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de las condiciones la de que se pase á mí la fama de vuestras hazañas, porque no sé cuáles ni qué tales sean con las mias me contento, tales cuales ellas son. Tomad pues la parte del campo que quisiéredes, que yo haré lo mismo, y á quien Dios se la diere, S. Pedro se la bendiga. Habian descubierto de la ciudad al caballero de la Blan. ca Luna, y díchoselo al visorey que estaba hablando con D. Quijote de la Mancha. El visorey, creyendo seria alguna nueva aventura fabricada por D. Antonio Moreno, ó por otro algun caballero de la ciudad, salió luego á la playa con D. Antonio y con otros muchos caballeros que le acompañaban, á tiempo cuando D. Quijote volvia las riendas á Rocinante para tomar del campo lo necesario. Viendo pues el visorey que daban los dos señales de volverse á encontrar, se puso en medio, preguntándoles qué era la causa que les movia á hacer tan de improviso batalla. El caballero de la Blanca Luna respondió que era precedencia de hermosura, y en breves razones le dijo las mismas que habia dicho á D. Quijote, con la acetacion de las condiciones del desafío hechas por entrambas partes. Llegóse el visorey á D. Antonio, y preguntóle paso si sabia quién era el tal caballero de la Blanca Luó si era alguna burla que querian hacer á D. Quijote. D. Antonio le respondió que ni sabia quién era, ni si era de burlas ni de veras el tal desafío. Esta respuesta tuvo perplejo al visorey en si les dejaria ó nó pasar adelante en la bata

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lla; pero no pudiéndose persuadir á que fuese sino burla, se apartó diciendo: señores caballeros, si aqui no hay otro remedio sino confesar ó morir, y el señor D. Quijote está en sus trece, y vuesa merced el de la Blanca Luna en sus catorce, á la mano de Dios y dense. Agradeció el de la Blanca Luna con corteses y discretas razones al visorey la licencia que se les daba, y D. Quijote hizo lo mismo; el cual encomendándose al cielo de todo corazon, y á su Dulcinea, como tenia de costumbre al comenzar de las batallas que se le ofrecian, tornó á tomar otro poco mas del campo, porque vió que su contrario hacia lo mismo, y sin tocar trompeta ni otro instrumento bélico que les diese señal de arremeter, volvieron entrambos á un mismo punto las riendas á sus caballos; y como era mas ligero el de la Blanca Luna, llegó á D. Quijote á dos tercios andados de la carrera, y alli le encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza, que la levantó al parecer de propósito, que dió con Rocinante y con D. Quijote por el suelo una peligrosa caida. Fue luego sobre él, y poniéndole la lanza sobre la visera le dijo: vencido sois, caballero, y aun muerto si no confesais las condiciones de nuestro desafío (227). D. Quijote molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma dijo: Dulcinea del Toboso el es la mas hermosa muger del mundo, y yo mas desdichado caballero de la tierra, y no es

bien que mi flaqueza defraude esta verdad : aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra. Eso no haré yo por cierto, dijo el de la Blanca Luna: viva, viva en su entereza la fama de la hermosura de la señora Dulcinea del Toboso, que solo me contento con que el gran D. Quijote se retire á su lugar un año, ó hasta el tiempo que por mí le fuere mandado, como concertamos antes de entrar en esta batalla. Todo esto oyeron el visorey y Don Antonio, con otros muchos que alli estaban, y oyeron asimismo que D. Quijote respondió que como no le pidiese cosa que fuese en perjuicio de Dulcinea, todo lo demas cumpliria como caballero puntual y verdadero. Hecha esta confesion volvió las riendas el de la Blanca Luna, y haciendo mesura con la cabeza al visorey, á medio galope se entró en la ciudad. Mandó el visorey á D. Antonio que fuese tras él, y que en todas maneras supiese quién era. Levantaron á D. Quijote, descubriéronle el rostro, y halláronle sin color y trasudando. Rocinante de puro malparado no se pudo mover por entonces. Sancho, todo triste, todo apesarado, no sabia qué decirse ni qué hacerse. Parecíale que todo aquel suceso pasaba en sueños, y que toda aquella máquina era cosa de encantamento. Veia á su señor rendido, y obligado á no tomar armas en un año. Imaginaba la luz de la gloria de sus hazañas escurecida, las esperanzas de sus nuevas promesas deshechas como se deshace el humo con el

viento. Temia si quedaria ó nó contrecho Rocinante, ó deslocado su amo: que no fuera poca ventura si deslocado quedara. Finalmente con una silla de manos, que mandó traer el visorey, le llevaron á la ciudad, y el visorey se volvió tambien á ella con deseo de saber quién fuese el caballero de la Blanca Luna, que de tan mal talante habia dejado á D. Quijote.

CAPITULO LXV.

Donde se da noticia quién era el de la Blanca Luna, con la libertad de D. Gregorio, y de otros sucesos.

SIGUIÓ D. Antonio Moreno al caballero de la Blanca Luna, y siguiéronle tambien y aun persiguieronle muchos muchachos, hasta que le cerraron en un meson dentro de la ciudad. Entró en él D. Antonio con deseo de conocerle: salió un escudero á recibirle y á desarmarle : encerróse en una sala baja, y con él D. Antonio, que no se le cocia el pan hasta saber quién fuese. Viendo pues el de la Blanca Luna que aquel caballero no le dejaba, le dijo: bien sé, señor, lo que venís, que es á saber quién soy; y porque no hay para qué negároslo, en tanto que este mi criado me desarma os lo diré sin faltar un punto á la verdad del caso. Sabed, señor, que á mí me llaman el bachiller Sanson Carrasco. Soy del mismo lugar de D. Quijote de la Mancha', cuya locura y sandez mueve á que le tengamos lástima todos cuantos le conocemos, y

á

entre los que mas se la han tenido he sido yo; y creyendo que está su salud en su reposo, y en que se esté en su tierra y en su casa, di traza para hacerle estar en ella, y asi habrá tres meses que le salí al camino como caballero andante, llamándome el caballero de los Espejos (228), con intencion de pelear con él y vencerle, sin hacerle daño, poniendo por condicion de nuestra pelea que el vencido quedase á discrecion del vencedor: y lo que yo pensaba pedirle, porque

ya

le juzgaba por vencido, era que se volviese á su lugar, y que no saliese dél en todo un año, en el cual tiempo podria ser curado; pero la suerte lo ordenó de otra manera, porque él me venció á mí, y me derribó del caballo, y asi no tuvo efecto mi pensamiento: él prosiguió su camino, y yo me volví vencido, corrido y molido de la caida, que fue ademas peligrosa; pero no por esto se me quitó el deseo de volver á buscarle y á vencerle, como hoy se ha visto. Y como él es tan puntual en guardar las órdenes de la andante caballería, sin duda alguna guardará la que le he dado en cumplimiento de su palabra. Esto es, señor, lo que pasa, sin que tenga que deciros otra cosa alguna: suplícoos no me descubrais, ni le digais á D. Quijote quién soy, porque tengan efecto los buenos pensamientos mios, y vuelva á cobrar su juicio un hombre que le tiene bonísimo, como le dejen las sandeces de la caballería. ¡Ó señor! dijo D. Antonio, Dios os perdone el agravio que habeis hecho á todo el mun

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