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empacho contó lo mismo que su hermana habia contado, de que recibió gran gusto el enamorado maestresala; pero el gobernador les dijo: por cierto, señores, que esta ha sido una gran rapacería, y para contar esta necedad y atrevimiento no eran menester tantas largas ni tantas lágrimas y suspiros, que con decir somos fulano y fulana, que nos salimos á espaciar de casa de nuestros padres con esta invencion solo por curiosidad sin otro designio alguno, se acabara el cuento, y no gemidicos y lloramicos, y darle. Asi es la verdad, respondió la doncella; pero sepan vuesas mercedes que la turbacion que he tenido ha sido tanta, que no me ha dejado guardar el término que debia. No se ha perdido nada, respondió Sancho; vamos, y dejarémos á vuesas mercedes en casa de su padre, quizá no los habrá echado menos, y de aqui adelante no se muestren tan niños ni tan deseosos de ver mundo: que la doncella honrada, la pierna quebrada y en casa, y la muger y la gallina por andar se pierden aína ; y la que es deseosa de ver, tambien tiene deseo de ser vista: no digo mas. El mancebo agradeció al gobernador la merced que queria hacerles de volverlos á su casa, y asi se encaminaron hácia ella, que no estaba muy lejos de alli. Llegaron pues, y tirando el hermano una china á una reja, al momento bajó una criada, que los estaba esperando, y les abrió la puerta, y ellos se entraron, dejando á todos admirados asi

de su gentileza y hermosura, como del deseo que tenian de ver mundo de noche sin salir del lugar; pero todo lo atribuyeron á su poca edad. Quedó el maestresala traspasado su corazon, y propuso de luego otro dia pedirsela por muger á su padre, teniendo por cierto que no se la negaria, por ser él criado del Duque; y aun á Sancho le vinieron deseos y barruntos de casar al mozo con Sanchica su hija, y determinó de ponerlo en plática á su tiempo, dándose á entender que á una hija de un gobernador ningun marido se le podia negar. Con esto se acabó la ronda de aquella noche, y de alli á dos dias el gobierno, con que se destroncaron y borraron todos sus designios, como se verá adelante.

CAPITULO L.

Donde se declara quién fueron los encantadores y verdugos que azotaron á la dueña, y pellizcaron y arañaron á D. Quijote, con el suceso que tuvo el page que llevó la carta á Teresa Panza 13, muger de Sancho (110) Panza.

DICE Cide Hamete, puntualísimo escudriñador de los átomos desta verdadera historia, que al tiempo que Doña Rodriguez salió de su aposento para ir á la estancia de D. Quijote, otra dueña que con ella dormia lo sintió, y que como todas las dueñas son amigas de saber, entender y oler, se fue tras ella con tanto silencio, que la buena Rodriguez no lo echó de ver;

y

asi como la dueña la vió entrar en la estancia

de D. Quijote, porque no faltase en ella la general costumbre que todas las dueñas tienen de ser chismosas, al momento lo fue á poner en pico á su señora la Duquesa, de como Doña Rodriguez quedaba en el aposento de D. Quijote. La Duquesa se lo dijo al Duque, y le pidió licencia para que ella y Altisidora viniesen á ver lo que aquella dueña queria con D. Quijote. El Duque se la dió, y las dos con gran tiento y sosiego paso ante paso llegaron á ponerse junto á la puerta del aposento, y tan cerca que oian todo lo que dentro hablaban; y cuando oyó la Duquesa que la Rodriguez habia echado en la calle el Aranjuez de sus fuentes, no lo pudo sufrir, ni menos Altisidora, y asi llenas de cólera y deseosas de venganza entraron de golpe en el aposento, y acrebillaron á D. Quijote, y vapularon á la dueña del modo que queda contado; porque las afrentas que van derechas contra la hermosura y presuncion de las mugeres despiertan en ellas en gran manera la ira, y encienden el deseo de vengarse. Contó la Duquesa al Duque lo que habia pasado, de lo que se holgó mucho, y la Duquesa prosiguiendo con su intencion de burlarse y recibir pasatiempo con D. Quijote despachó al page que habia hecho la figura de Dulcinea en el concierto de su desencanto, que tenia bien olvidado Sancho Panza con la ocupacion de su gobierno, á Teresa Panza su muger con la carta de su marido, y con otra suya, y con una gran sarta de corales ricos presentados.

Dice pues la historia, que el

page era muy discreto y agudo, y con deseo de servir á sus señores partió de muy buena gana al lugar de Sancho; y antes de entrar en él vió en un arroyo estar lavando cantidad de mugeres, á quien preguntó si le sabrian decir si en aquel lugar vivia una muger llamada Teresa Panza, muger de un cierto Sancho Panza, escudero de un caballero llamado D. Quijote de la Mancha, á cuya pregunta se levantó en pie una mozuela que estaba lavando, y dijo: esa Teresa Panza es mi madre, y ese tal Sancho mi señor padre, y el tal caballero nuestro amo. Pues venid, doncella, dijo el page, y mostradine á vuestra madre, porque le traigo una carta y un presente del tal vuestro padre. Eso haré yo de muy buena gana, señor mio, respondió la moza, que mostraba ser de edad de catorce años poco mas á menos, y dejando la ropa que lavaba á otra compañera, sin tocarse ni calzarse, que estaba en piernas y desgreñada, saltó delante de la cabalgadura del page, y dijo: venga vuesa merced, que á la entrada del pueblo está nuestra casa, y mi madre en ella con harta pena por no haber sabido muchos dias ha de mi señor padre. Pues yo se las llevo tan buenas, dijo el page, que tiene que dar bien gracias á Dios por ellas. Finalmente saltando, corriendo y brincando llegó al pueblo la muchacha, y antes de entrar en su casa dijo á voces desde la puerta : salga, madre Teresa, salga, salga, que viene aqui un señor que trae

cartas y otras cosas de mi buen padre; á cuyas voces salió Teresa Panza su madre hilando un copo de estopa, con una saya parda. Parecia, segun era de corta, que se la habian cortado por vergonzoso lugar, con un corpezuelo asimismo pardo y una camisa de pechos. No era muy vieja, aunque mostraba pasar de los cuarenta; pero fuerte, tiesa, nervuda y avellanada, la cual viendo á su hija y al page á caballo le dijo: ¿qué es esto, niña, qué señor es este? Es un servidor de mi señora doña Teresa

Panza, respondió el page, y diciendo y haciendo se arrojó del caballo, y se fue con mucha humildad á poner de hinojos ante la señora Teresa diciendo: deme vuesa merced sus manos, mi señora doña Teresa, bien asi como muger legítima y particular del señor don Sancho Panza, gobernador propio de la ínsula Barataria. ¡Ay señor mio! quítese de ahí, no haga eso, respondió Teresa, que yo no soy nada palaciega, sino una pobre labradora, hija de un estripaterrones, y muger de un escudero andante, y no de gobernador alguno. Vuesa merced, respondió el page, es muger dignísima de un gobernador archidignísimo: y para prueba desta verdad reciba vuesa merced esta carta y este presente; y sacó al instante de la faltriquera una sarta de corales con estremos de oro, y se la echó al cuello y dijo: esta carta es del señor gobernador, y otra que traigo y estos corales son de mi señora la Duquesa, que á vuesa mer

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