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Examinemos.

Al pié del retrato del legendario guerrero de la conquista, Carvajal, conservado en el Museo Nacional de Lima, se lee esta inscripción:

"Del Perú la suprema independencia.
"Hace tres siglos Carvajal quería".

Ella está de acuerdo con casi todos los analistas. Diremos por eso que la cuna de la revolución americana existió desde el día siguiente a la conquista? Nó.

Supongamos que Gonzalo Pizarro, siguiendo el parecer de su teniente y con el derecho de todos los conquistadores hubiesen emancipado al Perú de la España, creado un nuevo reino y héchose su monarca. Consumado ese acto no habría importado una revolución, después de la revolución que produjo el coloniaje.

La monarquía peruana habría sido un remedo de la española. Leyes, hábitos, ideas, costumbres, todo habría sido idéntico. Para los hijos del Sol poco habrían importado que su rey morase entre ellos o residiese allende el Atlántico, si los resultados debían ser los mismos.

Y luego la gestación de los pueblos, lenta, laboriosa, no se elimina. La idea de independencia junta a la de la conquista era de imposible realización. No se aparta al niño del seno de su madre al día siguiente que abre los ojos. La conquista importaba nueva vida, aunque imperfecta. El lazo colonial que nos unía a la metrópoli, era el vehículo por el que nos venía la civilización moderna. Cortar ese lazo era recaer en la barbarie. Tres siglos después nuestra dependencia como colonia era absurda; habíamos crecido más que la España. Pero en el siglo 16 esa unión era una necesidad social, imperiosa.

Digamos entonces que las ideas atrevidas de Carvajal no cambiaron el carácter de la lucha civil debelada por La Gasca; esa lucha no pasó de ser una sedición, reducida como quedó al desobedecimiento de ciertas leyes por parte de los conquistadores; y apenas habría sido una insurrección reaccionaria, si hubiese llegado a apoyarla con decisión la raza conquistada.

Bajo el mismo punto de vista hay que apreciar los posteriores alzamientos que tuvieron lugar en la última mitad del siglo XVI, como los de Vasco Godinez y de Hernández Girón. Por más que este invocara la libertad para justificar su causa, ella no fué más que una sedición, como todas las de su especie. El siglo XVI, siglo de la conquista, siglo de hierro para la América no podía terminar, ni definirse sino con el establecimiento del coloniaje. Esa era la corriente inevitable de los hechos; era la ley de la época. Por más altos que tuvieran los pechos esos hombres de hierro que avasallaron un continente, eran impotentes para cambiar el destino fatal de un mundo; para acelerar el período de su evolución social. Su talla se destaca colosal y hercúlea cada vez que siguen el empuje de la civilización, que desborda de Europa en América; pero siempre que quieren contrariarla en provecho de su ambición personal o de sus intereses, se encuentran pequeños, aislados e impotentes.

Es que una revolución no es la obra de uno ni de algunos hombres. Se necesita para producirla un conjunto de circunstancias morales y de hechos que la determinan inevitablemente, de modo que los que las llevan a cabo no juegan otro rol que el de instrumen

tos casi pasivos. Es que la ambición personal o el genio pueden anticiparse a una época; pueden prepararla; pero no conseguirán nunca contrariarla en su índole y en sus tendencias pronunciadas.

Al siglo XVI, siglo de hierro, sucede el XVII, siglo monástico o jerárquico. Aquel fué un campo de batalla y este echa sobre el continente el sombrío silencio y el misterio del claustro. La iglesia extiende su pacífico dominio; los jesuítas derraman sus misiones, los milagros y el olor de santidad perfuman con su místico encanto los aislados centros de población. (6)

Sin embargo el espíritu humano aunque a veces dormita, no muere. Durante ese siglo, cuya calma aparente parecía la de un idilio, se escuchó de tiempo en tiempo el trueno precursor de la tormenta, que no debía estallar sino dos siglos más tarde.

