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que ya los debian de tener casados, no aceptaban tan ilustre ofrecimiento. El duque admitió su disculpa, y por modos honestos y honrosos, y buscando ocasiones licitas les envió muchos presentes á Bolonia, y algunos tan ricos y enviados á tan buena sazon y coyuntura, que aunque pudieran no ad mitirse por no parecer que recibian pa ga, el tiempo en que llegaban lo facili, taba todo especialmente los que vió al tiempo de su partida para España, y los que les dió quando fuéron á Ferrara á despedirse de él, y halláron á Cornelia con otras dos criaturas hembras, y al duque mas enamorado que nunca. La duquesa dió la cruz de diamantes á D. Juan, y el agnus á D. Antonio, que sin ser poderosos á hacer otra cosa, las recibiéron. Llegáron á España y á su tierra, adonde se casáron con ricas, principales y hermosas mugeres, y siempre tuviéron correspondencia con el duque y la duquesa, y con el señor Lorenzo Bentibolli con grandísimo gusto y contento de todos.

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El casamiento engañoso.

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Salia del hospital de la Resurreccion, que está en Valladolid fuera de la puerta del Campo, un soldado que por ser virle su espada de báculo, y por la flaqueza de sus piernas y amarillez de su rostro, mostraba bien claro que, aun que no era el tiempo muy caloroso, des bia de haber sudado en veinte dias todo el humor que quizá grangeó en una hora iba haciendo pinitos, y dando traspies como convaleciente; y al entrar por la puerta de la ciudad vio que hácia él venia un su amigo, á quien no habia visto en mas de seis meses, el qual santiguándose como si viera alguna mala vision, llegándose á él le dixo que es esto, señor alférez Cam puzano? ¿es posible que está vm. en esta tierra? Como quien soy que le hacia en Flándes, ántes terciando allá

la pica, que arrastrando aquí la espada que color, que flaqueza es esta? A lo qual respondió Campuzano: á lo si estoy en esta tierra ó no, señor licenciado Peralta, el verme en ella le responde á las demas preguntas no tengo que decir, sino que salgo de aquel hospital de sudar catorce cargas de bubas, que me echó á cuestas una muger que escogí por mia, que no debiera. Luego casóse vm.? réplicó Peralta. Sí, señor, respondió Campuzano. Sería por amores, dixo Peralta, y tales casamientos traen consigo aparejada la execucion del arrepentimiento.

No sabré decir si fué por amores, respondió el alférez, aunque sabré afirmar que fué por dolores, pues de mi casamiento ó cansamiento saqué tantos en el cuerpo y en el alma, que los del cuerpo para entretenerlos me cuestan quarenta sudores, y los del alma no hallo remedio para aliviarlos siquiera; pero porque no estoy para tener largas pláticas en la calle, vm. me perdone, que otro dia con mas comodidad

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