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mayor fué, apenas llegó á 5,000 hombres, con el nombre de ejército nacional, darse por la verdadera nación española. La autoridad de Quiroga era poco más que titular y ejercida con corto acierto. Nadie mandaba y todos servían. El peligro daba alegría, en los momentos en que no aterraba. Faltaban absolutamente fondos (1), habiéndose acometido la empresa con escasísimas sumas dadas por Montero, Isturiz, don Olegario de los Cuetos, oficial de marina, y Mendizábal; nada por americanos, como han creido y dicho las gentes y hasta algunos historiadores... Procurábase á fuerza de audacia infundir confianza, y la daba á quienes ésta hacían su mismo atrevimiento. Publicábanse papeles con tono tan altivo como si saliesen de vencedores. »

El propio Alcalá Galiano y don Evaristo Sanmiguel, fundaron una Gaceta anunciando, como para desafiar las iras enemigas, que respondían con sus nombres de los artículos.

Al general don Manuel Freire encomendó el Gobierno la tarea de combatir á

Evaristo San Miguel.

los sublevados. Impaciente entretanto Riego por la inacción á que condenaban al ejército sublevado las vacilaciones de Quiroga, de quien sin duda se sentia celoso, emprendió varias excursiones. Fué la más importante la que comenzó con 1,500 hombres el 29 de Enero. Fué primero á Algeciras, sacó algunos recursos de la plaza de Gibraltar, y el 7 de Febrero se dirigió á Málaga. No era ya posible que se uniese otra vez à Quiroga, cuyas posiciones tenía á la sazón bloqueadas Freire. Tuvo en Málaga, contra lo que esperaba, que batirse con don José O'Donell y pasó de allí á Córdoba (7 de Marzo), donde pudo, sin hallar resistencia, alojarse en el convento de San Pablo y recoger algunos viveres. Tan inútil correría costó á Riego casi todo su ejército, pues, apoderado de todos el desaliento,

la deserción causó tantas bajas, que á poco de salir de Córdoba no pasaba su gente de cuarenta y cinco hombres.

Bloqueado Quiroga y dispersos los últimos restos de la fuerza de Riego, la revolución parecía finida.

Vinieron á revivirla y vigorizarla inesperados sucesos.

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(1) Alcalà Galiano se refiere á los días antes de apoderarse los sublevados del arsenal de la Carraca, pues después de este suceso contaron con algunos recursos.

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Al movimiento de Andalucía vino á responder el de Galicia y otros puntos. Proclamó el 21 de Febrero en la Coruña la Constitución el coronel don Félix Acevedo. Contaba con la guarnición y con el pueblo y pudo arrestar sin trabajo á las autoridades, incluso al capitán general Venegas. Secundaron en el resto del mes al levantamiento de la Coruña los del Ferrol, Vigo y otras poblaciones. San Román, que mandaba en Santiago, replegóse à Orense, y, apenas amenazado por las fuerzas sublevadas de la Coruña, huyó á Castilla. Entre las tropas de San Román y las de Acevedo cruzáronse algunos tiros. La desgracia hizo que uno de ellos hiriese mortalmente á Acevedo.

Siguió á estos graves sucesos la proclamación de la Constitución, en Zaragoza, por el pueblo y las autoridades de todas las órdenes, el 5 de Marzo.

Es de advertir que, como en el nó lejano año 8, procedían el 20 desde luego los pueblos á formar Juntas, lo que daba al levantamiento un carácter cuya gravedad no podía ocultarse á los gobernantes. De algo había de haberle servido al pueblo la lección de la guerra de independencia, que le había descubierto con su fuerza el modo de hacerla efectiva.

Como reguero de pólvora siguió la insurrección incendiando otras provincias. En Barcelona, confundidos el pueblo y la oficialidad de la guarnición, pretendieron el 10 de Marzo que el capitán general proclamara la Constitución. Fué la momentánea negativa de Castaños á acceder á sus deseos más una capitulación que un acto de energía; pues se limitó á protestar de que si alguna vez podría ceder à las imposiciones del pueblo, no lo haría jamás á los de la indisciplina; con lo que, retirada la oficialidad, se resignó á poco á proceder como se le pedia. Fué, sin embargo, depuesto y substituido por don Pedro Villacampa, y hubo de abandonar Cataluña. En Tarragona y en Gerona ocurrieron también por aquellos dias movimientos que dieron el mismo resultado de ser proclamada la Constitución. En Mataró se la proclamó también. En Pamplona se hizo lo mismo, el 11 de Marzo, donde llegó sin tardanza el desterrado Mina que substituyó al virrey Ezpeleta en el mando.

