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«que en albricías de tan gran victoria se alaben de vuestra clemencia, y "no se quejen de vuestro rigor. Las mugeres de los infelices hombres están pobres, las hijas están para perderse, los hijos huérfanos y los pa<rientes están afrentados; por manera que la clemencia que se hiciere con "pocos redundará en remedio de muchos..... (1)»

Un año despues de este sermon, y á los cinco de haberse acabado la guerra de las Comunidades, expiaba el obispo Acuña sus estravíos y escesos en un patibulo y era colgado de una almena en la fortaleza de Si

mancas

Tal fué la clemencia del emperador con los comuneros, y tales las consecuencias de su funesto perdon general.

(1) Cartas familiares de Fr. Antonio de Guevara, part. I.

Creeríamos dejar incompieta la relacion los de su malogrado esposo. Mas esto no pudel levantamiento, guerra y fin de las comu- do tener efecto, á pesar de las vivas diligennidades, si no diéramos una breve noticia cias que para ello practicó el bachiller Juan de la suerte que corrieron algunos de los de Losa, su capellan.-Dicese que era muy principales personages que sobrevivieron á versada en la Sagrada Escritura, en historia, su terminacion. y en matemáticas, y muy docta en latin y en griego.

Doña Maria Pacheco, viuda de Padilla. -Despues que esta ilustre y desgraciada heroina se refugió en Portugal, anduvo algunos meses como errante de poblacion en po. blacion, á causa de las reclamaciones que el emperador hacía al monarca de aquel reino para que hiciese salir de él á los comuneros refugiados, hasta que pudo alcanzar del portugués que la permitiese subsistir alli, y entonces fijó su residencia en Braga, cuyo arzobispo le dió un magnífico hospedage. Alli permaneció de tres á cuatro años, hasta que lo delicado de su salud la obligó á trasladarse á Oporto, y se hospedó en las casas del obispo don Pedro de Acosta, que se hallaba en Castilla de capellan mayor de la emperatriz. Este prelado trabajó por espacio de tres años consecutivos por alcanzar el indulto imperial para doña Maria; le obtuvo para sus criados, pero no le fué posible conseguirle para la viuda de Padilla, que al fin falleció agobiada de disgustos y llena de achaques, en marzo de 1531.

Dejó encargado en su testamento que se la enterrase en San Gerónimo de Oporto, y que despues de consumido su cuerpo se lle vasen sus huesos á Villalar para unirlos con

Don Pedro Giron.-Hemos visto este personage, que tan poco envidiable papel hizo en la guerra de las comunidades, entre los esceptuados del perdon, sin que hubiera sido bastante recomendacion para con el monarca su innoble comportamiento con los populares. Sin embargo, debió después tenérsele en cuenta este servicio, puesto que fué el único que alcanzó el indulto y logró reconciliarse con el emperador. Verdad es que habia abrazado con ardor la causa imperial en la guerra de Navarra, en la cual salió herido, y valiéronle ademas los empeños y ruegos del conde de Ureña, su padre, y la intercesion del almirante, su deudo, que fué mas afortunado con él que el conde de Benavente con Maldonado. Don Carlos le perdonó á condicion de que fuese á Oran á hacer la guerra á los turcos. Hízolo asi Giron; en ella recibió una herida peligrosísima en la cabeza; y una sorpresa importante que hízo á los turcos le volvió á la gracia del emperador, el cual le permitió regresar á España, y le colmó de gracias y mercedes, da que disfrutó poco tiempo, pues murió en Sevilla en abril de 1531, muy poco despues que

doña María Pacheco.-Gudiel, Historia de los Girones, fol. 451, y siguientes.

El obispo Acuña.-Preso, como dijimos, este famoso y turbulento prelado antes de ganar la frontera de Navarra cuando se fugó de Toledo, y encerrado á cargo del duque de Nájera en la fortaleza de Navarrete, fué después trasladado de órden del emperador á la de Simancas, de lo cual se sintió no poco aquel magnate, tomándolo como una señal de desconfianza, y como un agravio hecho á su persona. Encargó el emperador el proceso del obispo de Zamora al de Oviedo. Pero elevado el cardenal Adriano, regente de Castilla, al pontificado, admitió á su gracia y clemencia al procesado obispo, y le hizo remision de todos los crímenes cometidos en tiempo de las comunidades. Muerto por su desgracia el papa Adriano (setiembre, 1523), fué de nuevo encausado por el obispo de Burgos, de cuyo proceso salió triunfante. Otra vez, sin embargo, se procedió contra él por breve del papa Clemente VII (abril, 1524), que encomendó las actuaciones al arzobispo don Antonio de Rojas, presidente del Consejo. A los pocos dias se presentó contra él una terrible acusacion como promovedor principal de las revueltas pasadas, como desleal á su patria y á su rey, y como mal ministro de la iglesia. Notificósele el auto del presidente para que en el término de 15 dias diera sus descargos por medio de procuradores: alegó el obispo haber sido perdonado va por el pontifice, pero acusado en rebeldía, tuvo que nombrar sus procuradores.

