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gente de tierra. Cárlos no esperaba tener mas adversarios que fos moros; no pensaba que habia de tener por enemigos á los elementos, que lo fueron muy terribles y muy en breve. Apenas el ejército habia tomado posiciones, cuando un recio y furioso vendabal, acompañado de lluvia y de granizo, y de una oscuridad espantosa, deshizo las pocas tiendas de los imperiales, que desprovistos de abrigo y colocados en terreno bajo y fangoso, ni podian moverse sin hundirse, ni recostarse en un suelo ya inundado, ni casi tenerse de pie sino apoyados en sus lanzas clavadas en la tierra. Así pasaron toda una tarde y una noche. No desaprovechó Hacen Aga tan favorables momentos, y saliendo con su gente descansada y bien mantenida, arremetió y deshizo unas compañías de italianos que estaban mas cerca de la ciudad, ateridos y casi yertos de frio. Acudió á detener á los moros el mismo general Fernando de Gonzaga, y empeñáronse sérios combates, en que todas las ventajas estaban de parte de los argelinos, que se hallaban al abrigo y holgados, todas las desventajas del lado de los imperiales, cansados y hambrientos, y hasta inutilizados sus mosquetes con la lluvia. Andaba el emperador á caballo con la espada desnuda, animando á unos, afrentando á otros y arcngando á todos, empapado en agua y aun corriéndole por todas las partes de su cuerpo, hasta que al fin logró ahuyentar la morisma, no sin haber perdido algunos centenares de los suyos, entre ellos buen número de caballeros de Malta.

Y sin embargo, esta no fué sino el preludio de otra mayor y mas lastimosa catástrofe. Mensagera de ello fué una terrible agitacion que se observó en el mar; desatóse luego un furiosísimo nordeste que quebraba los cables y arrancaba las áncoras de las naves, y las hacia chocar réciamente unas con otras, y abrirse algunas de ellas, y destrozarse otras contra los peñascos, y volcarse algunas, sumiéndose en las olas hombres y viandas, y cayendo los que lograban ganar la orilla en poder de los alárabes. El emperador, que era el menos aturdido de todos, dicen que preguntó á los marineros qué hora era, y como le respondiesen que las once y media, les dijo: «Pues no desmayeis, que en España se levantan á las doce los frailes y monjas á rogar á Dios por nosotros (1) La fé del César era muy laudable; pero las preces de los frailes y monjas de España no alcanzaron á evitar que se perdieran quince navios mayores, y hasta ciento cincuenta menores, con una buena parte de la tripulacion y casi todos los bastimentos. El pronóstico de Andrés Doria se habia cumplido con demasiada y harto dolorosa exactitud: el célebre marino aseguraba no haber atravesado tan horrorosa tormenta en cincuenta años de

(1) Sandoval. Historia de Cárlos V., libro XXV., nům, 11,

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andar por los mares, y gracias que él pudo con algunos medio destrozados buques ganar el cabo de Metafuz, aunque harto distante del campamento, y desde allí envió una galera á dar aviso al emperador, aconsejándole que marchase allá con el ejército lo mas presto que pudiese para reembarcarle si no habia de acabarse de perder.

