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esto no tubiéredes por bien, desde agora tomamos á Dios delante, y esperamos en él que será nuestro capitan (1).»

Parece que los comuneros deberian haberse dado por satisfechos con tan ámplias concesiones propuestas con tan buen modo. Pero la conducta inconsiderada del condestable y de los otros nobles habia agriado ya demasiado los ánimos. El conde de Benavente con fingidos balagos y torcidos designios habia intentado que Valladolid le franqueara sus puertas, y la ciudad, que se mantenia inflexible, le dió una repulsa muy urbana, y no menos ladina que su proposicion. Asi, cuando el almirante se vino de Cataluña á Castilla y solicitó que Valladolid le admitiera en su seno, negóselo tambien el vecindario, escamado con la sospechosa pretension del conde. Mas no por eso desmayó el desairado almirante en sus benéficos planes de avenencia. Colocado en Torrelobaton, pidió á la Junta su beneplácito para presentarse en Tordesillas, negáronselo tambien los procuradores, pero le enviaron tres de ellos para oirle y tratar con él. Aveníase ya el generoso Enriquez á hacer salir de Rioseco los consejeros reales, y á derramar la gente de los nobles siempre que la Junta despidiera tambien la suya. Mas como los procuradores exigieran además la salida del cardenal, y que el condestable que tiranizaba á Burgos dejára de formar parte de la regencia, no pudo el almirante acceder á demandas que tenia por exageradas y desdorosas, y se acabaron las pláticas sin poder reducirlos á términos de concordia. Entonces Enriquez pasó á incorporarse con Adriano y los próceres reunidos en Rioseco, donde fué recibido con el mayor júbilo y agasajo.

Ya en comunicacion los tres regentes, don Fadrique Enriquez (dice oportunamente el mas reciente historiador de las comunidades) representaba la paz á todo trance, don Iñigo de Velasco la guerra hasta obtener la muerte ó la victoria, el cardenal de Tortosa nada. Oscurecido siempre que le asociaban al gobierno españoles, como le sucedió ántes con Cisneros, «ahora que le igualaban en poder dos castellanos de la primera gerarquía con numerosa clientela, estaba igualmente destinado á ser una venerable nulidad en los negocios de Castilla (2).»

En tal estado, y cuando asi marchaban, no sin posibilidad todavía de pacífico desenlace, las negociaciones, recibió nuevas la Junta de que sus enviados al emperador, portadores del memorial, el uno habia sido preso, y

(4) Sacado de un códice MS. de la biblioteca del Escorial, señalado ij-V.-3.-Pueden verse otros pormenores relativos al almirante en Alcocer, Mejía, Sepúlveda, Maldonado, Sandoval, en las cartas de Fr. Antonio

de Guevara, y en otro manuscrito de la biblioteca del Escorial, titulado Fuero de Cuenca.

(2) Ferrer del Rio, Hist. de las Comunida des, cap. V.

los otros dos no se habian atrevido á presentarse á él por temor de que peligráran sus vidas. Esta repulsa, este agravio hecho por un rey de Castilla á súbditos autorizados para esponerle las quejas y clamores de un pueblo ultrajado y á pedirle el remedio, fué mirado por los castellanos como una intolerable afrenta, como un rasgo del mas insufrible despotismo. Encendiéronse en iralos ánimos de los comuneros, perdieron la templanza hasta los mas moderados, vieron en aquel acto desmentidas las galantes promesas del almirante, y no se veia ya otra solucion que la de las armas.

Desgraciadamente unos emisarios despachados por la Junta á Burgos para notificar al condestable que licenciára su gente, despues de agasajados por aquel magnate, fueron conducidos con escolta y entregados al conde de Alba de Liste, que con frenético arrebato asió á uno de ellos, camarero de la reina dona Juana, que llevaba la voz por todos, le hizo dar garrote en un calabozo, y soltó á los demás para que contaran á la Santa Junta cómo eran recibidos sus mensageros en Burgos. Con esto ya no podia haber transaccion. La Junta pregonó por traidores al condestable y al de Alba de Liste, apercibió su ejército, le engrosó con nuevos contingentes de las ciudades de la liga, le dió sus instrucciones para la campaña, y todo anunciaba grandes calamidades, y larga efusion de sangre de hermanos en los campos de Castilla (1).