El día antes había ocurrido en Cádiz una verdadera tragedia. Había entrado el 9 en la plaza el general Freire. Hizo alguien correr la voz de que iba dispuesto å proclamar la Constitución.

Celebraba Freire una conferencia con el capitán general de Marina, don Juan María Villavicencio, á quien también se suponía constitucional, cuando se aglomeró gran gentio junto à la casa en que ambos se hallaban. Aunque Freire intentó desde un balcón hablar á la multitud no pudo conseguirlo, pues ahogaron su voz los incesantes vivas á la Constitución.

Dando el pueblo por hecho lo que su deseo le fingía, juzgó acordada por los generales la proclamación y en un momento quedó restablecida la lápida que, según decreto de las Cortes, debía fijarse en la plaza principal de cada población y cuyo lugar de colocación correspondía exactamente, en este caso, frente à la sala en que estaban los generales reunidos.

El acto fué recibido con frenéticos aplausos y gritos de júbilo y, como nadie diese muestras de contrariarlo, retiróse el pueblo satisfecho y convencido de la proclamación.

«Siguiéronse, dice Alcalá Galiano, muestras de frenético alborozo; iluminarse todas las casas de la población; correr las gentes por calles y plazas, hablándose y aun abrazándose como amigos quienes no se conocían, y festejar á los soldados, muchos de los cuales recibían con despego ceñudo un agasajo, señal de su vencimiento y casi de su afrenta.»

Tres oficiales salieron aquella misma noche para San Fernando á llevar la alegre noticia al ejército de Quiroga. Lo más extraño es que llevaban recados corteses de su general Villavicencio para el ejército de San Fernando. Puede suponerse la alegría con que Quiroga y los suyos recibieron la noticia.

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Por consejo de los oficiales comisionados y con apariencias de insinuación del propio general, acordóse que fuesen á Cádiz oficiales del ejército constitucional, en calidad de mensajeros que acordasen el modo de sellar la amistad á que á unos y á otros obligaban los acontecimientos.

Nombró Quiroga al coronel Arco Agüero, á don Miguel López de Baños, que mandaba la artillería, y á don Antonio Alcalá Galiano; este último nó militar y sobrino carnal de Villavicencio.

Fueron los mensajeros acogidos desde luego con entusiasmo y no cesaron en todo el camino de verse vitoreados por gentes que salían á su encuentro para saludarlos. A su entrada en Cádiz trocóse en delirio el entusiasmo popular.

No dejaron, sin embargo, de notar que no era la misma la disposición de los elementos militares. Freire los recibió más que con frialdad con turbación é inquietud. Le reprochaba ya su conciencia por la infamia que à aquella hora se á preparaba, sin que él fuera á ella ajeno, contra el pueblo y contra los que venían á saludarle como amigos.

Era aquélla precisamente la hora señalada para la jura de la Constitución por las autoridades, y acudía en bullicioso y alegre tropel á la plaza la población toda.

Aparecieron de pronto por las bocacalles soldados armados que, sin intimación previa, disolvieron á tiros la pacifica reunión de ciudadanos. Sembraron de cadáveres la plaza y, aún no satisfechos, persiguieron á los indefensos fugitivos. Los comisionados del ejército constitucional corrieron no poco peligro. Escondidos estuvieron hasta el día siguiente en que, presentándose á reclamar el respeto que por las leyes de la guerra merecían, fueron presos en el castillo de San Sebastián.

El desmán de la soldadesca duró muy cerca de 24 horas. Las medidas tomadas para reprimirlo fueron escasas y tardías, lo que hace sospechar que no careció de protección en las alturas el inicuo atro

pello.

El sangriento 10 de Marzo de 1820 quedó para siempre grabado en la memoria de los gaditanos y no pudo menos de ser fuente para lo sucesivo de vivísimos rencores.

