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CAPITULO XIV.

ESPAÑA.

SUCESOS INTERIORES

De 1524 á 1529.

Sublevacion de los moros en Valencia.-Sus causas.-Medidas y providencias del empera dor para reducirlos.-Conversiones ficticias.-Rebelion y sumision de los de Benaguacil. -Gran levantamiento de moros en la sierra de Espadan.-Guerra.-Dificultades para someterlos.-Son vencidos y subyugados.-Movimiento de los moros de Aragon.-Quejas de los de Granada.-Providencias para traerlos á la fé.-Reclamaciones que hicierou, y gracias que se les otorgaron.-El palacio de Cárlos V. en Granada.-Carácter de las córtes de Castilla en este tiempo.-Las de Toledo y Valladolid: firmeza é independencia con que obraron,-Las córtes en Aragon.-Córtes de Monzon.-Peticiones notables. Situacion de los príncipes franceses en Castilla: cómo eran tratados los hijos de Francisco I.-Prepárase el emperador á salir de España.-Cárlos V. en Zaragoza.-Canal imperial de Aragon.-Pasa el emperador á Barcelona.-Embárcase para Italia.

De tal magnitud é interés eran los acontecimientos europeos, en que et emperador Cárlos V. aparecia como el principal movedor ó agente, que los historiadores de este reinado, en general, olvidando la España por Europa, al reino por el imperio, y por el emperador al rey, apenas apuntan ligeramente lo que aqui acontecia y pertenece á la vida propia y especial de nuestra nacion. Nosotros, historiadores de España, que vemos aqui siempre el contro natural y perenne de su vitalidad, por mas que parezca derramarse toda fucra y salirse por largos períodos de sí misma, no podemos menos de concentrarnos tambien de tiempo en tiempo para no perder de vista el enlace de su pasado, de su presente y de su futuro dentro de sus limites naturales, á que

al fin habrá de tener que reducirse. Anudarémos pues los principales sucesos interiores que aqui acontecieron desde que Cárlos regresó de Flandes hasta su marcha á Italia, para la cual quedaba preparándose en Barcelona despues de su concierto con el pontifice Clemente.

Terminadas durante su ausencia las alteraciones de las comunidades de Castilla y de las germanías de Valencia, todavía llegó á tiempo de tener que presenciar y buscar remedio á otras turbaciones, consecuencias y restos de la gran lucha pasada de los españoles con los musulmanes, que él habria oido solamente contar desde lejos, y de la mas reciente de las germanías, que tampoco habia presenciado.

El lector recordará (1) que los agermanados de Valencia hicieron recibir por fuerza el bautismo á los moros de aquel reino que se habian alzado en defensa del partido de los nobles, de quienes dependian. Pues bien, aquellos moriscos asi bautizados, como que solo cediendo á la violencia habian abjurado la fé de sus padres á que interiormente estaban muy adheridos, abandonaron pronto el culto y las prácticas cristianas, y volvieron inmediatamente á sus ritos y ceremonias muslimicas (1524), contentos con pagar doble tributo á sus señores á trueque de no renunciar á sus creencias, y tolerándolos los caballeros, asi porque habian sido sus defensores, como porque eran los vasallos que mas rentas les pagaban. Noticioso de esto el emperador por diferentes conductos, reunió una junta de teólogos en union con los Consejos de Castilla y de la Inquisicion, que se congregaron en el convento de San Francisco de Madrid, para consultarles si á los moros asi bautizados por fuerza los podria compeler á hacerse cristianos ó salir de España. Todos contestaron afirmativamente, á escepcion de fray Jaime Benet, varon eminente y docto, que por espacio de treinta y ocho años habia enseñado derecho canónico y civil en la universidad de Lérida, el cual opinó que no debia forzárselos á recibir el bautismo, porque si ántes eran moros, después serian apóstatas. Este prudente consejo fué desestimado, y siguiendo el de la mayoría espidió el emperador una real cédula (4 de abril, 1525) declarando cristianos y con las obligaciones de tales á los que de aquella manera se habian bautizado, y envió á Valencia al obispo de Guadix, comisario del inquisidor general, con oficiales del Santo Oficio y con dos predicadores, uno de ellos el célebre fray Antonio de Guevara (mayo). Estos, en cumplimiento de su comision, hicieron pregonar y citar por carteles á todos los moros, para que en el término de treinta dias viniesen á la obediencia de la Iglesia, bajo la pena de muerte y confiscacion de bienes á los rebeldes y contumaces.

