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teriores a esta, La Paz tiene también una fecha que citar, anterior a la de Calatayud; que esas sutilezas no acompañadas de documentos y hechos graves, empequeñecen la tarea de la historia.

No es mi ánimo entablar polémica. La haría si se presentara un contradictor que por sus estudios serios y sus obras mereciera respeto. Pero ni tampoco ni voluntad tengo para acallar rumores inconscientes y desautorizados. He querido solo exponer lo que me convenía que se sepa, para descartar inculpaciones torpes y falsas. Por lo demás agotadas las ediciones anteriores de este embrionario trabajo, es la mejor respuesta que han podido dar los lectores ilustrados a los vocingleros.

La Paz, noviembre 17 de 1878.

1. R. GUTIERREZ.

REVOLUCION DEL 16 DE JULIO

MEMORIA HISTORICA

Señores:

Hace cinco días (1) que la "Sociedad Literaria" me ha encargado iniciar sus trabajos con una memoria histórica sobre este día, queriendo así unir la fecha de su instalación con el aniversario de una de las eras de la patria. Cumplo gustoso esa comisión honrosa, sintiendo solamente que la escasez del tiempo y de mis facultades no me permitan llenarla tan satisfactoriamente como mis honorables consocios lo esperan. Demando por ello, con sinceridad y sin afectada modestia, toda la indulgencia de mis oyentes.

Han pasado 66 años, día por día, desde aquel que unánimes hemos convenido en apellidar el del primer grito de la independencia. Como en todo hecho histórico, como en todo drama viviente, tres asuntos despiertan el recuerdo y convidan a la meditación.

En primer lugar el sitio en que pasó la escena. En segundo, el hecho mismo con todos los caracteres de la epopeya y de la trajedia.

Y últimamente, el principal héroe y protagonista del suceso.

(1) Veáse el prólogo y los números 502, 503 y 505 de "La Resección de Crónica local.

forma",

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Bajo esa triple faz, vamos a discutir sobre el 16 de julio.

Digamos y pensemos algo sobre lo que es y ha sido el valle del Chuquiapu para que sus hijos piensen en lo que debe ser mañana su patria.

Discurramos, con calma y sin excluir el entusiasmo patriótico, sobre esa misteriosa gestación de la independencia hecha el 16 de julio.

Y consagremos alguna atención a los rasgos biográficos del célebre Pedro Domingo Murillo.

Me propongo esbozar esta triple tarea con la concisión que demanda un acto como este.

I

Levantemos una punta del velo misterioso que cubre la historia íntima de La Paz, una de las más antiguas y considerables poblaciones de la América meridional. Esa historia tiene trágicos episodios; escenas dignas de Homero. Situada en el centro del continente, sus latidos parecen ser los del corazón de un mundo. Rival del Cuzco en la sucesión de las edades antiguas, es su hermana en clima, en su posición topográfica, en su cuna rodeada de espesas sombras y en su rol respectivo y siempre antitético en la independencia del continente.

Desde las primeras noticias que de ella conserva la tradición, remontamos hasta el reinado de Maita Khapajh (2); desde que recibió el bautismo de la civilización moderna; durante los tres siglos del coloniaje; sirviendo de barrera a la insurrección indígena de 1780; en los primeros albores de la independencia; en la épica lucha de la emancipación; y por fin, en

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el tormentoso período de la República, la vida doméstica de ese pueblo tiene vibraciones para todo lo grande y lo monstruoso. Preludia las ideas del porvenir de una manera caótica. En su seno lucha el estacionarismo de siglos, que es el sello de su raza, con la levadura que prepara cada nueva generación. Más dé una vez ha dado palabra de orden a los pueblos que la rodean. Especie de larva eterna, cada una de sus transformaciones sucesivas marca un nuevo período. Este rincón de tierra, desprendido por un aluvión de las cumbres más altas del globo y reclinado hoy en una de sus grietas, guarda misterios para la historia, como oculta tesoros inmensos bajo su capa sedimentaria. Ultimo término al Oriente de la gran nación de las Kollas, cuyo orígen se pierde en la niebla de las edades, aparece como la más guerrera entre las tribus aymarás derivadas de aquella; y entre estas los incas la reconocen como primada (3). De sus faldas brota como un ligero raudal, límpido y cristalino el torrente que es el verdadero origen del Amazonas y que naciendo en la más alta cordillera del mundo, tuvo que perforar los macisos Andes, para reunir en su lecho, hijo del Padre de las montañas, a los tributarios del Padre de los ríos del globo.

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Hasta en sus nombres sucesivos y diversos lleva una especie de símbolo de su destino. En la edad primitiva, cuando la civilización, que asentára sus reales a orilla del Titicaca, tenía que luchar con las na>ciones que la rodeaban y la guerra era el árbitro de

(3) Cieza de León Crónica del Perú.

la vida del continente, los Kollas la llamaron Chuqui hapu -lanza capitana-, principal (4).

Perdidos los recuerdos de sus hazañas bélicas, cuando los españoles sedientos de oro, vinieron a morar en las riberas de sus auríferos ríos, los nuevos pobladores, pervirtiendo la etimología, olvidando la historia y hacienda de dos palabras pertenecientes a dos idiomas separados, una frase análoga a sus codiciosos ensueños, la apellidaron Heredad de oro, Chuqui yapu. Nombráronla La Paz, cuando la América. extenuada parecía dormir tranquila bajo el yugo de la metrópoli. Y terminada la guerra de emancipación, haciendo nueva pero característica mescolanza de dos idiomas, se la tituló La Paz de Ayacucho, es decir, La Paz del cementerio, augurio fatal de su suerte destinada a ser el campo perpetuo de matanza y desolación en nuestras luchas intestinas.

Tal es el pueblo que hoy recuerda en este recinto una de sus glorias inmortales: la mañana de la independencia de América.

La mano del Destino es el más perfecto de los ar-tistas. El lugar destinado a ser la cuna de la libertad, era a propósito para el grandioso acto. Nosotros acostumbrados a trepar sus breñas, opresos con el aire rarefacto y saturado de electricidad de los Andes, no sabemos contemplar la pompa severa y augusta del lugar.

Es preciso remontarse con la imaginación a Maita Khapajh, que cansado de recorrer centenares de leguas por sabanas áridas y desiertas, por páramos cu

(4) Garcilazo.

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