El 12, llegó á Cádiz la noticia de haber jurado el Rey la Constitución, lo que debió aumentar los remordimientos de Freire y sus cómplices, porque demostró lo estéril de la felonía cometida. Pero veamos qué había pasado en Madrid.

El Gobierno, aturdido y atemorizado desde los primeros sucesos de Andalucía, no acertaba á tomar partido. No era posible que contuviese la revolución; no era bastante apto para aprovecharse de ella.

La Junta creada bajo la presidencia del Infante Don Carlos dió el 3 de Marzo un decreto del todo anodino. De sermón se lo calificó y no era injusto el epigrama. Se confesaba en él los males; pero nó el remedio. De nada, naturalmente, sirvió el tal decreto, ni los acontecimientos daban lugar

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que sus efectos pudieran ser lo rápidos que las circunstancias demandaban. Un hecho nuevo y alarmante vino á aumentar el temor del Gobierno. El Conde de La Bisbal, á quien se acababa de confiar el mando del ejército que se formaba en la Mancha, al llegar á Ocaña, puesto al frente del regimiento Imperial Alejandro que mandaba su hermano, proclamó la Constitución y la hizo jurar á oficiales y soldados.

Aún creyó el Gobierno de Madrid que podía atajarse el mal. Por Gaceta extraordinaria de 7 de Marzo, publicó el siguiente decreto: «Habiéndome consultado mi Consejo Real y de Estado, lo conveniente que sería al bien de la Monarquía la celebración de Cortes, conformándome con su dictamen, por ser con arreglo á la observancia de las leyes fundamentales que tengo juradas, quiero, que inmediatamente se celebren Cortes, á cuyo fin el Consejo dictará las providencias que estime oportunas para que se realice mi deseo, y sean oídos los representantes legitimos de los pueblos, asistidos, con arreglo á aquéllas, de las facultades necesarias, de cuyo modo se acordará todo lo que exige el bien general, seguro de que me hallarán pronto á cuanto pida el interés del Estado y la felicidad de unos pueblos que tantas pruebas me han dado de su lealtad, para cuyo logro me consultará el Consejo en cuantas dudas le ocurran, á fin de que no haya la menor dificultad ni entorpecimiento en su ejecución. Tendréislo entendido, y dispondréis lo conveniente å su puntual cumplimiento.»>

No podían significar estos decretos, para el bando liberal, sino otras tantas muestras de la debilidad del Gobierno. El decreto de 6 de Marzo no alcanzó mayor éxito que el del 3.

Lejos de producir el efecto que sin duda esperaban sus autores, produjo el de envalentonar á los constitucionales.

Reunióse en la Puerta del Sol buen golpe de gente que fué engrosando en términos de constituir una temible manifestación que llegó á las puertas de Palacio.

Llamó el Rey al general Ballesteros, para que, explorado el espíritu de la guarnición propusiese lo que conviniera. Las noticias de Ballesteros fueron tan poco satisfactorias, que el Rey se decidió á firmar un decreto que decía: «Para evitar las dilaciones que pudiera tener lugar por las dudas que al Consejo ocurriesen en la ejecución de mi decreto de ayer para la inmediata convocación de Cortes, y viendo la voluntad general del pueblo, me he decidido á jurar la Constitución promulgada por las Cortes generales y extraordinarias en el año de 1812. Tendréislo entendido, etc. - Palacio, 7 de Marzo de 1820.»

Fueron pocos los que aquella noche conocieron esta novedad. Divulgósela al día siguiente. « Produjo, dice el Marqués de Miraflores, entusiasmo en unos, temores en otros, y, en la mayor parte, la risueña esperanza de ver á su Patria mejorar de suerte.»

El decreto de 7 de Marzo consagraba el triunfo de la revolución. ¡Cuántos trastornos hubieran podido evitarse con sólo darse á conocer rápidamente ese decreto! Los sucesos que siguieron á esa declaración de vencido de Fernando VII no fueron sino natural consecuencia de ella.

Pasó el 8, sin otra novedad que las manifestaciones de alegria del pueblo: se colocó una lápida provisional en la Plaza Mayor, y fué el libro de la Constitución paseado solemnemente entre hachones de viento y hecho besar, rodilla en tierra, á los transeuntes.

En este mismo día dictóse un decreto por el que se resolvía poner inmediata

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