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los diez y ocho. Vista fue esta que admiró á Sancho, suspendió á D. Quijote, hizo parar al sol en su carrera para verlas, y tuvo en maravilloso silencio á todos cuatro. En fin quien primero habló fue una de las dos zagalas, que dijo á Don Quijote: detened, señor caballero, el paso, y no rompais las redes, que no para daño vuestro, sino para nuestro pasatiempo ahí estan tendidas y porque sé que nos habeis de preguntar para qué se han puesto, y quién somos, os lo quiero decir en breves palabras. En una aldea que está hasta dos leguas de aqui, donde hay mucha gente principal, y muchos hidalgos y ri

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entre muchos amigos y parientes se concertó que con sus hijos, mugeres y hijas, vecinos, amigos y parientes nos viniésemos á holgar á este sitio, que es uno de los mas agradables de todos estos contornos, formando entre todos una nueva y pastoril Arcadia (175), vistiéndonos las doncellas de zagalas, y los mancebos de pastores: traemos estudiadas dos églogas, una del famoso poeta Garcilaso (176), y otra del escelentísimo Camóes (177) en su misma lengua portulas cuales hasta ahora no hemos repreguesa, sentado ayer fue el primero dia que aqui llegamos: tenemos entre estos ramos plantadas algunas tiendas, dicen se llaman de campaña, en el márgen de un abundoso arroyo que todos estos prados fertiliza: tendimos la noche pasada estas redes de estos árboles para engañar los simples pajarillos, que ojeados con nuestro

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ruido vinieren á daren ellas. Si gustais, señor, de ser nuestro huésped, seréis agasajado liberal y cortesmente, porque por ahora en este sitio no ha de entrar la pesadumbre ni la melancolía. Calló, y no dijo mas: á lo que respondió D. Quijote por cierto, hermosísima señora, que no debió de quedar mas suspenso ni admirado Anteon cuando vió al improviso bañarse en las aguas á Diana, como yo he quedado atónito en ver vuestra belleza (178). Alabo el asunto de vuestros entretenimientos, y el de vuestros ofrecimientos agradezco; y si os puedo servir, con seguridad de ser obedecidas me lo podeis mandar, porque no es otra la profesion mia sino de mostrarme agradecido y bienhechor con todo género de gente, en especial con la principal que vuestras personas representa y si como estas redes, que deben de ocupar algun pequeño espacio, ocuparan toda la redondez de la tierra, buscara yo nuevos mundos por do pasar sin romperlas: y porque deis algun crédito á esta mi exageracion, ved que os lo promete por lo menos Don Quijote de la Mancha, si es que ha llegado á vuestros oidos este nombre. ¡Ay, amiga de mi alma, dijo entonces la otra zagala, y qué ventura tan grande nos ha sucedido! ¿Ves este señor que tenemos delante? pues hágote saber que es el mas valiente y el mas enamorado y el mas comedido que tiene el mundo, sino es que nos mienta y nos engañe una historia que de sus hazañas anda impresa, y yo he leido. Yo apostaré que este

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buen hombre que viene consigo es un tal Sancho Panza su escudero, á cuyas gracias no hay ningunas que se le igualen. Asi es la verdad, dijo Sancho, que yo soy ese gracioso y ese escudero que vuesa merced dice, y este señor es mi amo, el mismo D. Quijote de la Mancha, historiado y referido. Ay! dijo la otra, supliquémosle, amiga, que se quede, que nuestros padres y nuestros hermanos gustarán infinito dello, que tambien he oido yo decir de su valor y de sus gracias lo mismo que tú me has dicho, y sobre todo dicen dél que es el mas firme y mas leal enamorado que se sabe, y que su dama es una tal Dulcinea del Toboso, á quien en toda España la dan la palma de la hermosura. Con razon se la dan, dijo D. Quijote, si ya no lo pone en duda vuestra sin igual belleza: no os canseis, señoras, en detenerme, porque las precisas obligaciones de mi profesion no me dejan reposar en ningun cabo, Llegó en esto adonde los cuatro estaban un hermano de una de las dos pastoras, vestido asimismo de pastor, con la riqueza y galas que las de las zagalas correspondia: contáronle ellas que el que con ellas estaba era el valeroso Don Quijote de la Mancha, y el otro su escudero Sancho, de quien tenia él ya noticia por haber leido su historia. Ofreciósele el gallardo pastor, pidióle que se viniese con él á sus tiendas, húbolo de conceder D. Quijote, y asi lo hizo. Llegó en esto el ojeo, llenáronse las redes de pajarillos diferentes, que engañados de la color de las redes

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caian en el peligro de que iban huyendo. Juntáronse en aquel sitio mas de treinta personas, todas bizarramente de pastores y pastoras vestidas, y en un instante quedaron enteradas de quienes eran D. Quijote y su escudero, de que no poco contento recibieron, porque ya tenian dél noticia por su historia. Acudieron á las tiendas, hallaron las mesas puestas, ricas, abundantes y limpias: honraron á D. Quijote dándole el primer lugar en ellas: mirábanle todos, y admirábanse de verle. Finalmente alzados los manteles, con gran reposo alzó D. Quijote la voz y dijo: entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome á lo que suele decirse que de los desagradecidos está lleno el infierno. Este pecado, en cuanto me ha sido posible, he procurado yo huir desde el instante que tuve uso de razon, y si no puedo pagar las buenas obras que me hacen con otras obras, pongo en su lugar los deseos de hacerlas, y cuando estos no bastan, las publico, porque quien dice y publica las buenas obras que recibe, tambien las recompensara con otras si pudiera; porque por la mayor parte los que reciben son inferiores á los que dan, y asi es Dios sobre todos, porque es dador sobre todos, y no pueden corresponder las dádivas del hombre á las de Dios con igualdad, por infinita distancia, y esta estrecheza y cortedad en cierto modo la suple el agradecimiento. Yo pues, agra

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