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en el suyo, porque no se diga por él: espantóse la muerta de la degollada; y vuesa merced sabe bien, que mas sabe el necio en su casa, que el cuerdo en la agena. Eso no, Sancho, respondió D. Quijote, que el necio en su casa ni en la agena sabe nada, á causa que sobre el cimiento de la necedad no asienta ningun discreto edificio; y dejemos esto aqui, Sancho, que si mal gobernares, tuya será la culpa, y mia la vergüenza; mas consuélome que he hecho lo que debia en aconsejarte con las veras y con la discrecion á mí posible: con esto salgo de mi obligacion y de mi promesa; Dios te guie, Sancho, y te gobierne en tu gobierno, y á mí me saque del escrúpulo que me queda, que has de dar con toda la ínsula patas arriba, cosa que pudiera yo escusar con descubrir al Duque quien eres, diciéndole que toda esa gordura y esa personilla que tienes no es otra cosa que un costal lleno de refranes y de malicias. Señor, replicó Sancho, si á vuesa merced le parece que no soy de pro para este gobierno, desde aqui le suelto, que mas quiero un solo negro de la uña de mi alma, que á todo mi cuerpo; y asi me sustentaré Sancho á secas con pan y cebolla, como gobernador con perdices y capones; y mas, que mientras se duerme todos son iguales los grandes y los menores, los pobres y los ricos; y si vuesa merced mira en ello verá que solo vuesa merced me ha puesto en esto de gobernar, que yo no sé mas de gobiernos de insulas que un buitre ; y si se imagina que por ser go

bernador me ha de llevar el diablo, mas me quiero ir Sancho al cielo, que gobernador al infierno. Por Dios, Sancho, dijo D. Quijote, que por solas estas últimas razones que has dicho juzgo que mereces ser gobernador de mil insulas: buen natural tienes, sin el cual no hay ciencia que valga; encomiendate á Dios, y procura no errar en la primera intencion: quiero decir, que siempre tengas intento y firme propósito de acertar en cuantos negocios te ocurrieren, porque siempre favorece el cielo los buenos deseos; y vámonos á comer, que creo que ya estos señores nos aguardan.

CAPITULO XLIV.

Como Sancho Panza fue llevado al gobierno, y de la estraña aventura que en el castillo sucedió á D. Quijote.

DICEN que en el propio original desta historia se lee, que llegando Cide Hamete á escribir este capítulo no le tradujo su intérprete como él le habia escrito, que fue un modo de queja que tuvo el moro de sí mismo por haber tomado entre manos una historia tan seca y tan limitada como esta de D. Quijote, por parecerle que siempre habia de hablar dél y de Sancho, sin osar estenderse á otras digresiones y episodios mas graves y mas entretenidos, y decia que el ir siempre atenido el entendimiento, la mano y la pluma á escribir de un solo sugeto, y hablar por las bocas de pocas personas, era un trabajo in

comportable, cuyo fruto no redundaba en el de su autor, y que por huir de este inconveniente habia usado en la primera parte del artificio de algunas novelas, como fueron la del Curioso impertinente, y la del Capitan cautivo, que estan como separadas de la historia, puesto que las demas que alli se cuentan son casos sucedidos al mismo D. Quijote, que no podian dejar de escribirse. Tambien pensó, como él dice, que muchos llevados de la atencion que piden las hazañas de D. Quijote, no la darian á las novelas, y pasarian por ellas ó con priesa ó con enfado, sin advertir la gala y artificio que en sí contienen, el cual se mostrará bien al descubierto cuando por sí solas, sin arrimarse á las locu-, ras de D. Quijote ni á las sandeces de Sancho, salieran á luz: y asi en esta segunda parte no quiso ingerir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo pareciesen, nacidos de los mismos sucesos que la verdad ofrece, y aun estos limitadamente, y con solas las palabras que bastan á declararlos y pues se contiene y cierra en los estrechos límites de la narracion, teniendo habilidad, suficiencia y entendimiento para tratar del universo todo, pide no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir: y luego prosigue la historia diciendo, que en acabando de comer D. Quijote el dia que dió los consejos á Sancho, aquella tarde se los dió escritos, para que él buscase quien se los leyese;

pero apenas se los hubo dado, cuando se le cayeron, y vinieron á manos del Duque, qué los comunicó con la Duquesa, y los dos se admiraron de nuevo de la locura y del ingenio de D. Quijote; y asi llevando adelante sus burlas, aquella tarde enviaron á Sancho con mucho acompañamiento al lugar, que para él habia de ser ínsula. Acaeció pues, que el que le llevaba á cargo era un mayordomo del Duque muy discreto y muy gracioso, que no puede haber gracia donde no hay discrecion, el cual habia hecho la persona de la condesa Trifaldi con el donaire que queda referido; y con esto, y con ir industriado de sus señores de cómo se habia de haber con Sancho, salió con su intento maravillosamente. Digo pues, que acaeció que asi como Sancho vió al tal mayordomo se le figuró en su rostro el mismo de la Trifaldi, y volviéndose á su señor le dijo: señor, ó á mí me ha de llevar el diablo de aqui de donde estoy en justo y en creyente, ó vuesa merced me ha de confesar que el rostro deste mayordomo del Duque, que aqui está, es el mesmo de la Dolorida. Miró D. Quijote atentamente al mayordomo, y habiéndole mirado dijo á Sancho: no hay para qué te lleve el diablo, Sancho, ni en justo ni en creyente (que no sé lo que quieres decir), que el rostro de la Dolorida es el del mayordomo; pero no por eso el mayordomo es la Dolorida, que á serlo implicaria contradicion muy grande, y no es tiempo ahora de hacer estas averiguaciones, que seria entrarnos en in

TOM. IV.

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tricados laberintos. Créeme, amigo, que es menester rogar á nuestro Señor muy de veras que nos libre á los dos de malos hechiceros y de malos encantadores. No es burla, señor, replicó Sancho, sino que denantes le oí hablar, y no pareció sino que la voz de la Trifaldi me sonaba en los oidos. Ahora bien, yo callaré; pero no dejaré de andar advertido de aqui adelante á ver si descubre otra señal que confirme ó desfaga mi sospecha. Asi lo has de hacer, Sancho, dijo D. Quijote, y darásme aviso de todo lo que en este caso descubrieres, y de todo aquello que en el gobierno te sucediere. Salió en fin Sancho acompañado de mucha gente, vestido á lo letrado, y encima un gaban muy ancho de camelote de aguas leonado, con una montera de lo mismo, sobre un macho á la gineta, y detras dél, por órden del Duque, iba el rucio con jaeces y ornamentos jumentiles de seda y flamantes. Volvia Sancho la cabeza de cuando en cuando á mirar á su asno, con cuya compañía iba tan contento, que no se trocara con el emperador de Alemaña (66).

Al despedirse de los Duques les besó las manos, y tomó la bendicion de su señor, que se la dió con lágrimas, y Sancho las recibió con pucheritos. Deja, lector amable, ir en paz y en hora buena al buen Sancho, y espera dos fanegas de risa que te ha de causar el saber cómo se portó en su cargo; y en tanto atiende á saber lo le pasó á su amo aquella noche, que si con ello

que

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