(4) Mejía, lib. II.-Sandoval, lib. VII., coordinadas noticias de estos sucesos, donde se hallan abundantes, aunque mal

CAPITULO IV.

LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES.

Do 1520 á 1521.

Don Pedro Giron es nombrado general de los comuneros.-Resentimiento y retirada de Padilla.-Marcha del ejército de las comunidades hácia Rioseco.-Peligro de los regentes y magnates.-Estraña conducta de Giron.-Sospechosa intervencion de Fr. Antonio de Guevara.-Traicion de don Pedro Giron.-Injustificable retirada del ejército á Villalpando.-Apodéranse los imperiales de Tordesillas.-Sensacion y resultados de este suceso.-Giron y el obispo Acuña en Valladolid: descrédito de aquél y popularidad de éste.-Retírase Giron de la guerra odiado y escarnecido.-Triste situacion de Castilla.Valladolid y Simancas.-Padilla es nombrado segunda vez capitan general de las comubidades: entusiasmo popular.-Sublevacion de las Merindades: el conde de Salvatierra. -Operaciones y triunfos de Padilla y del obispo Acuña.-Critica situacion de Valladolid.-Tratos y negociaciones de paz.- Rómpese de nuevo la guerra.-Padilla se apodera de Torrelobaton.-Nuevos tratos de concordia: tregua: error de los comuneros.-Se rompe la tregua.-Campaña del obispo Acuña en Toledo.-Derrota al prior de San Juan.Incendio horrible de la iglesia de Mora: quémanse mas de tres mil personas.-Acuña es proclamado tumultuariamente arzobispo de Toledo.-Escándalos y sacrilegios en la catedral.-Entereza y dignidad del cabildo.-Decadencia de la causa de las comunidades..

La Junta de Tordesillas habia perdido un tiempo precioso, pasándole en Ja inaccion mientras los grandes iban agrupando y concentrando sus fuerzas en Rioseco, donde se hallaban dos de los regentes. Tal apatia, unida á la division que se habia infiltrado entre los comuneros, y aun entre los procuradores mismos, siendo no la menor de las causas los celos con que veia don Pedro Laso de la Vega, no contento con la presidencia de la Junta, la gloria que Juan de Padilla habia ganado como capitan general de las comuuidades, produjo la idea de poner la direccion de las armas en manos de otro cau

cillo que hiciera revivir el amortiguado vigor de la causa popular. Recayó la cleccion en don Pedro Giron, hijo primogénito del conde de Ureña.

Habia sido contrariado Giron en sus pretensiones á la herencia del ducado de Medinasidonia: una promesa empeñada y no cumplida por el rey en el asunto en que ponia todo su anhelo le hizo apartarse enojado del monarca, y en su despecho, y pareciéndole que podria medrar á favor de las revueltas, hizo causa con los comuneros, y se presentó á la Junta de Tordesillas blasonando de gran patriota y ofreciéndole sus servicios. Acogieron los procuradores hasta con avidez el ofrecimiento del jóven prócer, que tenia reputacion de esforzado, y les halagaba la idea de que unida la bandera de la esclarecida casa de Ureña á la de las ciudades, en cualquier contratiempo que pudieran esperimentar los nobles, se pásáran muchos al estandarte que conducia uno de sus mas ilustres deudos. Esta consideracion influyó mucho en su nombramiento de capitan general de la Junta. Mas como quiera que no fuese fácil ganar de pronto la antigua popularidad de Padilla, no tuvo éste tampoco ni abnegacion, ni política para disimular su resentimiento, y so pretesto de tener su esposa enferma partió en posta para Toledo, y tras él se fué la gente que de alli habia traido, con no poca satisfaccion de los de Rioseco, y no poca alarma de la Junta y de las ciudades confederadas (1).

