Imagens das páginas
PDF
ePub

agermanado Oller, cuyo interrogatorio habia servido para condenar á Sorolla, su cabeza fué llevada á Valencia, y colocada á una esquina de la casa de la ciudad. Su casa fué arrasada como la de Vicente Peris. El nombre de aquel famoso tejedor, individuo del gobierno de los Trece, y uno de los mas audaces caudillos de las germanías, se conserva inscrito en la calle misma en que vivia, que desde entonces se ha llamado calle de Sorolla. Igual fin que Sorolla tuvieron Juan Caro y otros gefes de la germanía. La muerte, el destierro ó la fuga fueron haciendo desaparecer á todos los ågermanados de alguna cuenta, y los gremios de Valencia, y en general todas las clases de menestrales y artesanos, todos los que se llamaban plebeyos, fueron objeto de una activa persecucion, sufrieron la triste suerte de los vencidos, y fueron recargados de gravisimos impuestos. Un escritor valenciano hace subir å catorce mil el número de víctimas que costó la guerra de las germanías (1).

Asi sucumbió casi á un tiempo y de un modo igualmente trágico la clase popular en Castilla y en Valencia, y en uno y otro reino quedó victoriosa y pujante la clase nobiliaria. Diversas en su origen y en sus tendencias las dos revoluciones, sobrábanles á los populares de ambos reinos motivos de queja, y aun de irritacion, á los unos por las injusticias y las tiranías con que los oprimian los nobles, á los otros por la violacion de sus fueros y franquicias que sufrian de parte de la corona. Para sacudir la opresion ó reivindicar sus derechos acudieron unos y otros à medios violentos, cometieron los escesos que acompañan de ordinario á los sacudimientos populares, fueron en sus pretensiones mas allá de lo que consentia el espíritu de la época y de lo que convenia á ellos mismos; les sobró valor é intrepidez, y les faltó direccion y tino; ambos movimientos fueron mal conducidos, y entre sus muchos errores el mayor para ellos fué haber obrado aisladamente y sin concierto los de Valencia y los de Castilla. Aun asi estuvo Carlos de Gante á peligro de perder su corona de España mientas ceñia en sus sienes la del imperio aleman. Pero una y otra revolucion sucumbieron, y las guer. ras de las Comunidades y de las Germanías dieron por resultado el engrandecimiento de la autoridad real y la preponderancia de la nobleza.

(1) La isla de Mallorca, donde se habia propagado tambien la revolucion de las germanías, con los mismos horrores que en Va

lencia, se rindió y sometió al poco tiempo á consecuencia de una armada que envió allá el emperador.

TOMO VI.

11

CAPITULO IX.

CORONACION DE CARLOS V.

PRIMERAS GUERRAS DE ITALIA

De 1520 á 1529.

Salida de Carlos de España.-Va á Inglaterra.-Situacion, carácter y relaciones de los reyes de Francia é Inglaterra.-El cardenal Wolsey.-Alianza de Cárlos con Enrique VIII. -Coronacion de Cárlos V. en Aix-la-Chapelle.-Entrevista de Francisco 1. de Francia y Enrique VIII. de Inglaterra en el Campo de la Tela de Oro.-Relaciones entre los monarcas y príncipes de Europa.-Guerra del Luxemburg.-Rompimiento entre Cárlos V. y Francisco I.-Guerra de Navarra.-Toman los franceses á Pamplona y sitian á Logroño. Son rechazados.-Guerra de Milan.-Alianza entre el emperador, el papa y Enrique VIII.-Los franceses espulsados de Milan. Muerte del papa Leon X.-Eleccion de Adriano, regente de Castilla.-Nueva guerra y derrota de franceses en Lombardia.Vuelve Cárlos V. á Inglaterra.-Guerra entre ingleses y franceses.-Regresa el emperador á Castilla.

Gana y deseo vehemente teniamos ya de dar algun desahogo al espiritu fatigado del sombrio cuadro de las guerras civiles, y de apartar nuestra vista de los campos de Castilla y de Valencia regados con sangre española, vertida por españoles mismos en batallas y cadalsos, y de espaciarla por mas ancho horizonte, y de distraer nuestro ánimo y el de nuestros lectores con espectáculos de otra índole que estaban representándose en otro mas vasto teatro.

