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quios y regalos de la reina María, gobernadora de Flandes, que esperaba alli å su hermano el emperador con un cuerpo de caballería flamenca.

Los desgraciad os ganteses, viéndose sin apoyo, amenazados tan de cerca por su soberano, y por un ejército de doce mil alemanes que el rey don Fernando llevaba al propio tiempo sobre ellos, acordaron amedrentados enviarle una diputacion ofreciéndole la entrega de la ciudad é implorando su clcmencia. Carlos contestó que se presentaria como soberano á sus súbditos, con el cetro en una mano y la espada en la otra. Mas no quiso entrar en la ciudad hasta el 24 de febrero, aniversario de su nacimiento (1). Parecia que en conmemoracion á dia tan solemne, y en consideracion á ser la ciudad que le habia visto venir al mundo y mecerse en la cuna, deberia esperarse que la tratára con indulgencia. Lejos estuvo por cierto de ser asi. Apoderado de todos los fuertes, torres y muros, desarmado el pueblo, formado y fallado el proceso sobre la rebelion, anuló la antigua forma de gobierno, todos los privilegios é inmunidades de la ciudad fueron abolidos, privados de oficio los magistrados y regidores, prohibídas sus juntas y cofradías, confiscadas sus rentas, veinte y seis principales ciudadanos fueron ajusticiados con unas túnicas de lienzo que los cubrian hasta los pies, y desnudos interiormente, condenados otros á echarse á los pies del emperador con los pies desnudos y unas sogas al cuello, y otros desterrados despues de secuestradas sus haciendas. Se les impuso una contribucion anual para mantener la guarnicion, y se construyó á su costa una ciudadela para tenerlos en adelante sujetos y comprimidos (abril y mayo, 1540). Procedió pues Carlos V. con sus compatricios de Gante con la misma ó mayor crueldad que veinte años ántes habia empleado con sus súbditos de Castilla, y las libertades del pueblo flamenco tuvieron tanto ó mas desastroso fin que las del pueblo castellano (2).

Restablecida su autoridad en los Paises Bajos, y como se hallasen en Gante el cardenal de Lorena y el condestable Montmorency con el objeto de instar al emperador á nombre del rey de Francia á que resolviese definitivamente en lo de Milan, Cários sintiéndose ya fuerte, arrojó la máscara con que hasta entonces se habia cubierto para con el rey Francisco, y respondió á sus embajadores que daria la mayor de sus dos hijas al duque de Orleans, y con ella en dote los estados de Flandes con nombre y título de rey, lo cual po~

(1) Carta del emperador al cardenal arzobispo de Toledo, escrita en el mismo dia de su entrada. De Gante, 14 de febrero, 1540. -Archivo de Simancas, Estado, Legajo número 50.-Creemos que el primer guarismo de la fecha está equivocado en esta copia, y que ha de ser 24, y no 14.

(2) Hardi, Anales de Brabante, tomo I. -Le Grand, Costumbres y leyes del condado de Flandes, tomo 1.-Sandoval, Historia de Cárlos V., lib, XXIV., números 17 á 20.Robertson, Reinado de Cárlos V., lib. VI.— Papeles de Estado del cardenal Granvela, tomo II.

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dria venir bien al monarca francés, pero que con respecto á Milan estaba decidido á no darle á nadie, puesto que le poseia como cosa propia del imperio 、y por buena y legítima sucesion. «Esto es, añadió, lo que tengo que deciros; y si esto no os contenta, no hay para que se trate más de este negocio (1). »

Compréndese cuál seria el disgusto de los embajadores franceses al oir esta respuesta, y cuál el enojo del rey Francisco cuando le fué comunicada. Sentíalo, mas que por la cuestion de interés, por verse de aquella manera burlado, y por lo que lastimaba su amor propio el concepto que toda Europa formaria de su ciega confianza y del cándido afan con que se habia esmerado en agasajar á su enemigo cuando le habia tenido en su poder. Y asi era la verdad, que tanto como se afeaba la doblez de Cárlos y su hipócrita conducta con su generoso rival, tanto se vituperaba la necia credulidad de Francisco; bien que pareciese como una merecida expiacion de las muchas veces que él habia quebrantado los mas formales pactos y las mas solemnes palabras empeñadas con el emperador, recordándose su proceder despues de los tratados de Madrid y de Cambray. Todo el mundo veia como inevitable y consideraba inminente otro rompimiento entre los dos soberanos, tal vez mas sério y costoso que los anteriores; mucho más, cuando se vió que en la cuestion de Venecia y Turquía andaban tambien desacordes el francés y el español, aunque habian aparentado querer marchar acordes y enviar una embajada en el mismo sentido.