La situacion no dejaba tampoco otro partido que tomar. Parecia amenazar otra tormenta, y la gente que habia quedado se hallaba sin fuerzas ni vigor para sufrir ni mas borrascas ni mas fatigas. El emperador, paseando en medio de algunos de sus desalentados y desfallecidos caballeros, no contestó al aviso sino con las palabras: Fiat voluntas tua; con que manifestaba conformarse á un tiempo con la voluntad de Dios y con el consejo del almirante Doria. Dió luego órden de alzar aquel funesto campo y marchar. Con alegre y feroz sonrisa vieron los argelinos el movimiento de retirada, y no dejaron de salir á picar la retaguardia de los cristianos, á quienes molestaban tambien los moros montañeses desde los cerros en toda aquella marcha penosa, que penosísima fué, puesto que muchos de los enfermos y heridos caian sin aliento en los barrancos; otros que apenas podian sostener el peso de las armas y quedaban rezagados, eran alanceados por los alárabes, y todos sin otro alimento que las yerbas que encontraban, y los caballos que el emperador mandaba matar, y algunos galápagos y caracoles, solo los mas robustos podian soportarlo; y para que no faltase nada á tanta penalidad, aun tuvieron que atravesar un rio con el agua hasta el pecho. Lo único que infundia aliento á todos era la serenidad, la presencia de ánimo, la magnanimidad con que cl emperador sufria todos los trabajos é infortunios como el último de sus soldados, comiendo lo mismo que ellos, acudiendo á todos los peligros, ayudando y consolando á los mas débiles, y no dando una sola señal de flaqueza. Con tan heróico comportamiento consiguió que los mismos generales que se habian opuesto á la espedicion le perdonáran las desgracias que su obstinacion habia acarreado.

Al fin, despues de imponderables trabajos llegaron con bonancible tiempo al cabo de Metafuz, donde para su consuelo y fortuna hallaron abundancia de viveres, que se conservaban en las naves que Doria habia podido salvar, y repusieron sus gastadas fuerzas y recobraron su perdida alegría. Este cambio hizo ya dudar si convendria reembarcarse para Europa, ó seria mejor volver sobre Argel: á esto último, que parecia tan temerario, se inclinaban no obstante muchos, especialmente los españoles, los mas fáciles en olvidar los trabajos, así por parecerles cosa vergonzosa retirarse sin poder contar mas que desastres, como porque creian que aun podia conquistarse Argel tomando precauciones que antes no se habian tenido. De este dictámen era

el ilustre Hernan Cortés, famoso ya por sus hazañas en el Nuevo Mundo, y el cual se halló en esta jornada sin que de su persona, por miserables envidias, se hiciese caso, y menos se le diese parte en los consejos; y tanto que como despues de pasada la tormenta propusiese que se le dejára con la gente que alli habia, y que se obligaba á ganar con ella á Argel, los unos no quisieron escucharle, y los otros hasta se burlaron: ¡se burlaban del atrevido conquistador de Méjico! (1). Decidióse pues el emperador por el reembarque, y como las naves eran pocas y la gente mucha, hubo necesidad de arrojar al mar los caballos para hacer lugar á los hombres, cosa que dió á todos gran lástima, y especialmente á los dueños de aquellos, con quienes tuvo el emperador que usar de toda su autoridad. Embarcaronse, pues, primero los italianos, los alemanes luego, y los últimos los españoles, siendo el emperador de los postreros á dejar la playa.

No habian acabado los trabajos de esta espedicion desastrosa. Apenas la tierra habia quedado limpia de hombres, cuando se cubrió otra vez la atmósfera y se levantó otra borrasca, que aunque no tan horrorosa como la primera, bastó para dispersar toda la flota, llevando á Bujía ó á Italia los buques que debian venir á España, arrojando á otros á Orán, algunos á Argel, naufragando otros en los torbellinos antes de poder salir á alta mar, habiendo nave en que iban cuatrocientos tudescos, que anduvo perdida cincuenta dias, pereciendo al fin de hambre y de frio cuando tomaron puerto los que en ella navegaban. El emperador mismo, despues de correr graves riesgos, fué á abordar á Bujía, y allí permaneció hasta que serenado el tiempo, y habiéndose levantado un viento sudoeste, despachó á Sicilia y España á Fernando de Gonzaga y al conde de Oñate con las pocas naves que allí habia de cada pais, y él tomó rumbo á Mallorca, y de alli á Cartagena (diciembre, 1541), donde fué recibido por los españoles con la alegria de quien recelaba ya que no volviese, segun las funestas y alarmantes nuevas que habian corrido.

