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res. No respondió D. Quijote palabra, ni los caballeros esperaron á que la respondiese, sino volviéndose y revolviéndose con los demas que los seguian, comenzaron á hacer un revuelto caracol al rededor de D. Quijote, el cual volviéndose á Sancho dijo: estos bien nos han conocido; yo apostaré que han leido nuestra historia, y aun la del aragones recien impresa. Volvió otra vez el caballero que habló á D. Quijote, y díjole: vuesa merced, señor D. Quijote, se venga con nosotros, que todos somos sus servidores, y grandes amigos de Roque Guinart. Á lo Don que Quijote respondió: si cortesías engendran cortesías, la vuestra, señor caballero, es hija ó parienta muy cercana de las del gran Roque: llevadme do quisiéredes, que yo no tendré otra voluntad que la vuestra, y mas si la quereis ocupar en vuestros servicio. Con palabras no menos comedidas que estas le respondió el caballero, y encerrándole todos en medio, al son de las chirimías y de los atabales se encaminaron con él á la ciudad: al entrar de la cual, el malo, que todo lo malo ordena, y los muchachos, que son mas malos que el malo, dos dellos traviesos y atrevidos se entraron por toda la gente, y alzando el uno de la cola del rucio, y el otro la de Rocinante, les pusieron y encajaron sendos manojos de aliagas. Sintieron los pobres animales las nuevas espuelas, y apretando las colas aumentaron su disgusto de manera, que dando mil corcovos dieron con sus dueños en

tierra. D. Quijote, corrido y afrentado, acudió á quitar el plumage de la cola de su matalote, y Sancho el de su rucio. Quisieran los que guiaban á D. Quijote castigar el atrevimiento de los muchachos, y no fue posible, porque se encerraron entre mas de otros mil que los seguian. Volvieron á subir D. Quijote y Sancho, y con el mismo aplauso y música llegaron á la casa de su guia, que era grande y principal, en fin como de caballero rico, donde le dejarémos por ahora, porque asi lo quiere Cide Hamete.

CAPITULO LXII.

Que trata de la aventura de la cabeza encantada, con otras niñerías, que no pueden dejar de contarse.

DON Antonio Moreno se llamaba el huésped de D. Quijote, caballero rico y discreto, y amigo de holgarse á lo honesto y afable, el cual viendo en su casa á D. Quijote, andaba buscando modos como sin su perjuicio sacase á plaza sus locuras, porque no son burlas las que duelen, ni hay pasatiempos que valgan si son con daño de tercero. Lo primero que hizo fue hacer desarmar á D. Quijote, y sacarle á vistas con aquel su estrecho y acamuzado vestido (como ya otras veces le hemos descrito y pintado) á un balcon que salia á una calle de las mas principales de la ciudad, á vista de las gentes y de los muchachos, que como á mona le miraban. Corrieron de nuevo delante dél los de 17

TOM. IV.

las libreas, como si para él solo, no para alegrar aquel festivo dia, se las hubieran puesto, y Sancho estaba contentísimo por parecerle que se habia hallado sin saber cómo ni cómo nó otras bodas de Camacho, otra casa como la de Don Diego de Miranda, y otro castillo como el del Duque. Comieron aquel dia con D. Antonio algunos de sus amigos, honrando todos y tratando á D. Quijote como á caballero andante, de lo cual hueco y pomposo no cabia en sí de contento. Los donaires de Sancho fueron tantos, que de su boca andaban como colgados todos los criados de casa y todos cuantos le oian. Estando á la mesa dijo D. Antonio á Sancho: acá tenemos noticia, buen Sancho, que sois tan amigo de manjar blanco y de albondiguillas, que si os sobran las guardais en el seno para el otro dia (204). No señor, no es asi, respondió Sancho, porque tengo mas de limpio que de goloso;

y

mi señor D. Quijote, que está delante, sabe bien que con un puño de bellotas ó de nueces nos solemos pasar entrambos ocho dias: verdad es que si tal vez me sucede que me den la vaquilla, corro con la soguilla : quiero decir, que como lo que me dan, y uso de los tiempos como los hallo; y quien quiera que hubiere dicho que yo soy comedor aventajado, y no limpio, téngase por dicho que no acierta, y de otra manera dijera esto si no mirara á las barbas honradas que estan á la mesa. Por cierto, dijo D. Quijote, que la parsimonia y limpieza con que San

cho come se puede escribir y grabar en láminas de bronce para que quede en memoria eterna en los siglos venideros. Verdad es que cuando él tiene hambre parece algo tragon, porque come apriesa y masca á dos carrillos; pero la limpieza siempre la tiene en su punto, y en el tiempo que fue gobernador aprendió á comer á lo melindroso, tanto que comia con tenedor las uvas y aun los granos de la granada. Cómo! dijo D. Antonio, ¿ gobernador ha sido Sancho? Sí, respondió Sancho, y de una ínsula llamada la Barataria. Diez dias la goberné á pedir de boca: en ellos perdí el sosiego, y aprendí á despre→ ciar todos los gobiernos del mundo: salí huyendo della, caí en una cueva, donde me tuve por muerto, de la cual salí vivo por milagro. Contó D. Quijote por menudo todo el suceso del gobierno de Sancho, con que dió gran gusto á los oyentes. Levantados los manteles, y tomando D. Antonio por la mano á D. Quijote, se entró con él en un apartado aposento, en el cual no habia otra cosa de adorno que una mesa al recer de jaspe, que sobre un pie de lo mismo se sostenia, sobre la cuál estaba puesta al modo de las cabezas de los emperadores romanos, de los pechos arriba, una que semejaba ser de bronce. Paseóse D. Antonio con D. Quijote por todo el aposento, rodeando muchas veces la mesa, despues de lo cual dijo: ahora, señor D. Quijote, que estoy enterado que no nos oye y escucha alguno, y está cerrada la puerta, quiero contar á

pa

voesa merced una de las mas raras aventuras, ó por mejor decir novedades que imaginarse pueden, con condicion que lo que á vuesa merced dijere lo ha de depositar en los últimos retretes del secreto. Asi lo juro, respondió Don Quijote, y aun le echaré una losa encima para mas seguridad; porque quiero que sepa vuesa merced, señor D. Antonio (que ya sabia su nombre), que está hablando con quien, aunque tiene oidos para oir, no tiene lengua para hablar: asi que con seguridad puede vuesa merced trasladar lo que tiene en su pecho en el mio, y hacer cuenta que lo ha arrojado en los abismos del silencio. En fe desa promesa, respondió D. Antonio, quiero poner á vuesa merced en admiracion con lo que viere y oyere, y darme á mí algun alivio de la pena que me causa no tener con quien comunicar mis secretos, que no son para fiarse de todos. Suspenso estaba D. Quijote esperando en qué habian de parar tantas prevenciones. En esto tomándole la mano D. Antonio se la paseó por la cabeza de bronce y por toda la mesa, y por el pie de jaspe sobre que se sostenia, y luego dijo: esta cabeza, señor Don Quijote, ha sido hecha fabricada y os mayores encantadores tenido el mundo, que creo era polaco de nacion, y discípulo del famoso Escotillo, de quien tantas maravillas se cuentan (205), el cual estuvo aqui en mi casa, y por precio de mil escudos que le di labró esta cabeza, que tiene propiedad

por

hechiceros y

de

uno

que

ha

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