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otro poco, y déjeme dar otros mil azotes siquiera, que á dos levadas destas habrémos cumplido con esta partida, y aun nos sobrará ropa. Pues tú te hallas con tan buena disposicion, dijo D. Quijote, el cielo te ayude, y pégate, que yo me aparto. Volvió Sancho á su tarea con tanto denuedo, que ya habia quitado las cortezas á muchos árboles: tal era la riguridad con que se azotaba; y alzando una vez la voz, y dando un desaforado azote en una haya, dijo: aqui morirá Sanson, y cuantos con él son. Acudió D. Quijote luego al son de la lastimada voz y del golpe del riguroso azote, y asiendo del torcido cabestro que le servia de corbacho (257) á Sancho, le dijo: no permita la suerte, Sancho amigo, que por el gusto mio pierdas tú la vida, que ha de servir para sustentar á tu muger y á tus hijos: espere Dulcinea mejor coyuntura, que yo me contendré en los límites de la esperanza propincua, y esperaré que cobres fuerzas nuevas para que se concluya este negocio á gusto de todos. Pues vuesa merced, señor mio, lo quiere asi, respondió Sancho, sea en buena hora, y écheme su ferreruelo sobre estas espaldas, que estoy sudando, y no querria resfriarme, que los nuevos diciplinantes corren este peligro. Hízolo asi D. Quijote, y quedándose en pelota abrigó á Sancho, el cual se durmió hasta que le despertó el sol, y luego volvieron á proseguir su camino, á quien dieron fin por entonces en un lugar que tres leguas de alli estaba. Apeáronse en un me

son, que por tal le reconoció D. Quijote, y no por castillo de cava honda, torres, rastrillos y puente levadiza: que despues que le vencieron, con mas juicio en todas las cosas discurria, como ahora se dirá. Alojáronle en una sala baja, á quien servian de guadameciles unas sargas viejas pintadas, como se usa en las aldeas. En una dellas estaba pintado de malísima mano el robo de Elena cuando el atrevido huésped se la llevó á Menelao, y en otra estaba la historia de Dido y de Eneas, ella sobre una alta torre, como que hacia de señas con una media sábana al fugitivo huésped, que por el mar sobre una fragata ó bergantin se iba huyendo. Notó en las dos historias que Elena no iba de muy mala gana, porque se reia á socapa y á lo socarron; pero la hermosa Dido mostraba verter lágrimas del tamaño de nueces por los ojos. Viendo lo cual D. Quijote dijo: estas dos señoras fueron desdichadísimas por no haber nacido en esta edad, y yo sobre todos desdichado en no haber nacido en la suya, pues si yo encontrara aquestos señores ni fuera abrasada Troya, ni Cartago destruida, pues con solo que yo matara á Páris se escusaran tantas desgracias. Yo apostaré, dijo Sancho, que antes de mucho tiempo no ha de haber bodegon (258), venta ni meson ó tienda de barbero donde no ande pintada la historia de nuestras hazañas; pero querria yo que la pintasen manos de otro mejor pintor que el que ha pintado á estas. Tienes razon, Sancho, dijo Don

á

Quijote, porque este pintor es como Orbaneja, un pintor que estaba en Úbeda, que cuando le preguntaban qué pintaba, respondia : lo que saliere; y si por ventura pintaba un gallo escribia debajo: este es gallo, porque no pensasen que era zorra (259). Desta manera me parece mí, Sancho, que debe de ser el pintor ó escritor, que todo es uno, que sacó á luz la historia deste nuevo D. Quijote que ha salido (260), que pintó ó escribió lo que saliere; ó habrá sido como un poeta que andaba los años pasados en la corte llamado Mauleon, el cual respondia de repente á cuanto le preguntaban ; y preguntándole uno qué queria decir Deum de Deo, respondió: de donde diere (261). Pero dejando esto aparte, dime si piensas, Sancho, darte otra tanda esta noche, y si quieres que sea debajo de techado ó al cielo abierto. Pardiez, señor, respondió Sancho, que para lo que yo pienso darme, eso se me da en casa, que en el campo; pero con todo eso querria que fuese entre árboles, que parece que me acompañan, y me ayudan á llevar mi trabajo maravillosamente. Pues no ha de ser asi, Sancho amigo, respondió Don Quijote, sino para que tomes fuerzas lo hemos de guardar para nuestra aldea, que á lo mas tarde llegarémos allá despues de mañana. Sancho respondió que hiciese su gusto, pero que él quisiera concluir con brevedad aquel negocio á sangre caliente y cuando estaba picado el mo¬ lino, porque en la tardanza suele estar muchas

veces el peligro, y á Dios rogando y con el mazo dando, y que mas valia un toma que dos te daré,

y

el pájaro en la mano que buitre volando. No mas refranes, Sancho, por un solo Dios, dijo Don Quijote, que parece que te vuelves al sicut erat: habla á lo llano, á lo liso, á lo no intricado, como muchas veces te he dicho, y verás como te vale unpan por ciento. Nosé qué mala ventura es esta mia, respondió Sancho, que no sé decir razon sin refran, ni refran que no me parezca razon; pero yo me emendaré si pudiere; y con esto por entonces su plática.

cesó

CAPITULO LXXII.

De como D. Quijote y Sancho llegaron á su aldea.

Tono aquel dia esperando la noche estuvieron en aquel lugar y meson D. Quijote y Sancho, el uno para acabar en la campaña rasa la tanda de su diciplina, y el otro para ver el fin della, en el cual consistia el de su deseo. Llegó en esto al meson un caminante á caballo con tres ó cuatro criados, uno de los cuales dijo al que el señor dellos parecia: aqui puede vuesa merced, señor D. Álvaro Tarfe, pasar hoy la siesta : la posada parece limpia y fresca. Oyendo esto Don Quijote le dijo á Sancho: mira, Sancho, cuando yo hojeé aquel libro de la segunda parte de mi historia, me parece que de pasada topé alli este nombre de D. Álvaro Tarfe. Bien podrá ser,

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