(1) Véase nuestro cap. VIII. de este mismo libro,

Los mas de los moros, en vez de acudir á la citacion, se sub'cron en número de quince á diez y seis mil á la sierra de Bernia, donde se mantuvieron algunos meses; al cabo de los cuales, movidos por todo género de exhortaciones y amenazas, descendieron (setiembre) temerosos de que se ejecutáran las órdenes severas del emperador. Desde entonces y en los dos meses siguientes no se daban vagar los bandos y pregones públicos, ordenando sucesivamente que ningun moro saliera de su lugar, so pena de ser esclavo del que le hallare fuera; que llevasen un distintivo en el sombrero; que no púdieran usar armas; que no practicáran ninguna ceremonia de su antiguo rito; que asistieran á todas las solemnidades religiosas de los cristianos é hiciesen lo mismo que ellos; que en el término de tercero dia cerráran todas sus mezquitas; y que toda persona, bajo pena de excomunion, delatase á los que faltaren á cualquiera de estos mandamientos. Por último, viendo su general desobediencia, se publicó solemnemente un edicto de la magestad cesárea mandando que todos los moros, hombres y mugeres, hubieran de estar fuera del reino de Valencia para fines de diciembre, y para último de enero fuera de España, habiendo de embarcarse precisamente en el puerto de la Coruña, y marcándoles el itinerario por Requena, Utiel, Madrid, Valladolid, Benavente, Villafranca y la Coruña. La circunstancia de prescribirles para su embarque el puerto mas lejano, discurre un historiador valenciano, llevaba el doble objeto de que no se quedasen en las fronteras de Africa, y que consumieran en tan largo camino el dinero que llevaban, cuando no tuviera tambien el de que con algun movimiento dieran ocasion à que los degolláran en Castilla (1).

Apretados los moros para su marcha, acudieron los mas interesados de entre ellos, con seguro de la reina doña Germana, lugarteniente y goberna'dora del reino de Valencia, á la córte del emperador, y propusiéronle que si les otorgaba cinco anos de tiempo para hacerse cristianos le asistirian con cincuenta mil ducados. Respondióles ásperamente el emperador que no tenia necesidad de sus dineros. Suplicáronle entonces que les permitiera embarcarse en Alicante, y tambien les fué negado. Ofreciéronle que se harian cristianos con tal que en cuarenta años no los juzgára el tribunal de la Inquisicion, y la respuesta definitiva de Cárlos fué que les prorogaria el plazo de su salida hasta el 15 de enero (1526), y que si para entonces no estuviesen ya

(1) Escolano, Décadas de la Historia de Valencia, part. II. libro 10, cap. 23.-Gonzalo de Oviedo, Relacion de los sucesos, etc. MS. de la Biblioteca nacional. Reales cédu

las y edictos de 4 de abril, 14 de mayo, 13 de setiembre, 9 y 24 de octubre, 18 y 25 de noviembre de 1525.

en camino serian confiscados sus bienes y ellos quedarian esclavos (1). Toda¬ vía insistieron los moros en hacer nuevas súplicas al emperador y al inquisidor general que se hallaban en Toledo, por medio de sus síndicos que al efecto despacharon. Sus peticiones obtuvieron casi el mismo resultado que las primeras, si bien se les otorgó otra pequeña proroga de una semana para abandonar sus hogares.

Llevada por los comisionados esta última contestacion á sus correligionarios, resolvieron sucumbir á la necesidad, y pidieron el bautismo á los comisarios imperiales, los cuales los rociaron solemnemente con el agua bautismal, usando de la aspersion, por ser tan crecido su número que no era posible hacerlo de otro modo; cosa que dió gran contento al pontifice, al empe→ rador y á los inquisidores. Mas luego se supo que habian disminuido notab'emente el censo personal, y que los más se alababan de no haber quedado bautizados, por no haber tenido intencion, y hasta se jactaban muchos de no haberles tocado siquiera una gota de agua, pues para que ésta no les llegase se habian arrojado maliciosamente al suelo.

