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en esto el dia, dió el sol con sus rayos en los ojos á Sancho: despertó, y esperezése, sacudién. dose y estirándose los perezosos miembros: miró el destrozo que habian hecho los puercos en su repostería, y maldijo la piara y aun mas adelante. Finalmente volvieron los dos á su comenzado camino, y al declinar de la tarde vieron que hácia ellos venian hasta diez hombres de á caballo, y cuatro ó cinco de á pie. Sobresaltóse el corazon de D. Quijote, y azoróse el de Sancho, porque la gente que se les llegaba traia lanzas y adargas, y venia muy á punto de guerra. Volvióse D. Quijote á Sancho, y díjole: si yo pudiera, Sancho, ejercitar mis armas, y mi promesa no me hubiera atado los brazos, esta máquina que sobre nosotros viene la tuviera yo por tortas y pan pintado; pero podria ser fuese otra cosa de la que tememos. Llegaron en esto los de á caba llo, y arbolando las lanzas sin hablar palabra alguna rodearon á D. Quijote, y se las pusieron á las espaldas y pechos amenazándole de muerte. Uno de los de á pie, puesto un dedo en la boca en señal de que callase, asió del freno de Rocinante, y le sacó del camino; y los demas de á pie, antecogiendo á Sancho y al rucio, guardando todos maravilloso silencio, siguieron los pasos del llevaba á D. Quijote, el cual dos ó tres veces quiso preguntar adónde le llevaban, ó qué querian; pero apenas comenzaba á mover los labios, cuando se los iban á cerrar con los hierros de las lanzas; y á Sancho le acontecia lo mismo, 21

que

TOM. IV.

porque apenas daba muestras de hablar, cuando uno de los de á pie con un aguijon le punzaba, y al rucio ni mas ni menos, como si hablar quisiera. Cerró la noche, apresuraron el paso, creció en los dos presos el miedo, y mas cuando oyeron que de cuando en cuando les decian: caminad, trogloditas, callad, bárbaros, pagad, antropófagos, no os quejeis, scitas, ni abrais los ojos, Polifemos matadores, leones carniceros, y otros nombres semejantes á estos con que atormentaban los oidos de los miserables amo y mozo. Sancho iba diciendo entre sí: ¿nosotros tortolitas, nosotros barberos ni estropajos, nosotros perritas, á quien dicen cita, cita? No me contentan nada estos nombres, á mal viento va esta parva, todo el mal nos viene junto como al perro los palos, y ojalá parase en ellos lo que amenaza esta aventura tan desventurada. Iba Don Quijote embelesado, sin poder atinar con cuantos discursos hacia qué serian aquellos nombres llenos de vituperios que les ponian, de los cuales sacaba en limpio no esperar ningun bien, y temer mucho mal. Llegaron en esto un hora casi de la noche á un castillo, que bien conoció D. Quijote que era el del Duque, donde habia poco que habian estado. ¡Válame Dios! dijo asi como conoció la estancia, ¿ y qué será esto? Sí que en esta casa todo es cortesía y buen comedimiento; pero para los vencidos el bien se vuelve en mal, y el mal en peor. Entraron al patio principal del castillo, y viéronle aderezado y

puesto de manera que les acrecentó la admiracion y les dobló el miedo, como se verá en el siguiente capítulo.

CAPITULO LXIX.

Del mas raro y mas nuevo suceso que en todo el discurso desta grande historia avino á D. Quijote.

APEÁRONSE los de á caballo, y junto con los de á pie, tomando en peso y arrebatadamente á Sancho y á D. Quijote los entraron en el patio, al rededor del cual ardian casi cien hachas puestas en sus blandones, y por los corredores del patio mas de quinientas luminarias, de modo que á pesar de la noche, que se mostraba algo escura, no se echaba de ver la falta del dia. En medio del patio se levantaba un túmulo como dos varas del suelo, cubierto todo con un grandísimo dosel de terciopelo negro, al rededor del cual por sus gradas ardian velas de cera blanca sobre mas de cien candeleros de plata, encima del cual túmulo se mostraba un cuerpo muerto de una tan hermosa doncella, que hacia parecer con su hermosura hermosa á la misma muerte. Tenia la cabeza sobre una almohada de brocado, coronada con una guirnalda de diversas y odoríferas flores tejida, las manos cruzadas sobre el pecho, y entre ellas un ramo de amarilla y vencedora palma. Á un lado del patio estaba puesto un teatro, y en dos sillas sentados dos personages, que por tener coronas en

la cabeza y cetros en las manos daban señales de ser algunos reyes, ya verdaderos ó ya fingidos. Al lado deste teatro, adonde se subia por algunas gradas, estaban otras dos sillas, sobre las cuales los que trujeron los presos sentaron á Don Quijote y á Sancho, todo esto callando, y dándoles á entender con señales á los dos que asimismo callasen; pero sin que se lo señalaran

callaran ellos, porque la admiracion de lo que estaban mirando les tenia atadas las lenguas. Subieron en esto al teatro con mucho acompañamiento dos principales personages, que lue

go fueron conocidos de D. Quijote, ser el Duque y la Duquesa sus huéspedes, los cuales se sentaron en dos riquísimas sillas junto á los dos que parecian reyes. ¿Quién no se habia de admirar con esto, añadiéndose á ello haber conocido Don Quijote que el cuerpo muerto que estaba sobre

el túmulo era el de la hermosa Altisidora? Al subir el Duque y la Duquesa en el teatro se levantaron D. Quijote y Sancho, y les hicieron una profunda humillacion, y los Duques hicieron lo mismo inclinando algun tanto las cabezas. Salió en esto de traves un ministro, y llegándose á Sancho le echó una ropa de bocací negro encima, toda pintada con llamas de fuego, y quitándole la caperuza le puso en la cabeza una coal modo de las que sacan los penitenciapor el santo Oficio, y díjole al oido que no descosiese los labios, porque le echarian una mordaza ó le quitarian la vida. Mirábase San

roza,

dos

cho de arriba abajo, veíase ardiendo en llamas; pero como no le quemaban no las estimaba en dos ardites. Quitóse la coroza, vióla pintada de diablos, volviósela á poner diciendo entre sí : aun bien que ni ellas me abrasan, ni ellos me llevan. Mirábale tambien D. Quijote, y aunque el temor le tenia suspensos los sentidos, no dejó de reirse de ver la figura de Sancho. Comenzó en esto á salir, al parecer, debajo del túmulo un son sumiso y agradable de flautas, que por no ser impedido de alguna humana voz, porque en aquel sitio el mismo silencio guardaba silencio, asimismo se mostraba blando y amoroso. Luego hizo de sí improvisa muestra, junto á la almohada del al parecer cadáver, un hermoso mancebo vestido á lo romano, que al son de una arpa, que él mismo tocaba, cantó con suavísima y clara voz estas dos estancias:

En tanto que en sí.vuelve Altisidora,
Muerta por la crueldad de D. Quijote,
Y en tanto que en la corte encantadora
Se vistieren las damas de picote,

Y en tanto que

á sus dueñas mi señora

Vistiere de bayeta y de anascote,

Cantaré su belleza y su desgracia

Con mejor plectro que el cantor de Tracia.
Y 38 aun no se me figura que me toca
Aqueste oficio solamente en vida,

Mas con la lengua muerta y fria en la boca
Pienso mover la voz á tí debida:

Libre mi alma de su estrecha roca,
Por el Estigio lago conducida,
Celebrándote irá, y aquel sonido
Hará parar las aguas del olvido (242).

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