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acaso él mismo no quisieran perpetuarle. «Y por todas estas razones (con«cluia), y otras muchas que se podrian dar, digo que se suplique à S. M. mil veces, si tantas lo mandare, que no haya sisa. Y que yo no la otorgo ni soy en otorgalla, y que fuera de sisa á mi parecer será muy bien que «se busquen todos los otros medios que fueren posibles para que S. M. sca «servido...... Los cuales tengo por cierto que se hubieran hallado si nos "hubiéramos comunicado con los procuradores. Y que asimismo se suplique á S. M. que trabaje de tener paz universal con todos por algun tiempo. «Que aunque la guerra de infieles sea tan justa, muchas veces se tiene paz «con ellos, como la tuvieron reyes de Castilla..... y que su real persona re«sida en estos reinos; y que modere los gastos que tuviese demasiados, «con los que tuvieron los Reyes Católicos; que no aprovecharia algun servicio que á S. M. se hiciese, si no hace lo que es dicho, ántes serian muy mayores cada dia sus necesidades; que por el camino que vino á tenellas se han de ir desechando á mi parecer.»

El que con esta entereza y energía hablaba era el condestable de Castilla. el adversario mas terrible que habian tenido las comunidades, y el que más. trabajó por la destruccion de la causa popular y por la derrota de los comuneros. Ahora conocia que auxiliando desmedidamente á Cárlos en 1520 para la opresion de las ciudades, le habia colocado en posicion de aspirar á deprimir la nobleza en 1538. Ahora invocaba el apoyo del estado llano contra las pretensiones del poder, y el poder no le permitia ni siquiera comunicarse con los procuradores. Y ahora que la corona atentaba á los privilegios de la nobleza, la nobleza se sublevaba enérgicamente, pidiendo casi lo mismo. que entonces habian pedido con mas justicia y necesidad el pueblo y las ciudades.

Siete horas duró aquella sesion. Todos los magnates se adhirieron al parecer del condestable, y redactaron una propuesta pidiendo al rey que no se hablára más de la sisa; y que para arbitrar otros medios se comunicáran con ellos los procuradores. Además le presentaron otro escrito, de letra del conde de Ureña, pidiéndole que suspendiera las guerras que traia y que residiera en el reino; que solo asi se moderarian los gastos que aquellas ocasionaban, la salida que producian de tan inmensas sumas de dinero, y las vejaciones y agravios que todas las clases sufrian; y que de otra manera todos los brazos ó estamentos del reino, pues que á todos competia, acordarian de comun consentimiento el remedio que más conviniera para desempeñar su patrimonio y cubrir sus deudas. Lejos de desistir por esto el monarca, contestó á su nombre el cardenal de Toledo presentando al estamento otro papel recomendando despachasen brevemente lo de la sisa. Otra comision de diez

individuos de la nobleza fué encargada de responder al escrito imperial (28 de diciembre, 1538), y lo hizo insistiendo en los mismos capítulos y condiciones que la anterior, mereciendo su dictámen la aprobacion general del estamento, á escepcion del duque del Infantado, del de Alba y algunos otros.

Finalmente, despues de muchas contestaciones, el 1.o de febrero (1559) entró el cardenal de Toledo don Juan Tabera en el salon de la asamblea, é intimó á los próceres que S. M. imperial declaraba disueltas las Córtes: «pues ❝viendo lo que se ha hecho (dijo), le parece que no hay para qué detener caqui á vuestras señorías, sino que cada uno se vaya á su casa, ó á donde por bien tuviese (1).» Acabada la plática, preguntó el cardenal á los ministros que habian ido con él si se le habia olvidado algo, y respondieron que nó. Entonces el condestable y el duque de Nájera añadieron: «Vuestra señoría lo ha dicho tan bien, que no se le ha olvidado cosa alguna.»> Levantóse la sesion, y se dieron las Córtes por disueltas.

Desde esta fecha no volvieron á ser llamados á Córtes los grandes señores y caballeros, bajo el pretesto de que al tratarse de los impuestos y tributos públicos no podian votar en la materia los que estaban exentos de pagar las gabelas.