«Habia en Valencia, dice el obispo Sandoval, cuando se hizo esta conversion, veinte y dos mil casas de cristianos y veinte y seis mil de moros (2). «Y de toda esta morisma, añade el historiador prelado, no se bautizaron seis <de su voluntad; mas por no perder la hacienda se dejaban poner la crisma, ay por no verse cautivos decian que querian ser cristianos.>>

Menos hipócritas los de Benaguacil, habíanse resistido abiertamente y fortificádose en su villa, junto con los de los vecinos lugares. Menester fué que salieran de Valencia á atacarlos hasta dos mil hombres con su correspondiente artilleria. Defendiéronse valerosamente los sarracenos, y sostuvieron el sitio hasta el 15 de febrero (1526), en que habiendo acudido el gobernador Cavanillas con cinco mil soldados más, hubieron de rendirse y someterse á las condiciones de los bandos, si bien la pena de cautiverio y confiscacion se les conmutó en una multa de doce mil ducados.

Pero los mas lograron fugarse y refugiarse á la fragosa sierra de Espadan, que está á la vista de Segorbe, entre el valle de Almonacid y la villa de Onda. Alli los siguieron millares de moros de toda la comarca, resueltos á perecer á fuego y sangre en aquellos ásperos riscos antes que renegar de su fé. Lo primero que hicieron fué juntarse para nombrar un rey, recayendo la eleccion en un vecino de Algar, que tenia fama de valeroso y entendido, y se hizo llamar Zelim Almanzor. Hizo Zelim construir multitud de chozas en

(1) Escolano, ibid. cap. 26-Bando pu- (2) Sandoval, Hist. de Cárlos V. lib. XIII, blicado en Valencia el 2 de enero.

derredor de los sitios donde habia agua. Fortificó en escalones todas las laderas de la sierra, y cortando peñascos dispuso labrar lo que llamaban galgas y muelas, para derrumbarlas por las cuestas abajo contra los que intentasen subir, ademas de la escopetería y ballestería de que estaban bien provistos. Asi sucedió. Dos mil hombres que al mando del duque de Segorbe fueron de Valencia á atacarlos en aquellas rudas fortalezas, en el primer asalto que intentaron (abril, 1526) recibieron tanto daño de los tiros de ballestería, y mas de las galgas y muelas que de lo alto de los riscos sobre ellos se desgajaban, que tuvieron que retirarse con gran pérdida á Segorbe, no sin que los soldados murmuráran del duque, diciendo que hacia con poco calor la guerra, porque los mas de los rebeldes eran sus vasallos.

Aprovecháronse los moros de aquella retirada para descender á los pueblos inmediatos á la sierra á proveerse de bastimentos, y en una de estas devastadoras escursiones entraron en Chilches, lugar de cristianos viejos, degollaron los pocos vecinos que no pudieron huir, penetraron en la iglesia, y entre otras alhajas robaron la arquilla del Sacramento con las sagradas formas y se la llevaron á la montaña. La noticia de este sacrilegio inflamó en ira á los de Valencia, y aprestáronse todos á marchar á la sierra de Espadan, ansiosos de escarmentar á los sacrilegos y de rescatar tan precioso depósito de manos de sarracenos. El clero, á quien no se permitió ir á la guerra, significó su tristeza cubriendo de luto todos los altares del arzobispado como en la semana de Pasion, suspendiendo las procesiones y fiestas públicas, y no empleando sino ornamentos negros para todos los oficios divinos. Sacóse de Valencia el estandarte de la ciudad (julio), y en pos de él se puso en marcha una hueste de tres mil hombres, conducida por el gobernador y por los principales caballeros valencianos, la cual se incorporó con el duque de Segorbe y su gente en Nules. Fuéronseles agregando multitud de nobles é hidalgos de todo el reino con sus contingentes, hasta reunir un ejército formal (julio, 1526). El duque ordenó una batalla, en que venció á la morisma que andaba fuera de la montaña, persiguiéndolos hasta la falda de la sierra de Espadan, y cogiéndoles un botin que graduó en valor de treinta mil ducados. Mas no se conceptuó el de Segorbe con gente bastante para acometer una sierra tan vasta, enriscada y fortalecida.

El legado del papa Clemente, que habia venido á tratar negocios con el emperador y llegó á tal tiempo, concedió indulgencias á los que hicieran la guerra á los moros de Espadan: los caminos se cubrian de compañías de soldados que enviaban las ciudades: la diputacion, el clero, la nobleza, el comercio, todas las clases de Valencia á porfia facilitaron un empréstito cuantioso para que no faltase dinero y viandas á la gente de guerra. Con esto comenza➡

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