Tal fué la desgraciada y calamitosa jornada de Argel, emprendida por Carlos V. contra el consejo de sus generales: suceso que, como dice un antiguo historiador, «dió que contar para los siglos venideros, y causó grandes y muchas romerías, devociones y votos.» Bien expió su temerario antojo, y bien debió aprender á no confiar en la fortuna, que asi le habia sonreido en Tunez como se le mostró ceñuda en Argel: gran leccion para los principes

(1) Dice Sandoval, hablando de esto, que quien mas perdió en la espedicion, despues del emperador, fué Hernan Cortés, marqués

del Valle, «porque se le cayeron en un ce

nagal tres esmeraldas riquísimas, que se apreciaban en 100,000 ducados, y nunca se pudieron hallar.»

que, fiados en su poder ó en su suerte, dan entrada en su pecho á la presuncion y á la arrogancia. Grandes y muchas fueron las pérdidas, muchas y grandes tambien las calamidades é infortunios que causó esta malhadada espedicion; y sin embargo, aun se habian temido mayores en España y en los dominios del imperio, donde la distancia los hacia llegar abultados, como de ordinario acontece con las malas nuevas. Todavía miró España como un consuelo el regreso del hombre que sacrificaba sus hijos, ya en prósperas, ya en desafortunadas empresas, asi para ganar triunfos como para sufrir reveses (1).

(4) Nicol. Vilagn. Caroli V., expeditio ad Argyriam.-Sandoval, Historia del emperador, libro XXV.-Paolo Giov., Hist., lib. XL. -Vera y Zúñiga, Vida de Cárlos V.-Carta del comendador Vañuelos sobre lo ocurrido

en la espedícion de Argel: MS. de la Biblioteca del Escorial, estante ij.-V.-4.-Carta del emperador al cardenal Tavera: MS. de la Biblioteca del Escorial, ij.-V.—3. y en la Coleccion de documentos inéditos, tom. I.

CAPITULO XXV.

GUERRA GENERAL CON FRANCISCO I.

De 1541 á 1545.

Motivo en que fundó el de Francia la guerra.—El asesinato de Rincon y de Fregoso.-Busca aliados contra el emperador.-Levanta cinco ejércitos.-Plan de ataque general.-Sus resultados en el Piamonte, en Flandes, en las fronteras de España.-Alianza del francés con el turco; del emperador con el rey de Inglaterra.-Marcha de Cárlos á Italia y Alemania.-Estraña propuesta del pontífice: recházala Cárlos.-Conquista el ducado de Güel dres.-El duque de Orleans en Luxemburgo.-Célebre sitio de Landrecy.-El sultan en Hungria: Barbaroja en Francia.-Cárlos V. en la dieta de Spira.-Ejército auxiliar de los protestantes.-Retirada de Barbaroja, y aislamiento del francés.-Terrible derrota de los imperiales en Cerisoles.-Entrada de Cárlos V. y de Enrique VIII. de Inglaterra en Francia.-Progresos del emperador.-Se aproxima á París.-Temores en aquella capital.-Situacion del rey Francisco.- Tratos de paz.-Capítulos generales de la paz de Crespy.-Retirada del emper ador y su ejército.-Muerte de Barbaroja.-Carlos V. en Bruselas.

Desde el viage engañosamente amistoso de Cárlos V. por Francia, y mucho más desde la desenmas carada respuesta que dió á los embajadores del rey Francisco en Gante sobre el asunto de Milan, nadie dudaba ya de que las mentidas demostraciones de cordialidad y confianza entre aquellos dos soberanos pararian en mas cruda guerra que las que hasta entonces habian tenido, y para ello no le faltaba ahora razon al monarca francés. Mas no le era decente fundarla en la falsía del emperador sobre el negocio del Milanesado, si no habia de patentizar él mismo su necia credulidad á los ojos de Europa. Necesitaba, pues, otro fundamento, y éste no tardó en presentársele.

Uno de los mas eficaces servidores de Francisco 1. y de los mas activos enemigos de Cárlos V. era un tránsfuga español llamado Antonio Rincon,

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