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los quebrantos, las delaciones y la ignominia. Pero tiremos de la brida y volvamos nuestras miradas á Gerona, donde han quedado Fernando y los infantes don Carlos y don Antonio.

18'4. La familia

Ebriedad del

Ausentáronse de aquella ciudad los reales viajeros el 28 de Marzo, y encamináronse á Tarragona, sin fijar las plantas en la capital del Prin- real prosigue su cipado, aunque recibian de las plazas ocupadas por camiuo. los franceses los honores y obsequios debidos á su alto rango. De alli trasladáronse á Reus, donde se detuvieron el 2 de Abril, encantados con el mágico alborozo y frenético ardimiento de la plebe y de las clases todas que enloquecian de amor al deseado Fernando, triunfante ahora en medio de los pueblos y adorado de ellos con la veneracion de un Dios. No hollaban sus pies una nacion libre y orgullosa de sus derechos que pospone los hom- vulgo. bres y las coronas al augusto imperio de la ley: las señales mas humillantes de la esclavitud de oriente revelaban que el vulgo queria un señor que entre las libreas, los azotes y la horca, mezclase las dádivas de palacio y los empleos vendidos al favor. Necesario era un espíritu fuerte é ilustrado para no embriagarse con el humo de tanto incienso; para no adormecerse entre los perfuines de las flores de los arcos levantados, entre la armonia de las músicas militares, el atronador clamoreo de la multitud y los plácemes de los mandarines hincados de rodillas. Había pues llegado la hora de ensayar los grados del poder, de probar los quilates del entusiasmo, y de sacudir el yugo del impolítico decreto que marcaba hasta la ruta á un monarca omnipotente. Segun el itinerario prescrito por las Cortes debia Fernando continuar su viaje por la costa del Mediterráneo hasta las márgenes del Turia, y tomar alli el camino de Madrid; pero pretestando un escrito

(Ap. lib. 7. núm. 3.) Sepárase el rey del itine

rario señalado por las Cortes.

Fernando en Zaragoza.

que
la diputacion provincial de Aragon elevó por
conducto de don José Palafox y Melci, felicitan-
do al rey por su vuelta á España, y rogándole
que honrase con su presencia á la inmortal Za-
ragoza (*), torció el rumbo el dia 3, y por Poblet y
Lérida llegó S. M. al emporio aragonés el 6 de
Abril, tiempo de seinana santa.

Caminaba solo con el infante don Carlos, porque su tio don Antonio, deteniéndose con achaque de una leve indisposicion, debia partir via recta á Valencia á atizar la fragua de las intrigas que alli ardia. Asi en el entre tanto lograba el rey romper el primer eslabon de su reconocimiento á las órdenes del gobierno de la regencia, dar tiempo á su tio para llevar á felice cima la empresa que se le confiaba, y captarse aun mas el aura popular y la fama de católico, pregonando que queria cumplir un voto á la Vírgen del Pilar, tan venerada de los zaragozanos.

El sublime espectáculo de Gerona repitióse en la ciudad cuyas humeantes murallas custodiaba la sombra de Lanuza. Convertidos en escombros sus mas preciados edificios, en polvo sus hijos mas valientes, cada piedra atestiguando una hazaña, cada calle un combate, era Zaragoza la imagen de la patria cuyo seno habia desgarrado lucha tan atroz. Igual frenesí, igual júbilo que los catalanes mostraron los aragoneses, poseidos tambien por las esperanzas de un reinado venturoso que prometia la vuelta del monarca. A los ojos del pueblo las intenciones políticas de Fernando yacían envueltas en el misterio; porque las autoridades no se separaban de la senda trazada por las Cortes, y la alteracion de la ruta no parecia un acto hostil, cuando legitimaba su conveniencia la gratitud al patriotismo de los aragoneses. Ocultábanse en el secreto del gabinete las tramas que se ur

dian, la zumba que de los liberales y sus ideas salian ya de los augustos labios, y la benigna acogida que tenian las representaciones de algunos magnates y autoridades para que recobrase el rey el poder absoluto y se ciñese la corona de hierro. Disimulado desde su niñez y perspicaz en traslucir los verdaderos sentimientos de una nacion fanatizada por el clero, halagaba los deseos de la plebe autorizando con su presencia las ceremonias religiosas, aunque su fé no fuese tan ardiente y pura como antes de haber estado en Francia. El 11 partió S. M. de Zaragoza, y lle- Abril de 1814, gó el mismo dia á Daroca.