Escusado es decir lo enojado que quedaria el emperador de la firme y cbstinada negativa de los próceres castellanos. Cuéntase que entre él y el condestable se cruzaron palabras duras y desabridas, especialmente por parte del monarca, y que no queriendo dejar de responderle el condestable con firmeza, aunque con cortesía, llegó el emperador en su enojo á amenazarle con que le arrojaria por la galería donde platicaban, á lo cual dicen replicó sin alterarse el magnate castellano: «Mirarlo ha mejor Vuestra Magestad, que si bien soy pequeño, peso mucho (2).»

Tuvo pues el emperador, para ver de recabar del reino algun subsidio, que dirigir cartas á las ciudades como en súplica, esponiendo á cada una la necesidad y urgencia que de él tenia, apelando á su lealtad, y aun á algunas conminándolas con su desabrimiento y enojo (3). «Todos estos disgustos, adice el historiador prelado, recibia el emperador; y sus vasallos no se los «daban por mala voluntad que tuviesen, sino porque los gastos eran grandes «y el reino estaba demasiadamente cargado; que los tesoros que las guerras «consumian, y el sustento del imperio de Cárlos, y de sus estados y reinos, «casi los pagaba Castilla."

(1) Cuadernos de Córtes de Castilla. Sandoval Hist. de Cárlos V., lib. XXIV. (2) El obispo Sandoval, que refiere este caso, dice haberlo oido á quien le cro, que se halló en aquellas Cortes. Lib. XXIV, nú

mero 8.

(3) Carta del emperador á Pedro de Melgosa, regidor de Burgos: en 1o.cdo, á 7 do febreto de 1539.

Faltabale todavía á Cárlos V. oir verdad es aun mas amargas que las que habia escuchado, y no ya de boca de ningun magnate ó de algun personage político á quien pudiera atribuirse un fin interesado, sino de boca de un hombre rústico, y tanto mas fuertes cuanto que eran la espresion ingénua de la fama pública y del convencimiento propio, emitida con candidez y sin intencion.

Sucedió, pues, que, disueltas las Córtes de Toledo, vino el emperador á Madrid, y de aqui al Pardo á distraer el mal humor con el ejercicio de la montería: y habiéndose apartado de su comitiva por perseguir á un venado, vino á matarle sobre el camino real, á tiempo que pasaba un labriego que llevaba una carga de leña sobre su asno. Invitóle el emperador á que llevára el venado á la villa, ofreciendo pagarle mas de lo que la leña valiera. El rústico, sin sospechar con quién hablaba, le dijo con cierto donaire: «No veis, señor, «que el ciervo pesa mas que la leña y el jumento juntos? Mejor hicierais vos, «que sois mozo y recio, en cargar con él.» Gustóle al emperador el aire desenvuelto del rústico, y mientras llegaba quien pudiera llevar la pieza, entretúvose en hacerle algunas preguntas: preguntóle entre otras cosas qué edad tenia, y cuántos reyes habia conocido. «Soy muy viejo, señor, contestó el labriego; he conocido ya cinco reyes. Conocí al rey don Juan el segundo siendo ya mozuelo de barba, á su hijo don Enrique, al rey don Fernando, al rey don Felipe y á este Cárlos que agora tenemos.-Y decidme por vuestra vida, le preguntó el monarca; de esos ¿cuál fué el mejor, y cuál el mas ruin? «Del mejor, respondió el anciano, por Dios que hay poca duda: el rey don «Fernando fué el mejor que ha habido en España, que con razon le llamaron cel Católico. De quién es el mas ruin, no digo mas sino que por mi fé harto <ruin es este que tenemos, y harto inquietos nos trae, y él lo anda, yéndose cunas veces á Italia, otras á Alemania y otras á Flandes, dejando su muger é hijos, y llevando todo el dinero de España: y con llevar lo que montan sus rentas, y los grandes tesoros que le vienen de las Indias, que bastarian para «conquistar mil mundos, no se contenta, sino que echa nuevos pechos y tri«butos á los pobres labradores, que los tiene destruidos. Pluguiera á Dios se contentara con solo ser rey de España, que aun fuera el rey mas poderoso <del mundo?»

