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en su nombre. Ana Félix se llama con el sobrenombre de Ricote, famosa tanto por su hermosura, como por mi riqueza: yo salí de mi patria á buscar en reinos estraños quien nos albergase y recogiese, y habiéndolo hallado en Alemania, volví en este hábito de peregrino en compañía de otros alemanes á buscar mi hija, y á desenterrar muchas riquezas que dejé escondidas. No hallé á mi hija, hallé el tesoro que conmigo traigo, y ahora por el estraño rodeo que habeis visto he hallado el tesoro que mas me enriquece, que es á mi querida hija: si nuestra poca culpa y sus lágrimas y las mias por la integridad de vuestra justicia pueden abrir puertas á la misericordia, usadla con nosotros, que jamas tuvimos pensamiento de ofenderos, ni convenimos en ningun modo con la intencion de los nuestros, que justamente han sido desterrados. Entonces dijo Sancho: bien conozco á Ricote, y sé que es verdad lo que dice en cuanto á ser Ana Félix su hija, que en esotras zarandajas de ir y venir, tener buena ó mala intencion, no me entremeto. Admirados del estraño caso todos los presentes, el general dijo: una por una vuestras lágrimas no me dejarán cumplir mi juramento: vivid, hermosa Ana Félix, los años de vida que os tiene determinados el cielo, y lleven la pena de su culpa los insolentes y atrevique la cometieron, y mandó luego ahorcar de la entena á los dos turcos que á sus dos soldados habian muerto; pero el virey le pidió en

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y

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carecidamente no los ahorcase, pues mas locura que valentía habia sido la suya. Hizo el general lo que el virey le pedia, porque no se ejecutan bien las venganzas á sangre helada: procuraron luego dar traza de sacar á D. Gaspar Gregorio del peligro en que quedaba: ofreció Ricote para ello mas de dos mil ducados que en perlas en joyas tenia: diéronse muchos medios; pero ninguno fue tal como el que dió el renegado español que se ha dicho, el cual se ofreció de volver á Argel en algun barco pequeño de hasta seis bancos, armado de remeros cristianos porque él sabia dónde, cómo y cuándo podia y debia desembarcar, y asimismo no ignoraba la casa donde D. Gaspar quedaba : dudaron el general y el virey el fiarse del renegado, ni confiar dél los cristianos que habian de bogar el remo: fióle Ana Félix, y Ricote su padre dijo que salia á dar el rescate de los cristianos si acaso se perdiesen. Firmados pues en este parecer se desembarcó el virey, y D. Antonio Moreno se llevó consigo á la morisca y á su padre, encargándole el virey que los regalase y acariciase cuanto le fuese posible, que de su parte le ofrecia lo que en su casa hubiese para su regalo: tanta fue la benevolencia y caridad que la hermosura de Ana Félix infundió en su pecho.

CAPITULO LXIV.

Que trata de la aventura que mas pesadumbre dió á D. Quijote de cuantas hasta entonces le habian sucedido.

LA muger de D. Antonio Moreno, cuenta la historia, que recibió grandísimo contento de ver á Ana Félix en su casa. Recibióla con mucho agrado, asi enamorada de su belleza, como de su discrecion, porque en lo uno y en lo otro era estremada la morisca, y toda la gente de la ciudad, como á campana tañida, venian á verla. Dijo D. Quijote á D. Antonio que el parecer que habian tomado en la libertad de D. Gregorio no era bueno, porque tenia mas de peligroso que de conveniente, y que seria mejor que le pusiesen á él en Berbería con sus armas y caballo, que él le sacaria á pesar de toda la morisma, como habia hecho D. Gayferos á su esposa Melisendra. Advierta vuesa merced, dijo Sancho oyendo esto, que el señor D. Gayferos sacó á su esposa de tierra firme, y la llevó á Francia por tierra firme; pero aqui, si acaso sacamos á Don Gregorio, no tenemos por donde traerle á España, pues está la mar en medio. Para todo hay remedio, sino es para la muerte, respondió Don Quijote, pues llegando el barco á la marina nos podrémos embarcar en él, aunque todo el mundo lo impida. Muy bien lo pinta y facilita vuesa merced, dijo Sancho; pero del dicho al hecho

muy

hay gran trecho, y yo me atengo al renegado, que me parece muy hombre de bien y de buenas entrañas. D. Antonio dijo que si el renegado no saliese bien del caso, se tomaria el espediente de que el gran D. Quijote pasase en Berbería. De alli á dos dias partió el renegado en un ligero barco de seis remos por banda, armado de valentísima chusma, y de alli á otros dos se partieron las galeras á Levante, habiendo pedido el general al visorey fuese servido de avisarle de lo que sucediese en la libertad de D. Gregorio y en el caso de Ana Félix. Quedó el visorey de hacerlo asi como se lo pedia: y una mañana, saliendo D. Quijote á pasearse por la playa, armado de todas sus armas, porque, como muchas veces decia, ellas eran sus arreos, y su descanso el pelear, y no se hallaba sin ellas un punto, vió venir hácia él un caballero armado asimismo de punta en blanco (226), que en el escudo traia pintada una luna resplandeciente, el cual llegándose á trecho que podia ser oido, en altas voces, encaminando sus razones á D. Quijote, dijo: insigne caballero, y jamas como se debe alabado, D. Quijote de la Mancha, yo soy el caballero de la Blanca Luna, cuyas inauditas hazañas quizá te le habrán traido á la memoria: vengo á contender contigo, y á probar la fuerza de tus brazos, en razon de hacerte conocer y confesar que mi dama, sea quien fuere, es sin comparacion mas hermosa que tu Dulcinea del Toboso; la

TOM. IV.

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cual verdad, si tú la confiesas de llano en llano, escusarás tu muerte y el trabajo que yo he de tomnar en dártela: y si tú peleares, y yo te venciere, no quiero otra satisfacion sino que dejando las armas, y absteniéndote de buscar aventuras, te recojas y retires á tu lugar por tiempo de un año, donde has de vivir sin echar mano á la espada, en paz tranquila y en provechoso sosiego, porque asi conviene al aumento de tu hacienda y á la salvacion de tu alma: y si tú me vencieres, quedará á tu discrecion mi cabeza, y serán tuyos los despojos de mis armas y caballo, y pasará á la tuya la fama de mis hazañas. Mira lo que te está mejor, y respóndeme luego, porque hoy todo el dia traigo de término para despachar este negocio. D. Quijote quedó suspenso y atónito, asi de la arrogancia del caballero de la Blanca Luna, como de la causa por que le desafiaba; y con reposo y ademan severo le respondió: caballero de la Blanca Luna, cuyas hazañas hasta ahora no han llegado á mi noticia, yo os haré jurar que jamas habeis visto á la ilustre Dulcinea; que si visto la hubiérades, yo sé que procurárades no poneros en esta demanda, porque su vista os desengañara de que no ha habido ni puede haber belleza que con la suya compararse pueda : y asi no diciéndoos que mentís, sino que no acertais en lo propuesto, con las condiciones que habeis referido aceto vuestro desafio, y luego, porque no se pase el dia que traeis determinado; y solo esceto

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