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Llegó el día del martirio (51). El apostolado de la Revolución debía y tenía que expiar su audacia en el suplicio, para que su obra surgiera.

Murillo vestido con un saco burdo de bayeta blanca, sentado en un seron, arrastrado a la cola de un asno, conducido por el verdugo, llegó hasta el pie del cadalso. Al subir a él ese genio del destino se irguió; echó a la espalda la capucha del saco de misericordia y con una voz clara y distinta, que se dejó oír por todos los ámbitos de la plaza, el apóstol transfigurado en profeta profirió estas cortas palabras:

"La tea que dejo encendida nadie podrá apagar".

Palabras que el tiempo ha justificado. Palabras que la historia, ese eco de las tumbas, ha recogido como un legado de las generaciones, para consignarlas en sus páginas con letras de oro. Maravillosa revelación del porvenir concedida a esos seres sobrenaturales, que pasan como una visión augusta sobre la aurora de toda era nueva.

Seis horas después de la ejecución que terminó a las once y media del día, se cortó la cabeza al cadáver para fijarla en el pilar del Alto de Potosí. El tronco mutilado fue recogido por los padres hospitalarios de San Juan de Dios y enterrado de limosna, al pie del primer altar que hay a la izquierda de la entrada al templo. Junto con él fue sepultado el cadáver de Sagárnaga, cuya espada arrojada al aire en el acto de la degradación, que sufrió como oficial de Milicias Reales, cayó de punta, hincando en el suelo, (51) 29 de enero de 1810.

contra lo que sucede de ordinario y dando lugar a augurios populares (52).

La familia de Murillo reducida a la mendicidad por la confiscación de bienes que no indemnizó la patria, se perdió en la oscuridad (53).

Hé ahí, en compendio, todo cuanto he podido investigar sobre la vida de ese ilustre patricio (54). Ojalá en los años sucesivos, en fiestas análogas a la presente, toque a otros de mis compatriotas, desempolvar la historia de los demás compañeros de Murillo. No hace muchos años que en una cobacha del hospital expiraba la primogénita del primer mártir de la Independencia, a la que debemos muchos de estos datos.

(52) El cadáver de Figueroa fue enterrado en el Sagrario (Capilla de la antigua Catedral); el de Graneros en el Carmen; el de Jiménez en Santo Domingo; los de Lanza y Jaén en San Francisco. (Diario de Ariñez, M. S.). (53) Murillo tuvo al menos tres hijos. La mayor Tomasa, que murió en 63, otra llamada Teresa que murió en Arequipa a principios del 56. Vivía allí con su madre Margarita Durán, que murió en Lima poco después en casa de su otro hijo el coronel Anselmo Murillo. El número 2312 de la Epoca que habla de esto, equivoca el nombre de la viuda del protomártir, llamándola Manuela en vez de Margarita.

(54)

En el número 49 de "La Libertad", periódico paceño de 1870 se encuentra unos malos versos atribuidos a Murillo. Son sin duda obra de algún coplero de ciego que los hizo, según la costumbre de la época que se ponían luego en boga. Era la literatura popular del coloniaje. En nuestra "Colección de M. S. S.", tenemos muchas coplas atribuidas a Sanz, Valdehoyos y diez otros.

-Creo llenada mi tarea:

He venido a hacer un paréntesis a vuestro entusiasmo con la reminiscencia de nuestras tradiciones referentes al lugar, a los hechos y a las personas, que concurrieron al primer acto de nuestra época moderna.

No sé si he cumplido mi propósito y si he alcanzado a poner de relieve tres cosas. Que el sitio donde tuvo lugar la escena y el hombre que encabezó la Revolución correspondían a la magnitud de la empresa. Y que La Paz es efectivamente digna del título histórico que reclaman. Acoged, señores, mi trabajo como un tributo de esta solemnidad, que es de deber y de justicia nacional.

La Paz, 16 de Julio de 1875.

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