Durante este tercero, ó cuarto proceso, no perdonó medio el obispo para ver de ablandar la cólera del emperador. Dirigiale frecuentes cartas y esposiciones recordando sus antiguos padecimientos por servicios á su abuelo y padre don Fernando y don Felipe, y en una de ellas le traia á la memoria que por obra suya se habian sostenido Fuenterrabia y San Sebastian. Otras veces ponía por intercesor al duque de Nassau. Ni las súplicas del preso, ni los motivos de júbilo que al emperador deparaba la prosperidad de sus armas, alcanzaban á ablandar el corazon de Carlos. Ni siquiera la alegría de sus bodas con doña Isabel de Portugal inspiró al emperador un rasgo de clemencia para con Acuña, por mas gestiones que éste hizo con ocasion de tan fausto acontecimiento.

El proceso parecia haberse estancado; cl obispo llevaba ya cinco años de prision, insoportable para un genio inquieto, vivo y bullicioso como el suyo, y no viendo el término que podria tener, y cansado de la inutilidad de los ruegos, le entró la desesperacion, y meditó recurrir á su propia industria para ver de lograr por la violencia lo que ya por otros medios habia perdido toda esperanza de conseguir. Al efecto procuró entenderse con el alcaide Mendo de Noguerol, y con otras personas de las que habitaban en la fortaleza ó entraban en ella, como una esclava de aquél llamada María, un criado del mismo, nombrado Esteban, y el clérigo don Bartolomé Ortega que celebraba misa en el castillo, decidido á emplear para su evasion el soborno, y cuando éste no aleanzase, la fuerza. Con el capellan llegó á cartearse, y con los otros á tener entrevistas y entenderse. Asi logró proveerse de tres armas, una especie de maza y dos cuchillos, uno de los cuales habia sujetado à la punta de un palo con clavos y cuerdas á manera de pica, y ademas un guijarro que guardaba en una bolsa de cuero como si fuese el breviario. Sus medios de seduccion parece que se estrellaron contra la incorruptibilidad del alcaide Noguerol, que sin faltar á los miramientos que debia á la alta dignidad del preso, no se olvidaba de su deber como guardador y responsable de su persona.

Una tarde (25 de febrero, 1526), en una larga conferencia entre el obispo y su guarda, parece que aquél esforzó sus artificios para obtener de éste alguna mas libertad y desahogo en la prision, y que éste se mantuvo inaccesible á los halagos, que versaban principalmente sobre cesion de beneficios que Noguerol deseaba para sus dos hijos Francisco y Leonardo. Entonces el obispo ya no pu do reprimir su arrebatado genio, y con el guijarro que guardaba en la bolsa descargó un terrible golpe en la cabeza del alcaide, que le dejó aturdido, derribóle al suelo, y con uno de los cuchillos le remató á puñaladas, echándole después encima el brasero para asegurar mas su muerte, y por último le ató al pié de su cama. Hecho esto, aprestó el prelado homicida sus dos cuchillos, sonó una campanilla, á cuyo llamamiento subió el hijo de alcaide, Leonardo: «Entra, le dijo el prelado, saliéndole al encuentro, por

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que lu padre está escribiendo y te necesita. En el azoramiento de Acuña, y mas to davía en alguna mancha de sangre que observó en su vestido, comprendió el mancebo algo de lo que habia pasado, corrió por una espada, volvió á subir á la prision y acometió al obispo. Defendióse éste con su pica, y despues de alguna lucha retrocedió el jóven, bajó la escalera, tras él marchó Acuña, pero los 65 años y poca agilidad de sus piernas despues de tanto tiempo de prision no le permitieron alcanzarle: el fugitivo mancebo cerró tras sí la puerta del castillo y se dió á vocear por el pueblo, dejando al obispo encerrado: el cual se dirigió á las almenas del castillo, con intento de arrojarse fuera de la fortaleza y emprender su fuga.

