Imagens das páginas
PDF
ePub

No mas, dijo á esta sazon uno de los dos que pa recian reyes: no mas, cantor divino, que seria proceder en infinito representarnos ahora la muerte y las gracias de la sin par Altisidora, no muerta, como el mundo ignorante piensa, sino viva en las lenguas de la fama, y en la pena que para volverla á la perdida luz ha de pasar Sancho Panza, que está presente: y asi, ó tú Radamanto (243), que conmigo juzgas en las cavernas lóbregas de Dite (244), pues sabes todo aquello que en los inescrutables hados está determinado acerca de volver en sí esta doncella, dilo, y decláralo luego, porque no se nos dilate el bien que con su nueva vuelta esperamos. Apenas hubo dicho esto Minos (245), juez y compañero de Radamanto, cuando levantándose en pie Radamanto dijo: ea, ministros desta casa, altos y bajos, grandes y chicos, acudid unos tras otros, y sellad el rostro de Sancho con veinte y cuatro mamonas, y doce pellizcos y seis alfilerazos en brazos y lomos, que en esta ceremonia consiste la salud de Altisidora. Oyendo lo cual Sancho Panza rompió el silencio y dijo: voto á tal, asi me deje yo sellar el rostro ni manosearme la cara como volverme moro, ¡Cuerpo de mí! ¿qué tiene que ver manosearme el rostro con la resurreccion desta doncella? Regostóse la vieja á los bledos: encantan á Dulcinea, y azótanme para que se desencante: muérese Altisidora de males que Dios quiso darle, y hanla de resucitar hacerme á mi veinte y cuatro

mamonas, y acribarme el cuerpo a alfilerazos, y acardenalarme los brazos á pellizcos. Esas burlas á un cuñado, que yo soy perro viejo, y no hay conmigo tus tus. Morirás, dijo en alta voz Radamanto: ablándate, tigre, humillate, Nembrot soberbio, y sufre y calla, pues no te piden imposibles, y no te metas en averiguar las dificul tades deste negocio: mamonado has de ser, acrebillado te has de ver, pellizcado has de gemir. Ea, digo, ministros, cumplid mi mandamiento; si nó, por la fe de hombre de bien que habeis de ver para lo que nacisteis. Parecieron en esto que por el patio venian hasta seis dueñas en procesion una tras otra, las cuatro con antojos, y todas levantadas las manos derechas en alto, con cuatro dedos de muñecas de fuera, para hacer las manos mas largas, como ahora se usa (246). No las hubo visto Sancho cuando bramando como un toro dijo: bien podré yo dejarme manosear de todo el mundo; pero consentir que me toquen dueñas, eso no. Gatéenme el rostro, como hicieron á mi amo en este mesmo castillo: traspásenme el cuerpo con puntas de dagas buidas: atenázenme los brazos con tenazas de fuego, que yo lo llevaré en paciencia, ó serviré á estos señores; pero que me toquen dueñas, no lo consentiré si me llevase el diablo. Rompió tambien el silencio D. Quijote diciendo á Sancho: ten paciencia, hijo, y da gusto á estos señores, y muchas gracias al cielo por haber puesto tal virtud en tu persona, que con el mar

tirio della desencantes los encantados, y resucites los muertos. Ya estaban las dueñas cerca de Sancho cuando él mas blando y mas persuadido, poniéndose bien en la silla dió rostro y barba á la primera, la cual le hizo una mamona muy bien sellada, y luego una gran reverencia. Menos cortesía, menos mudas, señora dueña, dijo Sancho, que por Dios que traeis las manos oliendo á vinagrillo. Finalmente todas las dueñas le sellaron, y otra mucha gente de casa le pellizcaron; pero lo que él no pudo sufrir fue el punzamiento de los alfileres, y asi se levantó de la silla al parecer mohino, y asiendo de una hacha encendida que junto á él estaba dió tras las dueñas y tras todos sus verdugos diciendo: afuera, ministros infernales, que no soy yo de bronce para no sentir tan estraordinarios martirios. En esto Altisidora, que debia de estar cansada por haber estado tanto tiempo supina, se volvió de un lado: visto lo cual por los circunstantes casi todos á una voz dijeron: viva es Altisidora, Altisidora vive. Mandó Radamanto á Sancho que depusiese la ira, pues ya se habia alcanzado el intento que se procuraba. Asi como D. Quijote vió rebullir á Altisidora se fue á poner de rodillas delante de Sancho diciéndole : ahora es tiempo, hijo de mis entrañas, no que escudero mio, que te des algunos de los azotes que estás obligado á darte por el desencanto de Dulcinea. Ahora digo que es el tiempo donde tienes sazonada la virtud, y con eficacia de obrar el bien

que de tí se espera. Á lo que respondió Sancho: esto me parece argado sobre argado (247), y no miel sobre hojuelas: bueno seria que tras pellizcos, mamonas y alfilerazos viniesen ahora los azotes: no tienen mas que hacer sino tomar una gran piedra, y atármela al cuello, y dar conmigo en un pozo, de lo que á mí no pesaria mucho, si es que para curar los males agenos tengo yo de ser la vaca de la boda. Déjenine; si nó por Dios que lo arroje y lo eche todo á trece aunque no se venda. Ya en esto se habia sentado en el túmulo Altisidora, y al mismo instante sonaron las chirimías, á quien acompañaron las flautas y las voces de todos, que aclamaban: viva Altisidora, Altisidora viva. Levantáronse los Duques y los reyes Minos y Radamanto, y todos juntos con D. Quijote y Sancho fueron á recebir á Altisidora, y á bajarla del túmulo, la cual haciendo de la desmayada se inclinó á los Duques

y

á los reyes, y mirando de traves á D. Quijote le dijo: Dios te lo perdone, desamorado caballero, pues por tu crueldad he estado en el otro mundo á mi parecer mas de mil años: y á tí, ó el mas compasivo escudero que contiene el orbe, te agradezco la vida que poseo. Dispon desde hoy mas, amigo Sancho, de seis camisas mias que te mando, para que hagas otras seis para tí, y si no son todas sanas, á lo menos son todas limpias. Besóle por ello las manos Sancho con la coroza en la mano y las rodillas en el suelo. Mandó el Duque que se

la quitasen, y le volviesen su caperuza, y le pusiesen el sayo, y le quitasen la ropa de las llamas. Suplicó Sancho al Duque que le dejasen la ropa y mitra, que la queria llevar á su tierra por señal y memoria de aquel nunca visto suceso. La Duquesa respondió que sí dejarian, que ya sabia él cuan grande amiga suya era. Mandó el Duque despejar el patio, y que todos se. recogiesen á sus estancias, y que á D. Quijote y á Sancho los llevasen á las que ellos ya se sabian.

CAPITULO LXX.

Que sigue al de sesenta y nueve, y trata de cosas no escusadas para la claridad desta historia.

DURMIÓ Sancho aquella noche en una carriola (248) en el mismo aposento de D. Quijote, cosa que él quisiera escusarla si pudiera, porque bien sabia que su amo no le habia de dejar dormir á preguntas y á respuestas, y no se hallaba en disposicion de hablar mucho, porque los dolores de los martirios pasados los tenia presentes, y no le dejaban libre la lengua, y viniérale mas á cuento dormir en una choza solo, que no en aquella rica estancia acompañado. Salióle su temor tan verdadero y su sospecha tan cierta, que apenas hubo entrado su señor en el lecho cuando dijo: ¿qué te parece, Sancho, del suceso desta noche? Grande y poderosa es la fuerza del desden desamorado, como por tus mismos ojos has visto muerta á Altisidora,

« AnteriorContinuar »