Esas manifestaciones precursoras, que nunca pasaron de sediciones aisladas o de simples tentativas, provienen de una doble corriente. La raza conquistada, evocando sus recuerdos, se retorcía de vez en cuando en las convulsiones de la agonía. El nuevo elemento de civilización importado de Europa tendía a depurar la nueva sociedad de los complejos elementos de barbarie que la retenía inmóvil. De estos dos focos nacieron durante aquél siglo:

Las turbulencias entre los bandos de vicuñas y vascongados que ensangrentaron Potosí por más del medio siglo.

(6) Desde este párrafo adelante hemos consultado principalmente a Gervinus y aun tomado varios pensamientos suyos.

La tentativa de insurrección, encabezada por Alonso Ibañez de Potosí. (1617), ahogada ántes de nacer y que tal vez no fue más que un episodio de la guerra de los vicuñas, exagerada por la parcialidad contraria para hacerla odiosa.

La conspiración de Pedro Bohorquez durante su prisión en Lima (1666), después de sus aventuras entre Chunchos y Calchaquies, cuyos proyectos revelan más bien embriaguez que propósito serio.

Las asonadas de los indígenas de Cajamarca, repetidas con frecuencia en otras provincias como sediciones aisladas y sin concierto.

Las turbulencias de Laicacota (1660-66) asuzadas por los Salcedo, que tuvieron trágico fin y que no fueron sino la repetición de los bandos de Potosí con cambio del lugar de la escena.

Y la más grave de todas ellas, la del célebre Philinco (1661), que conflagró las provincias circunvecinas a La Paz y puso en momentáneo peligro esta ciudad. (7)

Ninguna de esas y otras manifestaciones bastardas y embrionarias del espíritu de independencia (8) merece, sin embargo más que una mención, para señalar el camino lento de las ideas al través de las edades. Ninguna tuvo carácter serio ni consecuencias trascendentales. En ese siglo en que la fe, la piedad y el espíritu de las misiones se avivaba aun más con

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(7) Lorente Almanaque y guía del virreinato de B. Aires para 1803.- Mendiburo, Diccionario Histórico.- Relación de la Audiencia de Lima, Gobernadora del Virreinato, al Conde de Lemos.- Lorente.

(8) Entre estas pueden citarse las discordias entre jesuítas y el Obispo del Paraguay Cárdenas; la pirateria de los Uros en Chucuito y las invasiones de los Calchaquies.

el terror que inspiraban los herejes holandeses e ingleses en sus constantes depredaciones piráticas por toda la costa, la mayoría de los Americanos, confundiendo instintivamente el celo religioso con el político, estaba sinceramente adherida a la España, y si la idea de emancipación brotaba aislada, inconciente y silenciosa en algunos cerebros privilegiados, se apagaba sin germinar, por falta de aire, tierra y luz.

Pasemos en esta rápida revista de tres siglos al XVIII, preparación del actual. Diversos historiadores lo han calificado con propiedad como el siglo mercantil del coloniaje. (9) Esa definición de la clave de nuestra próxima virilidad.

Los dos siglos anteriores habían alejado todo contacto entre las poblaciones colocadas a largas distancias y no existiendo relaciones inmediatas entre ellas, no existía comunicaciones de ideas, ni de sentimientos que pudiera propagar ningún pensamiento elevado, ni establecer la comunión de esfuerzos, ni crear la unidad de acción. El mercantilismo del siglo XVIII desarrolló esos motores de civilización e independencia. El comercio exterior trajo ideas nuevas; el interior creó la liga de los intereses y de los principios. "En las grandes revoluciones lo primero es entenderse". La América dió ese primer paso entón

ces.

Por una compensación inevitable en los hechos humanos el mercantilismo trajo también a la vez que la más inmediata inteligencia entre las lejanas pro

(9) Gervinus.- V. Mackenna, Historia de Valparaíso.

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