfrazada de labradora, con saya, basquiña y calzado de aldeana y con un viejo sombrero en la cabeza. Cuéntase que al trasponer la puerta del Cambron, la reconoció un soldado, y que el generoso guerrero disimu→ ló, entretuvo á sus compañeros de guardia, é hizo espaldas á la dama fugitiva. Luego que se vió en la vega, montó en una mula que la condesa de Monteagudo le tenia preparada. Acompañábanla el alcaide de Almazan, Hernando Dávalos, y una esclava negra que siempre tuvo consigo y á quien la fama vulgar calificaba de hechicera. Con no poco riesgo pudo eludir la pequeña comitiva la vigilancia de un destacamento de imperiales que guardaba un paso á la orilla del rio, y sin mas tropiezo llegaron de noche à Escalona, pueblo del marqués de Villena, su tio. Negóse bruscamente el rudo magnate á dar hospedage á su desgraciada sobrina. «Que se vaya en buen ahora, dijo ásperamente, donde fuere de su agrado... y bueno es que sufra por haber desoido mis instancias cuando estuve á tratar con ella de la paz y

(4) Su anciano y apenado padre, don Pero Lopez, habia muerto hacía cinco meses.

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casiento de las cosas.» Dotada de mas piadosas entrañas la marquesa su esposa, le envió una buena mula, con trescientos ducados en oro y algunas cajas de conserva para el camino, con lo que llegaron con alguna menos incomodidad á la Puebla de Sanabria, donde otro tio de doña María, hermano del marqués, les franqueó una hospítalidad benévola, y estuvo con su sobrina tan agasajador y galante come desabrido y áspero habia estado su hermano en Escalona.

Tomado alli el necessrio reposo á las fatigas del viage, y dado algun alivio al espíritu, prosiguió la ilustre heroina su peregrinacion por la via de Portugal, traspuso la frontera á los ocho dias de haber salido de Toledo, y despues de gratificar generosamente á los guias que la habian puesto en salvo, respiró ya mas desahogadamente al verse en seguridad, y se internó en el reino lusitano.

Mientras asi se ponia en cobro doña María Pacheco, su persona era objelo de escrupulosas pesquisas en Toledo. Buscábanla con afan por todas partes, sin quedar rincon que no escudriñáran los agentes del prior de San Juan, del gobernador arzobispo, y del oidor Zumel, y no pudiéndola hallar, desahogaron su encono en lo que habia sido su morada. Derribaron, pues, la casa de Padilla, demoliéronla hasta los cimientos, araron el suelo, le sembraron de sal, para que no pudiera producir ni aun yerbas silvestres, y en medio del solar que habia ocupado pusieron un pilar con un letrero, en que se espresaban las causas, para que fuese padron de infamia (1). A tal estremo llevaron su sanudo furor los que en el monasterio de la Sisla habian accedido á todas las condiciones que les impuso una ciudad mandada por una muger.

(4) La inscripcion en verdad no pecaba de corta: decia: «Aquesta fué la casa de «Juan de Padilla y doña Maria Pacheco, su «muger, en la cual por ellos é por otros, que «á su dañado propósito se allegaron, se or«denaron todos los levantamientos, alborotos y traiciones que en esta ciudad é en es«tos reinos se ficieron en deservicio de S. M. alos años de 1521. Mandóla derribar el muy anoble señor don Juan de Zumel, oidor de «S. M. é su justicia mayor en esta ciudad, é «por su especial mandado porque fueron «contra su rey é reina é contra su ciudad, é «la engañaron so color de bien público por «su interese é ambicion particular por los amales que en ella sucedieron; é porque despues del pasado perdon fecho por SS. MM. á los vecinos de esta ciudad, que fueron

«en lo susodicho, se tornaron á juntar en la adicha casa con la dicha doña María Pache«co queriendo tornar á levantar esta ciudad é matar todos los ministros de justicia é «servidores de S. M. Sobre ello pelearon con«tra la dicha justicia é pendon real, é fueron «vencidos los traidores el lunes dia de San «Blas 3 de febrero de 1522 años.»

Posteriormente por órden de Felipe II. se trasladó esta columna á la puerta de San Martin, y se le añadió la inscripcion siguien te: «Este padron mandó S. M. quitar á las «casas que fueron de Pedro Lopez de Padilla

donde solia estar, y ponerlo en este lugar, y «que ninguna persona sea osada de le quitar «so pena de muerte y perdimiento de bie«nes.» MS. de la Real Academia de la Historia.

Asi acabó el levantamiento de las comunidades (1).

