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do los huesos; ni he tenido lugar de hacer cohechos ni de cobrar derechos: y siendo esto asi, como lo es, no merecia yo, á mi parecer, salir desta manera; pero el hombre pone, y Dios dispone; y Dios sabe lo mejor y lo que le está bien á cada uno; y cual el tiempo, tal el tiento; y nadie diga desta agua no beberé, que adonde se piensa que hay tocinos no hay estacas : y Dios me entiende y basta, y no digo mas, aunque pudiera. No te enojes, Sancho, ni recibas pesadumbre de lo que oyeres, que será nunca acabar: ven tú con segura conciencia, y digan lo que dijeren, y es querer atar las lenguas de los maldicientes lo mismo que querer poner puertas al campo. Si el gobernador sale rico de su gobierno dicen dél que ha sido un ladron, y si sale pobre, que ha sido un para poco y un mentecato. Á buen seguro, respondió Sancho, que por esta vez antes me han de tener por tonto que por ladron. En estas pláticas llegaron rodeados de muchachos y de otra mucha gente al castillo adonde en unos corredores estaban ya el Duque y la Duquesa esperando á D. Quijote y á Sancho, el cual no quiso subir á ver al Duque sin que primero no hubiese acomodado al rucio en la ca

balleriza, porque decia que habia pasado muy mala noche en la posada; y luego subió á ver á sus señores, ante los cuales puesto de rodillas dijo: yo, señores, porque lo quiso asi vuestra grandeza, sin ningun merecimiento mio fui á gobernar vuestra ínsula Barataria, en la cual

TOM. IV.

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entré desnudo y desnudo me hallo, ni pierdo ni gano. Si he gobernado bien ó mal, testigos he tenido delante, que dirán lo que quisieren. He declarado dudas, sentenciado pleitos, y siempre muerto de hambre, por haberlo querido asi el doctor Pedro Recio natural de Tirteafuera, médico insulano y gobernadoresco. Acometiéronnos enemigos de noche, y habiéndonos puesto en grande aprieto, dicen los de la ínsula que salieron libres y con vitoria por el valor de mi brazo: que tal salud les dé Dios como ellos dicen verdad. En resolucion, en este tiempo yo he tanteado las cargas que trae consigo y las obligaciones el gobernar, y he hallado por mi cuenta que no las podrán llevar mis hombros, ni son peso de mis costillas, ni flechas de mi aljaba: y asi antes que diese conmigo al traves el gobierno, he querido yo dar con el gobierno al traves, y ayer de mañana dejé la ínsula como la hallé, con las mismas calles, casas y tejados que tenia cuando entré en ella. No he pedido prestado á nadie, ni metidome en grangerías: y aunque pensaba hacer algunas ordenanzas provechosas, no hice ninguna, temeroso que no se habian de guardar, que es lo mesmo hacerlas que no hacerlas (157). Salí, como digo, de la ínsula sin otro acompañamiento que el de mi rucio: caí en una sima, víneme por ella adelante, hasta que esta mañana con la luz del sol vi la salida; pero no tan fácil, que á no depararme el cielo á mi señor D. Quijote, alli me quedara hasta la fin

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del mundo. Asi que, mis señores Duque y Duquesa, aqui está vuestro gobernador Sancho Panza, que ha grangeado en solos diez dias que ha tenido el gobierno, conocer que no se le ha de dar nada por ser gobernador, no que de una insula, sino de todo el mundo; y con este presupuesto, besando á vuesas mercedes los pies, imitando al juego de los muchachos, que dicen: salta tú, y dámela tú, doy un salto del gobierno, y me paso al servicio de mi señor D. Quijote, que en fin en él, aunque como el pan con sobresalto, hártome á lo menos; y para mí, como yo esté harto, eso me hace que sea de zanahorias, que de perdices. Con esto dió fin á su larga plática Sancho, temiendo siempre D. Quijote que habia de decir en ella millares de disparates; y cuando le vió acabar con tan pocos dió en su cora zon gracias al cielo, y el Duque abrazó á Sancho, y le dijo que le pesaba en el alma de que hubiese dejado tan presto el gobierno; pero que él haria de suerte que se le diese en su estado otro oficio de menos carga y de mas provecho. Abrazóle la Duquesa asimismo, y mandó que le regalasen, porque daba señales de venir mal molido y peor parado.

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CAPITULO LVI.

De la descomunal y nunca vista batalla que pasó entre D. Quijote de la Mancha y el lacayo Tosilos en la defensa de la hija de la dueña Doña Rodriguez.

No quedaron arrepentidos los Duques de la burla hecha á Sancho Panza del gobierno que le dieron ; y mas, que aquel mismo dia vino su mayordomo, y les contó punto por punto casi todas las palabras y acciones que Sancho habia dicho y hecho en aquellos dias; y finalmente les encareció el asalto de la ínsula, y el miedo de Sancho, y su salida, de que no pequeño gusto recibieron. Despues desto cuenta la historia que se llegó el dia de la batalla aplazada; y habiendo el Duque una y muy muchas veces advertido á su lacayo Tosilos cómo se habia de avenir con D. Quijote para vencerle, sin matarle ni herirle, ordenó que se quitasen los hierros á las lanzas (158), diciendo á D. Quijote que no permitia la cristiandad, de que él se preciaba, que aquella batalla fuese con tanto riesgo y peligro de las vidas, y que se contentase con que le daba campo franco en su tierra, puesto que iba contra el decreto del santo concilio que prohibe los tales desafíos (159), y no quisiese llevar por todo rigor aquel trance tan fuerte. Don Quijote dijo que su escelencia dispusiese las cosas de aquel negocio como mas fuese servido, que él le obedeceria en todo. Llegado pues el te

meroso dia, y habiendo mandado el Duque que delante de la plaza del castillo se hiciese un espacioso cadalso, donde estuviesen los jueces, del campo, y las dueñas, madre y hija demandantes, habia acudido de todos los lugares y aldeas circunvecinas infinita gente á ver la novedad de aquella batalla, que nunca otra tal no habian visto ni oido decir en aquella tierra los que vivian ni los que habian muerto. El primero que entró en el campo y estacada fue el maestro de las ceremonias, que tanteó el campo y le paseó todo, porque en él no hubiese algun engaño, ni cosa encubierta donde se tropezase y cayese luego entraron las dueñas, y se sentaron en sus asientos, cubiertas con los mantos hasta los ojos y aun hasta los pechos, con muestras de no pequeño sentimiento, presente D. Quijote en la estacada. De alli á poco, acompañado de muchas trompetas, asomó por una parte de la plaza sobre un poderoso caballo, hundiéndola toda, el grande lacayo Tosilos, calada la visera, y todo encambronado con unas fuertes y lucientes armas. El caballa mostraba ser frison, ancho y de color tordillo: de cada mano y pie le pendia una arroba de lana. Venia el valeroso combatiente bien informado del Duque su señor de cómo se habia de portar con el valeroso D. Quijote de la Mancha, advertido que en ninguna manera le matase, sino que procurase huir el primer encuentro, por escusar el peligro de su muerte, que estaba cierto

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