A caballo en el adarve le encontraron los vecinos de Simancas, que á las voces del hijo de Noguerol acudieron corriendo desde la iglesia. Rogáronle los alcaldes que se volviera al cubo, y bajo el seguro y la confianza de sus personas lo ejecutó el prelado, no sin que el hijo de su víctima se tomára el atrevimiento de poner su mano con violen cia en las espaldas del obispo. Juntos se encaminaron á la prision, donde hallaron caliente todavía el cadáver. Inmediatamente pasaron de Valladolid á instruir el correspondiente proceso los alcaldes Menchaca y Zárate. En las declaraciones pintó el obispo el suceso de la manera mejor y menos desfavorable que le sugirió su maña; tomadas es taban tambien las confesiones á sus cómplices, y en tal estado, muy adelantado ya el proceso, no pareciendo á la corte del rey bastante rígidos en sus actuaciones los alcaldes Menchaca y Zárate, se envio a Simaneas de real órden al terrible y famoso alcalde Ronquillo con un asignado de mil quiey nientos maravedis al dia, y con un escribano y dos alguaciles, para que fallára sumariamente la causa. Sabido es que el feroz Ronquillo, sobre ser el mas furioso enemigo de los comuneros, lo era personal de Acuña, y deseaba vengarse de haberle tenido preso en el castillo de Fermoselle.

Indignó á Acuña verse sometido à un juez como Ronquillo, y tener que comparecer á su presencia con grillos en los pies y sujetas con esposas las manos. A todas las preguntas del nuevo magistrado ó contestó negando ó respondió con evasivas. Examina

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dos los cómplices y testigos, y puestos å tor mento y martirizados, nada averiguó Ronquillo que no hubiesen confesado ya á los otros alcaldes. Procedió en seguida á dar tormento al prelado: «lo que tengo dicho es y no sé mas: pero en el tormento diré lo la verdad, dijo éste al prepararse á sufrirle, que sepa y lo que no sepa.» En efecto, do órden del alcalde el verdugo de Valladolid, Bartolome Zaratan, ató las manos y los pies al obispo, sujetó ademas éstos con grillos y con una cadena á una pesa de hierro de cuatro arrobas, y de las manos subia una maroma colgada de una garrucha. Por tres veces tiró el verdugo de ella hasta levantar al obispo del suelo: á cada tiron prometia dete. Sintió al fin que se le descoyuntaba el cir la verdad, y luego respondia evasivamencuerpo, y no pudiendo sufrir aquel dolor horrible, hizo algunas declaraciones incompletas y vagas, concluyendo por suplicar al alcalde que se abstuviese de hacerle mas preguntas, pues serian inútiles. Pidió un abo-gado y un procurador, conforme à derecho y le fué negado. Lleváronle al fin á la cama, donde habia de pasar la última noche de su agitada y azarosa vida.

tró el escribano con los alguaciles à notifiA la mañana siguiente (23 de marzo), encarle la sentencia del alcalde, que le condenaba, asi por haber movido escándalos y bulicios en Castilla en ausencia del rey, como por haber dado muerte al alcaide de la fortaieza de Simancas Mendo Noguerol, á ser agarrotado á una de las almenas por donde quiso fugarse. En la misma mañana otorgó Acuña su testamento, en que ordenó se le enterrára en San Ildefonso de Zamora, é bizo bastantes mandas á varias iglesias, entre ellas á la de Simancas, á la cual dejó una renta anual de doce mil maravedis, con cargo de una misa, todos los viernes por su anima y las de sus bien hechores, y de Mendo Noguerol. Concluido el cual, se preparó á bien morir, y todo se hizo con tal precipitacion, que antes de la tarde se le sacó al suSimancas, atribulados de verle en tan terriplicio. Acompañáronle todos los clérigos de ble trance, y asombrados de la presencia de ánimo con que marchaba al patibulo, entonando con mas entera voz que ellos el salcion se prosternó el obispo, oró con devomo de David Al llegar al lugar de la ejecu

cion, puso la cabeza sobre el repostero, y le y bóveda subsisten aun garfios y argolles. dijo al verdugo: Yo te perdono, y empezan- Tambien hemos consultado la Historia MS. do tu oficio, procura apretar recio.» El de Simancas por el licenciado Cabezudo, que ejecutor le echó al cuello el lazo fatal, y le da muy curiosas noticias suministradas por dejo colgado de la almena. testigos de vista de la catástrofe.