(1) Estrañamos que Fr. Prudencio de Sandoval, tan prolijo en la relacion de la guerra de las comunidades, nos dé tan escasas y diminutas noticias de los últimos sucesos de Toledo durante el mando y la defensa de la viuda de Padilla, omitiendo muchos de los mas característicos é importantes. El que mejor y con mas estension trata este periodo

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es Ferrer del Rio en el cap. 41. de su Historia de! Levantamiento, con arreglo á los datos sacados de Alcocer, Relacion de las Comunidades, de las Probanzas de Gutierre Gomez de Padilla, de una relacion escrita por un criado de doña María Pacheco y de la Coleccion de documentos inéditos.

CAPITULO VII.

SUPLICIOS.

PERDON DEL EMPERADOR

1522

Venida del emperador á España.-Su conducta con los comuneros vencidos.-Medidas de rigor: suplicios.-Quejas del almirante sobre la calidad de los jueces y la forma de los procedimientos.-Perdon general.-Son esceptuados del perdon cerca de trescientos.Injustas y apasionadas alabanzas de los historiadores á la clemencia del emperador.➡ Sentida desaprobacion de su rigor por parte del almirante.-Suplicio del conde de Salvatierra. Severidad de don Cárlos.-Piadosos consejos del padre Guevara.-Suplicio del obispo Acuña.

Aparte de los suplicios de Padilla, Bravo y Maldonado en Villalar, y de algunas ejecuciones con que el prior de San Juan ensangrentó el cadalso levantado en Toledo, los vireyes y los magnates vencedores no habian hecho alarde de crueldad despues de vencidos los populares y sosegado el reino. Muchos comuneros notables se hallaban presos en varias ciudades y fortalezas, pero aplazado habian su castigo los gobernadores, ó por innecesario yá, ó por apartar de si la odiosidad del rigor, ó tal vez con la intencion noble de que el emperador se acreditára de clemente usando con ellos la prerogativa de perdonar. Faltaba saber si Carlos de Alemania y de España, que no habia corrido como ellos personalmente los peligros de la guerra, optaria por el camino de la indulgencia ó por el de la severidad.

Si hubiéramos de guiarnos por los encomios que le prodigan los historiadores sus panegiristas, le calificariamos nosotros, como ellos, de clementísimo (1). Mas los documentos, que son la verdadera luz histórica, nos obligan con sentimiento nuestro á separarnos en esta parte de lo que han trasmitido escritores por otro lado muy respetables, pero que escribiendo bajo la influencia de aquel monarca ó de sus hijos y sucesores, ó tuvieron la flaqueza ó se vieron en la necesesidad de tributar inmerecidas alabanzas ǝl que tenia en su mano el poder, ó al menos dejaron correr sus plumas con menos imparcialidad de la que fuera de apetecer. De clemencia y de rigor, de todo usó Cárlos V. Los hechos nos dirán cuál de estos dos medios fué el que preponderó.

Presos, ocultos, fugitivos ó atemorizados hacía meses los comuneros, sufriendo en todas partes la suerte de los vencidos, sometidas las ciudades, aterrados los pueblos y sin fuerza moral, muchos de los populares habian peleado ya en las filas del ejército real contra los franceses en Navarra, cuando por las causas que en otro lugar esplicaremos regresó Cárlos V. á España, desembarcando en Santander (16 de julio, 1522), y trayendo consigo bastantes flamencos y un cuerpo de cuatro mi alemanes, contra las peticiones tantas veces hechas por las córtes y por las ciudades españolas. De Vitoria partieron sus vireyes á besarle la mano y á darle cuenta de su administracion, y despues de haber conferenciado se trasladó el emperador á Palencia (6 de agosto). Alli se ocupó en tomar medidas para castigar á los que resultára haber tenido mas parte en el movimiento de las comunidades, ó escitado á él, ó acaudillado tropa de los populares. Consecuencia inmediata de estas medidas fueron los procesos que se formaron, y las sentencias que llevaron al patibulo á Alonso de Sarabia, procurador de Valladolid, á Pedro Maldonado Pimentel, al licenciado Bernardino y á Francisco de Mercado, capitan de la gente de caballeria de Medina del Campo (2).

En Maldonado Pimentel mediaba la circunstancia de haberse librado del suplicio de Villalar por intercesion y particular empeño de su pariente el conde de Benavente. No le valió ahora ni el deudo ni la recomendacion de uno de los magnates que mas ardientemente habian peleado contra los comuneros y en defensa del emperador. Enviado fué al patibulo como os otros (3). Igual fin tuvieron otras muchas personas notables; entre ellas

(1) El obispo Sandoval encabeza el pårrafo ó número 21 del libro IX de su Historia con el epigrafe: Notable clemencia del emperador.

(2) Archivo de Simancas, Comunidades de Castilla, núm. 6, donde se hallan las co

pias de las sentencias y los testimonios de las ejecuciones.

(3) Su sentencia decia; «Debemos condenar y condenamos al dicho don Pedro Pimentel..... á pena de muerte natural, la cual le sea dada desta manera: que sea sacado la

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