Y en verdad, tan pronto como se tienden al viento las velas de la nave

que desde las aguas de la Coruña conducia á Cárlo s de Gante á los dominios del imperio que acababa de heredar (mayo, 1520), desde aquel momento no puede men os de desplegarse á los ojos de nuestra imaginacion el cuadro general de la Europa, en que el regio navegante está llamado á representar el primer papel. En efecto, el nieto de los Reyes Católicos, jóven de veinte años, pero rey ya de Castilla, de Aragon, de Navarra, de Valencia, de Cataluña, de Mallorca, de Sicilia, de Nápoles, de los Paises Bajos, de una parte de Africa, y de las vastas islas é ilimitados continentes del Nuevo Mundo, va á agregar á tan grandes y ricas coronas la del imperio aleman, cuya elevadisima posicion le ha de obligar á entenderse con todos los soberanos de Europa, y á tomar una parte principalisima en todas las grandes cuestiones y en todos los grandes intereses del mundo y del siglo; de un mundo y de un siglo en que encontraba ya dominando príncipes tan grandes como Francisco I. de Francia, como Enrique VIII. de Inglaterra, como Soliman el Magnífico de Turquia, y como Leon X., que desde la silla de San Pedro regia y gobernaba la cristiandad; «ca da uno de los cuales, hemos dicho en otra parte, hubiera bastado por si solo para dar nombre à un siglo (1)..

Francisco I. de Francia, rival ya de Cárlos desde sus frustradas pretensiones al imperio, con todo el resentimiento de un pretendiente desairado, y con toda la envidia que inspira el amor propio mortificado con la preponderancia alcanzada á los ojos de Europa por otro contendiente mas feliz (2); soberano de un reino grande, enclavado en el centro de Europa, y fuerte por la unidad que acababa de alcanzar; dotado de un espíritu caballeresco, que no cuadraba ya á la época, pero alimentado por la lectura de los libros de caballería; dueño del Milanesado, que el imperio aleman miraba como feudo suyo, y cuya investidura no habia logrado aun el monarca francés; con pretensiones todavía al reino de Nápoles, de que su antecesor habia sido desposeido por Fernando el Católico; conservandolas Carlos al ducado de Borgoña, que el astuto Luis XI. de Francia habia desmembrado de la herencia de Cárlos el Temerario; interesado Francisco en que se restituyera el reino de Navarra á Enrique de Albret, y con aspiraciones el rey de Francia á dominar sobre las dos vertientes de los Al

(1) Discurso preliminar, tomo 1., pági- fuerzos; mas luego que ella haya designado

na 92.

(2) Cuéntase que decía el monarca francés cuando se agitaban las pretensiones: «Cortejamos á una misma dama; empleemos cada cual para lograrla todos nuestros es

al rival mas dichoso, toca al otro conformarse y quedar tranquilo.» Pronto habia de acreditar que tales propósitos se hacen mejor que se cumplen.

pes, puédese discurrir cuán imposible era augurar ni prometerse que se mantuvieran amigos dos jóvenes principes, entre quienes tantos y tan graves y complicados motivos de rivalidad existian, á pesar del tratado de paz de Noyon (1). Para un caso de rompimiento, Cárlos contaba con mucho mayor poder y con mucho mas vastos dominios que Francisco, pero de tal manera desparramados, que no le habia de ser posible colocarse nunca en el centro, de modo que pudiera atender fácilmente á las necesidades que en los puntos estremos pudieran ocurrir. La Francia, mucho mas pequeña que la totalidad de aquellos inmensos estados, pero mas fuerte que cada uno de ellos, estaba en mas ventajosa posicion para defenderse y para ofender.

Enrique VIII. de Inglaterra, que habia reunido en su persona los opuestos derechos de las familias de Yorck y de Lancaster; que habia subido al trono en una de las épocas mas felices para su pueblo; que habia heredado paz y tesoros; activo, emprendedor, ambicioso, diestro en los ejercicios militares, y con un carácter acomodado á las inclinaciones de sus súbditos, se hallaba en una posicion de todo punto diferente de la del monarca francés. Separada la Inglaterra del continente enropéo, al abrigo de una invasion estraña, dueña del puerto de Calais, que le abria la entrada en Francia y le franqueaba el camino á los Paises Bajos, hallábase el rey Enrique en disposicion de mantenerse neutral, de poder ser mediador entre Cárlos y Francisco, y de impedir el desequilibrio européo que pudiera ocasionar la preponderancia de uno de los dos rivales. Pero no tenia Enrique ni la habilidad ni la calma para mantener tan ventajosa posicion, y sobrábale pasion y vanidad para conocer como debiera sus verdaderos intereses y los de su reino. Verdad es que tanto como á su carácter culpa la historia á los consejos y al influjo de su primer ministro y favorito el cardenal Wolsey, hombre devorado de la ambicion y de la codicia, y lleno de orgullo por la solicitud con que los príncipes mismos buscaban su amistad y le adulaban, como el mejor medio para congraciarse con el rey (2).