Tal fué y tan desastroso el fin del famoso don Antonio Acuña, obispo de Zamora.

De los cómplices en su tentativa de fuga, el criado del alcaide, Esteban, fué condenado en ausencia á ser ahorcado donde quiera que fuese habido: el presbitero don Bartolo mé Ortega fué puesto bajo la jurisdiccion eclesiástica por aquel mismo Ronquillo, que no habia tenido escrúpulo en entregar al verdugo un prelado de la Iglesia, bien que criminal é indigno: á la esclava Juana le dió tormento metiéndole astillas de tea por las uñas, y la sentenció á ser azotada por las calles, y por último á que le cortáran la lengua; todo lo cual fué ejecutado.

Hemos tenido presente para esta reseña el proceso original del obispo Acuña, que existe en el Archivo de Simancas, cuyo edificio es la fortaleza misma en que estuvo preso y fué ejecutado, y muchas veces hemos visitado el lugar de su prision y la pieza destinada al tormento, en cuyas paredes

Réstanos rectificar una inexactitud de las muchas de esta especie en que incurrió Sandoval por empeñarse en defender la clemencia del emperador. Hablando del proceso y suplicio de Acuña, dice: «Todo esto se hizo sin saberlo el emperador, á quien pcsó mucho de ello » Lib. IX. párr. 28.

Tan lejos estuvo de ignorarlo el emperador ni de pesarle de ello, que lo mando él mismo, y felicitó á Ronquillo por lo bien que habia desempeñado su comision. «Lo que habeis fecho en lo que llevásteis mandado (le decia) ha sido como vos lo soleis facer y habeis siempre fecho en lo que entendeis: yo os lo tengo en servicio: y pues ya eso es fecho, en lo que resta, que es mandar por la absolucion, yo mandaré que con diligencia se procure tan cumplida como conviene al descargo de mi real conciencia y de los que en esto han entendido.» La absolucion vino, como era de esperar, interesándose en ello el emperador

CAPITULO VIII.

LAS GERMANÍAS DE VALENCIA.

be 1519 1522.

Origen de las Germanías.-Opresion en que vivia la clase plebeya en Valencia: injusticias y tiranías de los nobles.-Lo que sirvió de pretesto á la plebe para insurreccionarse.Alzamiento en Valencia.-Junta de los Trece.-Por qué se llamó Germania.-Alarma de los nobles.-La conducta del rey alienta á los plebeyos.-Alarde de fuerza de los sublevados.-Alzamiento en Játiva y Murviedro.-Nombramiento de virey.-Gran tumulto en Valencia.-Fuga del virey conde de Mélito.-Guerra de las Germanias.-Fidelidad de Morella al rey.-Demasías y escesos de los agermanados.-Suplicios horribles ejecutados por plebeyos y nobles: escenas sangrientas.-Fuerzas respetables de uno y otro bando: batallas: sitios de ciudades.-Agermanados célebres: Juan Lorenzo: Guillen Sorolla: Juan Caro: Vicente Peris.-Alzamiento de moros en favor de los nobles.-Imponente motin en Valencia, y sus causas.-Grande espedicion del ejército de la germanía.-Auxilio que reciben los nobles.-Derrota de los agermanados en Orihuela.—Anarquía en la capital.-Rendicion de la capital al virey.-Germanias de Játiva y Alcira: guerra obstitinada.-Suplicios horribles en Onteniente.-El marqués de Zenete.-Vicente Peris en Valencia.-Accion sangrienta que motiva en las calles de la ciudad.-Su temerario valor. -Es cogido y ahorcado: es arrasada su casa.-Prosigue la guerra.-El Encubierto.Es hecho prisionero y decapitado en Játiva.-Quién era el Encubierto.-Rendicion de Játiva y Aleira.—Fin de la guerra de las Germanías.-Persecucion y suplicio de los agermanados.-Reflexion sobre esta guerra.

Con fatales auspicios se habia inaugurado en España el reinado de Cárlos I. Mientras agitaban al antiguo reino castellano las alteraciones que acabamos de referir, disturbios de carácter aun mas sangriento afligian otra de las mas bellas porciones de la monarquía, y al tiempo que ardia en los feraces campos de Castilla la guerra de las Comunidades, ensangrentaba cl fértil suelo valenciano la guerra de las Germanias. Daremos idea de lo que fué aquella revolucion popular, ni de todo punto desemejante, ni tampoco de la misma indole que la de Castilla, y sin conexion ni coherencia entre sí. TOMO VI. 40

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