A cada paso que daba el rey acercábase al teatro de los acontecimientos, y urgía la necesidad de salir de la incertidumbre y pronunciarse abiertamente en pro ó en contra del código vigente. Y aunque las demostraciones populares y los consejos y súplicas de algunos ayuntamientos garantizasen el éxito del golpe premeditado, sin embargo Fernando queria obrar con pulso y no esponerse al azar de un contratiempo por imprimir á la marcha de su política un movimiento demasiado veloz. En la misma noche del 11 celebraron pues sus consejeros una junta, en la que se presentó el bullicioso conde del Montijo, aquel capitan de antiguas asonadas que tanto se distinguió en el destronamiento de Carlos IV y María Luisa. Todos los vocales del Consejo opinaron que S. M. no debia jurar la Constitucion, escepto don José Palafox, que abrumado bajo el peso de tantos pareceres opuestos, llamó en su ayuda á los duques de Frias y de Osuna, que despues de haber corrido á Zaragoza á rendir sus homenages al rey, le seguian en el viaje. Pareció al general que siendo ambos individuos de la grandeza y testigos oculares de los sacrificios de la nacion, pesa3

T. II.

Junta de Daroca.

Abril de 1814.

ruel.

ria mucho su voto en la balanza. Reuniéronse los duques á las personas que componian la junta, y habiendo el de San Carlos sentado la cuestion de si convenia ó no al bien comun que S. M. jurase la nueva ley, y pronunciádose rotundamente por la negativa, enardecióse el conde del Montijo al esponer su voto pintando el juramento como principio y origen de todas las calamidades que desolarian la patria. Refutó sus razones don José Palafox, apoyado por el duque de Frias, que aconsejaba la jura con la reserva del derecho que el monarca tenia á proponer ó modificar los artículos que se opusiesen á la firmeza y esplendor del solio. Osciló el de Osuna en sus palabras, ladeándose ya al uno, ya al otro partido del Consejo; y disolvióse la junta sin tomar un acuerdo definitivo, pero con ánimo de congregarse de nuevo para resolver el problema. Mas como la verdadera solucion bullia ya en la cabeza de Fernando, envió éste despues á Montijo á Madrid, á propuesta de San Carlos, sugerida por el mismo conde, para que aguijase los barrios bajos de la corte contra la asamblea nacional, y empleando sus viejos amaños soplase el fuego de la discordia, y encendiese en caso necesario un tumulto.

El 13 verificó el monarca su entrada en Teruel, adornado con alegorías alusivas á la libertad, las Paso por Te- que aplaudió Fernando con irónica sonrisa. Alli se despidió para regresar á su puesto el capitan general de Cataluña don Francisco Copons, que se habia captado el real desagrado por haberse atenido á la letra de los decretos. Desembarazado entonces el príncipe de su molesta presencia, no encubrió con tanto empeño la propension de su carácter, y aumentó las picantes sales y agudezas con que sazonaba las frases mas usuales que empleaban los diputados en las Cortes..

Llegados el 15 á Segorbe los dos augustos hermanos, juntáronse con su tio don Antonio de vuelta de Valencia, donde habia entrado el 7 en compañía de don Pedro Macanáz, con el objeto de sondear el ánimo de varios personages, influyendo en sus planes, como despues diremos. Tambien procedentes de Madrid encontráronse con los príncipes, en cuya busca venian, el duque del Infantado y don Pedro Gomez Labrador, que unidos á los anteriores, á don José Palafox y á los duques de Frias, Osuna y San Carlos, celebraron aquella misma noche otro consejo como el pasado de Daroca. No asistió á la junta don Juan Escoiquiz, que habia querido preceder á los reales viajeros adelantándose á Valencia á dar la última mano á la obra preparada, y competir en sus oficios con los que en la corte prestaba el conde de Montijo. Ya largo rato que se agitaba la cuestion, cuando de improviso se presentó en el retrete el infante don Carlos como ansioso de tomar parte en negocio de tanta monta. Unido el infante á Fernando desde los primeros años de su juventud cuando las disensiones domésticas dividian el palacio, partícipe de su aborrecimiento á Godoy, y compañero de desgracia en Valencey, gozaba don Carlos suma influencia en el ánimo de su hermano, y reinaba entre ambos un cariño entrañable. El duque de Frias y Palafox repitieron los argumentos que en Daroca habian espuesto; y arrimóse al parecer contrario el de Osuna con palabras mas significativas, arrastrado por la seductora elocuencia de una dama de quien andaba enamorado, y á la que habian fascinado con sus artes y lisonjas gentes de hábito talar. Tocando entonces el turno al duque del Infantado, dijo: "Aqui no hay mas que tres caminos: jurar, no jurar, y jurar con restricciones. En cuanto á no jurar, participo

Otro consejo en Segorbe.

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