Permaneció el emperador algunos meses en Gante afirmando su autoridad, asentando el gobierno de aquel señorío, y visitando al mismo efecto las islas de Holanda y Zelanda. Molestábanle alli con frecuentes demandas, y aun atrevidas exigencias los protestantes alemanes. Cárlos se negó á darles audiencia, enviándoles á decir que ni los amenazaba con la guerra, ni les aseguraba la paz, y por último, que acudiesen á Worms, donde pensaba tener dieta, y allí verian lo que debian hacer y observar.

Condúcenos esto naturalmente á examinar el estado en que se hallaba á este tiempo la gran cuestion de la reforma religiosa.

(4) Du Bellay, Memoir., página 365.-Sandoval, lib. XXIV., número 21.

CAPITULO XXIII.

PROGRESOS DE LA REFORMA.

INSTITUCION DE LOS JESUITAS.

1534-1541.

Sectas religiosas.-Los anabaptistas.-El panadero de Harlem y el sastre de Leyden.-Sus desvarios y escesos.-Coronacion del sastre Juan de Leyden en Munster.-Trágico fin de su ridículo reinado.-Disgusto que estas sectas producian á Lutero.-Causas del progreso de la doctrina reformista.-Disidencias acerca del lugar del concilie.-El papa, Cárlos V., los protestantes.-Refuerzo que recibieron los luteranos.-Fundacion de la Compañía de Jesús.-Ignacio de Loyola.-Su patria, su carrera militar y literaria.-Su pensamiento de fundar una sociedad religiosa.-Sus primeros adeptos.-Sus viages á la Tierra Santa y á Roma.-Bula del papa Paulo III. para la institucion de los jesuitas.-Organizacion de la Compañía.-Sus propósitos y fines.-Influencia que estaba llamada á ejercer.-Estado de la cuestion religiosa en este tiempo.-Conferencias de Ratisbona.-Decision de la Dieta.-Lenidad y condescendencia de Cárlos V. con los protestantes.— Sus causas.-Revolucion en Hungría.-El sult an.-Viage del emperador á Roma, y su conferencia con el papa.-Prepárase Cárlos V. para otra nueva empresa.

Sustituido por la doctrina de Lutero el espíritu de exámen á las creencias, y sometido el dogma y la autoridad á la razon, necesariamente habian de surgir de la reforma misma opiniones estravagantes y sistemas absurdos, y hasta ridículos desvaríos, especialmente de parte de aquellos hombres en quienes á la falta de ilustracion y de buen criterio se unia la ambicion y la osadía, y una imaginacion viva y exaltada. Tales fueron varias de las sectas religiosas que muy pronto nocieron del luteranismo, con harto sentimiento y mortificacion del autor mismo de la reforma. Tal fué la predicacion de Muncer, que produjo la sangrienta guerra de los campesinos en la alta Alemania, de que

dejamos hecho mérito (1); y tales fueron las aberraciones de los anabaptistas, y los escándalos que poco tiempo después dieron estos sectarios en Westfalia y los Paises Bajos (2). De este singular episodio de la historia del protestantismo necesitamos decir algunas palabras.

Dos fanáticos artesanos, un panadero y un sastre, Juan Matias de Harlem y Juan Beükels de Leyden, á quienes no faltaba cierto ingenio y gran travesura, suponiéndose alumbrados de espíritu profético, predicaban con fervor el anabaptismo en la ciudad imperial y episcopal de Munster, donde llegaron á hacer no pocos prosélitos; de tal manera, que habiendo convocado secretamente á todos los sectarios de su doctrina esparcidos por la Holanda, la Frisia y varias comarcas de Westfalia, salieron un dia dando feroces gritos con las espadas desnudas por las calles de la ciudad, aterraron y ahuyentaron al obispo y los magistrados, y quedaron dueños y señores de la poblacion. Saquearon templos, quemaron libros, confiscaron bienes, castigaron de muerte á los que no les obedecian, nombraron sus cónsules y senadores, mandaron que todos los vecinos presentáran sus riquezas y alhajas, hicieron de ellas un fondo comun, establecieron la igualdad absoluta entre todos los ciudadanos, pusieron mesas públicas en que comian todos los mismos manjares é igual número de platos, se prepararon á defender la ciudad, que ellos Ilamaban la Montaña de Sion, porque era, decian, el lugar señalado por Dios en este mundo para los escogidos, y el entusiasmado apóstol Juan Matias despachó una fervorosa convocatoria en nombre de Dios á todos los anabaptis tas de Alemania y de Flandes para que fuesen á defender la celestial Jerusalen, y á ayudarle después á conquistar las naciones de la tierra (1534).