Viendo Carlos que no era rudo el labriego, y no insensible á la impresion que la verdad asi sencillamente enunciada produce, dijole que el emperador cra hombre que amaba mucho su muger é hijos, y que no los dejaría ni saldria de España, si no le obligára la necesidad de sostener tantas guerras contra los enemigos de la cristiandad y aun del reino español, que eran las que causaban tantos gastos, que no bastaban para ellos las rentas ordinarias de la

corona ni los pechos con que le serv ian los pueblos. En esto llegaron varios cazadores y criados de la regia comitiva, y como observase el rústico el grande acatamiento que todos hacían á su interlocutor, entró en sospechas de quién podria ser y le dijo: «¡ Aun si fuésedes vos el rey...! Por Dios que si lo supiera, muchas mas cosas os diria.» Cuentan que Cárlos, no negando ya la calidad de su persona, dijo sonriéndose al labrador que le agradecia sus avisos, pero que no olvidára las razones con que habia respondido á sus cargos: y que concedidas algunas mercedes que le mandó pedir, y en que el humilde leñador anduvo bastante corto, prosiguió su ejercicio de caza (1).

La anécdota no es inverosimil, ni puede parecer estraña al que conozca el carácter de los labriegos y gente del campo de Castilla. Las palabras del rústico no eran otra cosa que el eco de la opinion general del reino, formada por lo que á gente mas entendida oyera, y por el propio instinto popular, que en estas materias pocas veces va descaminado; y aquellas palabras debieron hacer mas efecto al emperador que las razones y discursos con que hubiera sido censurada su politica en las Cortes.

Durante esta su corta permanencia en España tuvo la desgracia y la pesadumbre de perder la emperatriz, que murió en Toledo de parto (1.o de ma yo, 1539), á poco de haber dado á luz un niño tambien sin vida. La muerte de esta escelente señora fué muy sentida y llorada en todo el reino, porque á su notable hermosura reunia las mas bellas prendas del alma, y adornábanla grandes y muy escelsas virtudes. Contaba entonces treinta y ocho años de edad, uno menos que su marido. Hiciéronsele suntuosísimas exéquias, y fué llevada á enterrar á la real capilla de Granada, con numerosa y brillante procesion de prelados, clérigos, grandes, títulos y caballeros. Hasta el rey Francisco I. de Francia le hizo unas solemnísimas honras fúnebres (2).

(1) Reffere esta anécdota el obispo Sandoval en el lib. XXIV, número 10 de su Historia de Cárlos V.

(2) La emperatriz doña Isabel era hija de los reyes de Portugal don Manuel y doña María, hija ésta de los Reyes Católicos. No

se logró de ella mas sucesion varonil que el príncipe don Felipe, de edad entonces de doce años. Dejaba además la infanta doña María, que fué muger del emperador Maximiliano, y doña Juana, que fué reina de Por tugal.

CAPITULO XXII

LIGA CONTRA EL TURCO.

MOTIN Y CASTIGO DE GANTE.

1539-1540

Compromisos y consecuencias para España de la liga contra el turco.-Discordias entre los almirantes español y veneciano.-Conflicto de españoles en Castelnovo.-Su heroismo y su trágico fin.-Triunfo funesto de Barbaroja.-Alzamiento y revolucion en Gante y sus causas.-Perplejidad del emperador.-Determina ir por Francia.-Caballeroso y cordial recibimiento que le hizo el rey Francisco.-Festejos que le hacen en París.-Disimulado y falso proceder de Cárlos.-Marcha á Flandes.-Sofoca la rebelion de Gante. -Medidas y castigos crueles.-Desembózase con el rey de Francia, y le niega abiertamente la cesion de Milan.-Justo enojo del francés.-Vaticínanse nuevos rompimientos. -Demandas de los protestantes de Alemania, y respuesta del emperador.

Cuando el condestable de Castilla con acento elocuente y varonil, eco de la opinion de la grandeza castellana, aconsejaba á Cárlos V. en las Córtes de Toledo que suspendiera las guerras que consumian y empeñaban las rentas de la corona y empobrecian el pueblo; y cuando el humilde leñador del Pardo con rústica sencillez, eco de la opinion popular, manifestaba al emperador, sin conocerle, que tantas guerras y tantos viages y gastos eran la ruina de los pobres labradores y la perdicion de España, entonces mismo traia el emperador empeñada una guerra terrible y dispendiosa allá en los mares y costas de Italia.

La liga del pontifice, Venecia, el imperio, y otros estados y príncipes cris. tianos contra el turco, le obligaba á mantener en pie de guerra multitud de naves y muchedumbre de soldados. El general del ejército confederado era

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