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tos y sucesos tristes me hacen parecer descortés, y caminar mas que de paso: y asi dando de las espuelas á Rocinante pasó adelante, dejándolos admirados de haber visto y notado asi su estraña figura, como la discrecion de su criado, que por tal juzgaron á Sancho (233): y otro de los labradores dijo: ¿si el criado es tan discreto, cuál debe ser el amo? Yo apostaré que si van á estudiar á Salamanca, que á un tris han de venir á ser alcaldes de corte, que todo es burla, sino estudiar y mas estudiar, y tener favor y ventura, y cuando menos se piensa el hombre se halla con una vara en la mano, ó con una mitra en la cabeza. Aquella noche la saron amo y mozo en mitad del campo al cielo raso y descubierto, y otro dia siguiendo su camino vieron que hácia éllos venia un hombre de á pie, con unas alforjas al cuello y una azcona ó chuzo en la mano, propio talle de correo de á pie, el cual como llegó junto á D. Quijote adelantó el paso, y medio corriendo llegó á él, y abrazándole por el muslo derecho, que no alcanzaba á mas, le dijo con muestras de mucha alegría: ¡ó mi señor D. Quijote de la Mancha, y qué gran contento ha de llegar al corazon de mi señor el Duque cuando sepa qué vuesa merced vuelve á su castillo, que todavía se está en él con mi señora la Duquesa ! No os conozco, amigo, respondió D. Quijote, ni sé quién sois, si vos no me lo decis. Yo, señor Don Quijote, respondió el correo, soy Tosilos el lacá

yo del Duque mi señor, que no quise pelear con, vuesa merced sobre el casamiento de la hija de Doña Rodriguez. ¡Válame Dios! dijo D. Quijote; ¿es posible que sois vos el que los encantadores mis enemigos trasformaron en ese lacayo que decis, por defraudarme de la honra de aquella batalla? Calle, señor bueno, replicó el cartero, que no hubo encanto alguno, ni mudanza de rostro ninguna: tan lacayo Tosilos entré en la estacada, como Tosilos lacayo salí della. Yo pensé casarme sin pelear, por haberme parecido bien la moza; pero sucedióme al reves mi pensamiento, pues asi como vuesa merced se partió de nuestro castillo, el Duque mi señor me hizo dar cien palos par haber contravenido á las ordenanzas que me tenia dadas antes de entrar en la batalla, y todo ha parado en que la muchacha es ya monja, y Doña Rodriguez se ha vuelto á Castilla, y yo voy ahora á Barcelona á llevar un pliego de cartas al virey, que le envia mi amo. Si vuesa merced quiere un traguito, aunque caliente, puro, aqui llevo una calabaza llena de lo caro, con no sé cuántas rajitas de queso de Tronchon, que servirán de llamativo y despertador de la sed, si acaso está durmiendo. Quiero el envite, dijo Sancho, y échese el resto de la cortesía, y escancie el buen Tosilos á despecho y pesar de cuantos encantadores hay en las Indias. En fin, dijo D. Quijote, tú eres, Sancho, el mayor gloton del mundo, y el mayor ignorante de la tierra, pues no te persuades que

este correo es encantado, y este Tosilos contrahecho: quédate con él, y hártate, que yo me iré adelante poco a poco, esperándote á que vengas. á Rióse el lacayo, desenvainó su calabaza, desalforjó sus rajas, y sacando un panecillo, él y Sancho se sentaron sobre la yerba verde, y en buena paz y compaña despabilaron y dieron fondo con todo el repuesto de las alforjas, con tan buenos alientos, que lamieron el pliego de las cartas solo porque olia á queso. Dijo Tosilos á Sancho: sin duda este tu amo, Sancho amigo, debe de ser un loco. ¿Cómo debe? respondió Sancho, no debe nada á nadie, que todo lo paga, y mas cuando la moneda es locura: bien lo veo yo, y bien se lo digo á él; pero ¿qué aprovecha? y mas agora que va rematado, porque va vencido del caballero de la Blanca Luna. Rogóle Tosilos le contase lo le habia sucedido ; pero ; pero Sancho le respondió que era descortesía dejar que su amo le esperase, que otro dia, si se encontrasen, habria lugar para ello : y levantándose despues de haberse sacudido el sayo y las migajas de las barbas, antecogió al rucio, y diciendo á Dios dejó á Tosilos y alcanzó á su amo, que á la sombra de un árbol le estaba esperando.

que

CAPITULO LXVII.

De la resolucion que tomó D. Quijote de hacerse pastor y seguir la vida del campo en tanto que se pasaba el año de su promesa, con otros sucesos en verdad gustosos y buenos.

Si muchos pensamientos fatigaban á D. Quijote antes de ser derribado, muchos mas le fatigaron despues de caido. A la sombra del árbol estaba, como se ha dicho, y alli como moscas á la miel le acudian y picaban pensamientos. Unos iban al desencanto de Dulcinea, y otros á la vida que habia de hacer en su forzosa retirada. Llegó Sancho, y alabóle la liberal condicion del lacayo Tosilos. ¿Es posible, le dijo D. Quijote, que todavía, ó Sancho, pienses que aquel sea verdadero lacayo? Parece que se te ha ido de las mientes haber visto á Dulcinea convertida y trasformada en labradora, y al caballero de los Espejos en el bachiller Carrasco: obras todas de los encantadores que me persiguen. Pero dime ahora, ¿preguntaste á ese Tosilos que dices, qué ha hecho Dios de Altisidora, si ha llorado mi ausencia, ó si ha dejado ya en las manos del olvido los enamorados pensamientos que en mi presencia la fatigaban? No eran, respondió Sancho, los que yo tenia tales, que me diesen lugar á preguntar boberías. ¡ Cuerpo de mí! señor, ¿está vuesa merced ahora en términos de inquirir pensamientos agenos, especialmente amorosos? Mira, Sancho, dijo D. Quijote, mucha dife

rencia hay de las obras que se hacen por amor, á las que se hacen por agradecimiento. Bien puede ser que un caballero sea desamorado; pero no puede ser, hablando en todo rigor, que sea desagradecido. Quísome bien, al parecer, Altisidora, dióme los tres tocadores que sabes, lloró en mi partida, maldíjome, vituperóme, quejóse á despecho de la vergüenza públicamente: señales todas de que me adoraba, que las iras de los amantes suelen parar en maldiciones. Yo no tuve esperanzas que darle ni tesoros que ofrecerle, porque las mias las tengo entregadas á Dulcinea, y los tesoros de los caballeros andantes son como los de los duendes, aparentes y falsos, y solo puedo darle estos acuerdos que della tengo, sin perjuicio empero de los que tengo de Dulcinea, á quien tú agravias con la remision que tienes en azotarte, y en castigar esas carnes, que vea yo comidas de lobos, que quieren guardarse antes para los gusanos que para el remedio de aquella pobre señora. Señor, respondió Sancho, si va á decir lą verdad, yo no me puedo persuadir que los azotes de mis posaderas tengan que ver con los desencantos de los encantados, que es como si di̟jésemos si os duele la cabeza, untaos las rodillas: á lo menos yo osaré jurar que en cuantas historias vuesa merced ha leido, que tratan de la andante caballería, no ha visto algun desencantado por azotes; pero por sí ó por nó, yo me los daré cuando tenga gana, y el tiempo me dé

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