Repusiéronse no obstante al pronto de aquel desánimo con la oportuna Negada del obispo Acuña á Tordesillas. Llevaba consigo el fogoso prelado de Zamora quinientos hombres de armas de las guardas del reino, setenta lanzas suyas, y cerca de mil infantes, en cuya hueste se contaban hasta cuatrocientos clérigos, gente resuelta y de armas tomar. El ejército de las comunidades acreció hasta diez y siete mil hombres. Sería una tercera parte la gente con que contaban los vireyes y los magnates en Rioseco. Dejando pues don Pedro Giron en Tordesillas para custodia de la Junta y de la reina doña Juana el escuadron clerical de Acuña con pocos mas infantes y ginetes, púsose en marcha con las demas tropas la via de Rioseco, tan confiados él y los suyos en la victoria, que se celebraba ya de antemano, y de muchos lugares acudian las gentes å ser testigos del triunfo de los comuneros. Sin embargo la prision de los reyes de armas enviados por Giron á la ciudad para intimar la rendicion á los gobernadores le indicó que estaban determinados á todo menos á rendirse (2). Tambien los soldados de la comunidad ardian en de

(1) Pero Mejía, lib. II. c. 40-Maldonado, b. V., Sandoval, libro VIII.

(2) Los próceres que se hallaban en Rio seco, ademas del cardenal y el almirante, eran; el conde de Benavente, el marqués de

Astorga, el prior de San Juan, el marques de Denia, el conde de Alba de Liste, el de Rivadavia, el de Cifuentes, el de Altamira, el vizconde de Balduerna, el señor de Alcañices, el de la Mota, el de Santiago de la Pue

seos de entrar en pelea, y no bien habian llegado al campamento cuando ya se mostraban impacientes murmurando la tardanza en el ataque.

Movió, pues, don Pedro Giron una mañana su campo con grande estruendo de trompetas, pifanos y tambores, y con grande aparato bélico, en muy vistosa formacion, llevando delante el pendon morado de Castilla, y siguiendo detrás al ejército multitud de labriegos, mugeres y muchachos, llevados de la curiosidad de presenciar la victoria y del anhelo de ser los primeros á divulgar la fausta nueva por el pais. Asi llegaron hasta dar vista á las tapias de Rioseco: Giron envió sus corredores á provocar á batalla á los magnates, diciéndoles que alli estaban para castigar á los que habian querido gobernar á Castilla contra su voluntad. Los grandes fueron bastante prudentes para no aceptar la pelea: el ge fe de los comuneros no hacia sino ga Jopar en su brioso corcel delante de las filas, los soldados provocaban á los de la ciudad, y todos esperaban de un momento á otro oir la voz de ataque. ¡Esperanza vana! Pasóse asi todo el dia, y quedáronse todos absortos y frios cuando ya á la puesta del sol se les dió la órden de regresar al campamento de Villabráxima.

A no dudar hubiera podido aquel dia don Pedro Giron con un pequeño esfuerzo apoderarse de los principales defensores de la causa imperial, y asegurar el triunfo de las comunidades, y lo que hizo con su inaccion fué dar lugar á que entrara por la otra banda de la villa el conde de Haro con refuerzo de gente; y tras él los condes de Miranda y de Luna, don Beltran de la Cueva y otros caballeros, formando ya un ejército de ocho á diez mil infantes y mas de dos mil ginetes. Gran disgusto produjo en el pais el malogro de aquella ocasion, mas no por eso dejaron de aprontar las ciudades los nuevos contingentes de hombres que les fueron pedidos, armándose en algunas, como Valladolid, todos los varones de diez y ocho á sesenta años. Todavía la chancillería de Valladolid, y muy en especial su presidente, animados del buen deseo de evitar derramamiento de sangre, entablaron con calor y eficacia negociaciones de concordia. La propuesta fué bien acogida por los de Rioseco, señaladamente por el almirante (24 de noviembre, 1520), que continuaba abrigando los sentimientos y designios conciliadores tan propios

bla, y otros varios grandes y caballeros. Los caudillos de la tropa de las comunidades, eran, don Pedro Giron, primogénito del conde de Ureña, el obispo Acuña de Zamora, don Pedro Laso de la Vega, caballero de Toledo, don Pedro y don Francisco Maldonado, capitanes de la gente de Salamanca,

Gonzalo de Guzman de la de Leon, don Fernando de Ulloa de la de Toro, don Juan de Mendoza, de Valladolid, hijo naturai del gran cardenal de España, don Juan de Figueroa, hermano del duque de Arcos, con algunos otros capitanes y muchos procuradores de las ciudades.

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