(1) En este célebre tratado (13 de agosto de 1516), se habia concertado entre otras cosas el matrimonio de Cárlos con Luisa, hija de Francisco de Francia, niña de pocos meses; como en seguridad del auxilio y asisten cia que se habian prometido, aun en sus respectivas conquistas.

(2) He aquí el retrato que hace Robertson de este prelado: «De la hez del pueblo, dice, habia este hombre subido á una elevaeion que no habia podido alcanzar vasallo alguno, pues dominaba como amo imperioso

al mas orgulloso é intratable de los reyes. Sus cualidades le hacian apropósito para sostener el doble papel de ministro y favorito. Un juicio profundo, una aplicacion infatigable y un conocimiento cabal del estado del reino, unido al de los intereses y miras de las cortes estrangeras, le hacian capaz de ejercer la autoridad absoluta que se le habia confiado; mientras que sus finos modales, la gracia de su conversacion, su insinuante genio, su gusto por la magnificencia y sus progresos en el género de literatura

Ilabia logrado el rey de Francia granjearse el favor del cardenal inglés, halagando su codicia con una considerable pension, y su vanidad consultándole en los mas árduos é importantes negocios, y por su mediacion habia ajustado el casamiento del delfin con la hija de Enrique, y concertado tener los dos monarcas una solemne entrevista, á que asistiera todo lo mas brillante de las córtes de Europa. Temiendo el rey Cárlos de España las consecuencias de esta union, determinó ganar á su rival por la mano, y desde la Coruña se dirigió á Inglaterra, desembarcando en Douvres (26 de mayo, 1520), sin avisar de ello á Enrique, á quien sorprendió y halagó tan inesperada visita. En solos cuatro dias que permaneció Cárlos en Inglaterra consiguió atraerse y separar de la amistad de la Francia al rey Enrique y á su ministro favorito; á éste, prometiéndole todo su valimiento para que un dia cambiára el capelo de cardenal por la tiara pontificia, que sabia ser el sueño dorado de Wolsey: á aquél, ofreciendo hacerlo árbitro de todas sus diferencias con Francisco I. Seducidos ambos con tan bellas promesas, agasajaron á Cárlos á competencia, y Enrique le dió palabra de pagarle su atencion, volviéndole la visita en los Paises Bajos, tan luego como tuviera la acordada entrevista con el francés.

Despidiéronse con esto afectuosamente ambos monarcas, y Cárlos se reembarcó para Flandes, donde permaneció poco tiempo, y de alli partió á Aixla-Chapelle, ciudad designada en la Bula de Oro para la coronacion de los emperadores. Alli, con la mas suntuosa magnificencia, y á presencia de la asamblea mas brillante y mas numerosa que ja más se habia visto, vestido Cárlos de una ropa talar de brocado, con un rico collar al cuello, se hizo la solemne ceremonia (23 de octubre), ungiendo sus manos y colocando la corona de Carlo-Magno en su cabeza los arzobispos de Colonia y de Tréveris (1).

Antes de esto se habia verificado ya en Ardres, ciudad de la costa de Francia, la célebre y fastuosa entrevista de Francisco I. y Enrique VIII. en la llanura llamada Campo de la Tela de Oro; famosa reunion, por el lujo, el boato y la esplendidéz que ostentaron los nobles de ambos reinos, que como dice un escritor francés (2), «llevaban sobre sus cuerpos sus molinos, sus bosques y sus prados:» fiesta de placer y de etiqueta, solemnizada por

que mas agradaba á Enrique, le captaban la confianza y el afecto del jóven rey. Lejos estaba Wolsey de emplear en bien de la nacion, ó del verdadero engrandecimiento de su amo, la amplia y casi régia autoridad de que gozaba, antes codicioso y pródigo á la vez, nunca se saciaba de riquezas, etc.» His

toría del Emperador Cárlos V. lib. II.

(1) El obispo Sandoval, en el lib. X. de su Historia de Carlos V., trae todo el largo ceremonial de la entrada del emperador en Aix-la-Chapelle (Aquisgran) y de su coronacion.

(2) Du Bellay.

« AnteriorContinuar »