El obispo de Munster (5), que habia reunido un regular ejército, se acercó á la ciudad; pero habiendo salido á su encuentro los reformadores con toda la furia del mas loco fanatismo, arrollaron su gente, mataron muchos católicos, y volvieron á la ciudad frenéticos de alegria. Embriagado Juan Matías con este triunfo, empuñó su lanza, proclamó que estaba resuelto á esterminar los impios, seguro de la ayuda de Dios, invitó á los que quisieran seguirle, y acompañado de unos treinta escogidos acometió el campo del obis(1) Véase nuestro cap. XVI. del presente tintivo de nacimiento y de clase, la suprelibro. sion de toda magistratura como innecesaria, y otras semejantes máximas que habian proclamado ya los labriegos alemanes. (3) Nuestro Sandoval llama á Munster Monasterio. No es fácil conocer por el historiador español ni los lugares en que pasaron estos sucesos, ni los personages que en ellos figuraron, pues tan desfigurada trae la nomenclatura geográfica como la personal.

(2) Llamábanse anabaptistas ó rebaplizadores, porque uno de sus principios era, que no debiendo administrarse el bautismo á los párvules, sino á las personas adultas, los que le habian recibido en la infancia necesitaban rebautizarse. A esto añadian lo de la igualdad y comunidad de bienes, la plura lidad de mugeres, la abolicion de todo dis

po. Esta vez el nuevo Gedeon, á quien sus prosélitos creian invencible, manifestó que no le habia hecho Dios invulnerable, pues pereció con sus treinta compañeros, cosa que asombró y consternó á los creyentes de Munster.

Sucedióle en el mando el otro profeta, el sastre Juan de Leyden, no menos fanático que él y mas ambicioso todavía; el cual se presentó un dia desnudo y en cueros ante el pueblo, gritando: «El rey de Sion está aqui.» Supúsose inspirado por Dios, y el pueblo se dejó arrastrar de él, creyendo todas sus estravagancias. En su sistema de abatír todo lo que encontraba ensalzado en la tierra, hizo derribar las iglesias hasta sus cimientos, y para mostrar á sus sectarios hasta dónde debia llegar la igualdad entre ellos, destinó al que su antecesor habia nombrado cónsul, á ejercer el oficio de verdugo, que él aceptó sin replicar. El nuevo gefe de aquella república nombró para el gobierno de ella doce jueces, á semejanza de las doce tribus del pueblo hebreo, y él se reservó la autoridad de Moisés. No contento con esto, el humilde apóstol aspiró á obtener el titulo de rey, porque tál era, decia, la voluntad de Dios, que asi se lo habia revelado. Una noche dió una gran cena á todo el pueblo, y acabada que fué, se presentó vestido con una ropa talar de seda negra, corona de oro en la cabeza, en la mano derecha un cetro tambien de oro, y al cuello una cadena de lo mismo, de que pendia un globo, simbolo del mundo, atravesado con dos espadas. Declarada al pueblo la voluntad de Dios, el pueblo le aclamó su rey, y Juan de Leyden pasó del banquillo del sastre al solio régio. El nuevo rey-sacerdote se sentó en un estrado, y dió pan y vino á todo el pueblo, pronunciando y profanando impiamente las palabras de la consagracion.

El sastre-rey proclamó que el matrimonio con una sola muger era una tiranía impuesta á la naturaleza humana; estendió á esta materia su sistema de comunismo; encargó á sus doctores que predicáran que cada hombre podia desposarse con cuantas mugeres quisiera, y él se apresuró á dar ejemplo de esta libertad cristiana, tomando hasta catorce mugeres, entre ellas la viuda de su antecesor Juan Matías, jóven y hermosa, que era la predilecta y la que gozaba el título de reina. A la libertad matrimonial siguió la libertad de divorcio, como una natural consecuencia. Las historias han dejado consignado, y aunque asi no fuera, la simple razon alcanzaria hasta qué punto llegaría la corrupcion, la licencia, el libertinage, la disolucion y el desenfreno, en un pueblo por tal rey, con tal gobierno y tales leyes y doctrinas regido; y las particularidades que de tal inmoralidad cuentan los escritores de aquel tiempo ofenden tanto al pudor, que no caeremos en la tentacion de estam→ parlas (1).

(1) Nec intra paucos dies, dice uno de ellos, in tanta hominum turba, ferè ullą

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