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me dejará decir otra cosa. Mas que la diga vuestra escelencia, dijo Rodriguez, que Dios sabe la verdad de todo, y buenas ú malas, barbadas ó lampiñas que seamos las dueñas, tambien nos parieron nuestras madres como á las otras mugeres; y pues Dios nos echó en el mundo, él sabe para qué, y á su misericordia me atengo, y no á las barbas de nadie. Ahora bien, señora Rodriguez, dijo D. Quijote, y señora Trifaldi y compañía, yo espero en el cielo que mirará con buenos ojos vuestras cuitas, que Sancho hará lo que yo le mandare, ya viniese Clavileño, y ya me viese con Malambruno, que yo sé que no habria navaja que con mas facilidad rapase á vuestras mercedes,,como mi espada raparia de los hombros la cabeza de Malambruno: que Dios sufre á los malos, pero no para siempre. ¡Ay! dijo á esta sazon la Dolorida, con benignos ojos miren á vuestra grandeza, valeroso caballero, todas las estrellas de las regiones celestes, é infundan en vuestro ánimo toda prosperidad y valentía, para ser escudo y amparo del vituperoso y abatido género dueñesco, abominado de boticarios, murmurado de escuderos, y socaliñado

de

pages, que mal haya la bellaca que en la flor de su edad no se metió primero á ser monja que á dueña desdichadas de nosotras las dueñas, que aunque vengamos por línea recta de varon en varon del mismo Héctor el troyano, no dejarán de echarnos un vos (41) nuestras señoras si pensasen por ello ser reinas. ¡ Ó gigante Malam

bruno, que aunque eres encantador, eres certísimo en tus promesas, envíanos ya al sin par Clavileño, para que nuestra desdicha se acabe, que si entra el calor, y estas nuestras barbas duran, guay (42) de nuestra ventura! Dijo esto con tanto sentimiento la Trifaldi, que sacó las lágrimas de los ojos de todos los circunstantes, y aun arrasó los de Sancho; y propuso en su corazon de acompañar á su señor hasta las últimas partes del mundo, si es que en ello consistiese quitar la lana de aquellos venerables rostros.

CAPITULO XLI.

De la venida de Clavileño, con el fin desta dilatada aventura.

LLEGÓ en esto la noche, y con ella el punto determinado en que el famoso caballo Clavileño viniese, cuya tardanza fatigaba ya á D. Quijote, pareciéndole que pues Malambruno se detenia en enviarle, ó que él no era el caballero para quien estaba guardada aquella aventura, ó que Malambruno no osaba venir con él á singular batalla. Pero veis aqui cuando á deshora entraron por el jardin cuatro salvages vestidos todos de verde yedra, que sobre sus hombros traian un gran caballo de madera. Pusiéronle de pies en el suelo, y uno de los salvages dijo: suba' sobre esta máquina el caballero que tuviere ánimo para ello (43). Aqui, dijo Sancho, yo no subo , porque ni tengo ánimo ni soy caballero; y

TOM. IV.

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el salvage prosiguió diciendo: y ocupe las ancas el escudero, si es que lo tiene, y fíese del valeroso Malambruno, que si no fuere de su espada, de ninguna otra, ni de otra malicia será ofendido; y no hay mas que torcer esta clavija que sobre el cuello trae puesta, que él los llevará por los aires, adonde los atiende Malambruno; pero porque la alteza y sublimidad del camino no les cause vaguidos, se han de cubrir los ojos hasta que el caballo relinche, que será señal de haber dado fin á su viage. Esto dicho, dejando á Clavileño, con gentil continente se volvieron por donde habian venido. La Dolorida asi como vió al caballo, casi con lágrimas dijo á D. Quijote: valeroso caballero, las promesas de Malambruno han sido ciertas, el caballo está en casa nuestras barbas crecen, y cada una de nosotras y con cada pelo dellas te suplicamos nos rapes y tundas, pues no está en mas sino en que subas en él con tu escudero, y des felice principio á vuestro nuevo viage. Eso haré yo, señora condesa Trifaldi, de muy buen grado y de mejor talante, sin ponerme á tomar cojin ni calzarme espuelas, porno detenerme: tanta es la gana que tengo de veros á vos, señora, y á todas estas dueñas rasas y mondas. Eso no haré yo, dijo Sancho, ni de malo ni de buen talante en ninguna manera; y si es que este rapamiento no se puede hacer sin que yo suba á las ancas, bien puede buscar mi señor otro escudero que le acompañe, y estas señoras otro modo de alisarse los rostros,

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por

que yo no soy brujo para gustar de andar los aires: ¿y qué dirán mis insulanos cuando sepan que su gobernador se anda paseando por los vientos? Y otra cosa mas, que habiendo tres mil y tantas leguas de aqui á Candaya, si el caballo se cansa ó el gigante se enoja, tardarémos en dar la vuelta media docena de años, y ya ni habrá ínsula ni insulos en el mundo que me conozcan: y pues se dice comunmente que en la tardanza va el peligro, y que cuando te dieren la vaquilla acudas con la soguilla, perdónenme las barbas destas señoras, que bien se está S. Pedro en Roma, quiero decir, que bien me estoy en esta casa, donde tanta merced se me hace, y de cuyo dueño tan gran bien espero como es verme gobernador. Á lo que el Duque dijo: Sancho amigo, la ínsula que yo os he prometido no es movible ni fugitiva, raices tiene tan hondas, echadas en los abismos de la tierra, que no la arrancarán ni mudarán de donde está á tres tirones: y pues vos sabeis que sé yo que no hay ningun género de oficio destos de mayor cantía (44) que no se grangee con alguna suerte de cohecho, cual mas, cual menos (45), el que yo quiero llevar por este gobierno es que vais con vuestro señor D. Quijote á dar cima y cabo á esta memorable aventura: que ahora volvais sobre Clavileño con la brevedad que su ligereza promete, hora la contraria fortuna os traiga y vuelva á pie hecho romero de meson en meson y de venta en venta, siempre que volviéredes hallaréis

vuestra ínsula donde la dejais, y á vuestros insulanos con el mismo deseo de recebiros por su gobernador que siempre han tenido, y mi voluntad será la misma; y no pongais duda en esta verdad, señor Sancho , que seria hacer notorio agravio al deseo que de serviros tengo. No mas, señor, dijo Sancho, yo soy un pobre escudero, y no puedo llevar á cuestas tantas cortesías: suba mi amo, tápenme estos ojos, y encomiéndenme á Dios, y avísenme si cuando vamos por esas altanerías podré encomendarme á nuestro Señor, ó invocar los ángeles que me favorezcan. Á lo que respondió Trifaldi: Sancho, bien podeis encomendaros á Dios, ó á quien quisiéredes que Malambruno, aunque es encantador es crisțiano, y hace sus encantamentos con mucha sagacidad y con mucho tiento sin meterse con nadie. Ea pues, dijo Sancho, Dios me ayude y la santísima Trinidad de Gaeta. Desde la memorable aventura de los batanes, dijo D. Quijote, nunca he visto á Sancho con tanto temor como ahora; si yo fuera tan agorero como otros, su pusilanimidad me hiciera algunas cosquillas en el ánimo. Pero llegaos aqui, Sancho, que con licencia destos señores os quiero hablar aparte dos palabras; y apartando á Sancho entre unos árboles del jardin, y asiéndole ambas las manos le dijo: ya ves, Sancho hermano, el largo viage que nos espera, y que sabe Dios cuando volverémos dél, ni la comodidad y espacio que nos darán los negocios; y asi querria que ahora te

y

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