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1.

Conceder á San Martín el titulo de Fundador de la libertad del Perú y el uso de la banda tricolor.

2° El grado de capitán general.

3.

Una pensión vitalicia equivalente á la que los Estados Unidos dieron á Washington.

4.° Que se le erigiese una estatua cuando hubiese recursos, y mientras tanto que se colocase su busto en la Biblioteca nacional.

5. Concederle á perpetuidad los mismos honores que al jefe del Gobierno. 6. El sueldo que había percibido hasta entonces.

Todos estos acuerdos, que tendían á enaltecer su nombre y hacerle pasar á la posteridad entre aureolas de gloria, habían bien pronto de ser olvidados, y había de morir el Gran San Martin, pobre, achacoso y expatriado en una casa de campo de los alrededores de París.

«

Al despedirse San Martín del Perú dió una proclama en términos tan nobles y dignos, que aun los que por mucho tiempo abrigaron la creencia de que trataba de ceñirse la corona de los Andes hubieron de pensar que habían vivido muy equivocados. Peruanos, decía al final de su manifiesto, me marcho porque estoy cansado de oir decir que quiero hacerme soberano; he cumplido mis promesas, os he dado la independencia y vosotros haréis de vuestra libertad el uso que más os convenga. Os dejo establecida la representación nacional; si depositáis en ella una entera confianza, cantad el triunfo; sino, la anarquía os va à devorar.»

Salió de la Magdalena para Ancón, donde embarcó con rumbo á Valparaiso y Santiago, siguiendo luego à Buenos Aires y á Europa. En 1829 volvió á las provincias de Río de la Plata, pero como supiese que una fracción política le había elegido como bandera de rebelión; se embarcó de nuevo para Francia, y en los alrededores de París vivió los últimos años de su gloriosa existencia.

Este fué San Martin: la Historia, al escribir en sus páginas el nombre del caudillo de la independencia americana, no puede ser injusta con aquel que queriendo fundar una patria grande, fuerte é independiente, perdió la suya y murió olvidado de aquellos que tanto le debían. Apenas se hubo marchado San Martin, el Congreso de Lima nombró un Gobierno compuesto del ex general realista, ex defensor del Callao, don José La Mar, como presidente, don Felipe Antonio Alvarado y el Conde de Vista Florida.

El nuevo Gobierno dispuso proseguir con actividad la campaña contra La Serna, y al efecto nombró general en jefe del ejército de operaciones á don Rudesindo Alvarado que, en combinación con Arenales, debía atacar á Canterac. Pero la decantada diligencia de los nuevos gobernantes dejó mucho que desear, pues embarcado Alvarado en el Callao, tardó dos meses en llegar con 3,500 soldados á Arica, y aun aquí pasó bastante tiempo hasta que se decidió salir á operaciones. Mientras tanto, La Serna, enterado de los proyectos de los patriotas y con sobrado tiempo para oponerse á ellos, mandó á Valdés que con dos batallones, el Gerona y el Centro, y cinco escuadrones y una batería marchase á Tacna en

busca de Arévalo, y asimismo ordenó al brigadier Monet, que con otros dos batallones y dos escuadrones bajase de Jauja en dirección al Cuzco, con el fin de coger entre dos fuegos á las tropas de Arévalo. Sin embargo, no fué Monet el que se puso al frente de esta segunda división, sino el propio Canterac, que en su

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afán de gloria quería estar en los sitios de mayor peligro y, faltando á las órdenes del virrey, dejó á Lóriga en Jauja y él se encaminó con las dichas fuerzas hacia el Cuzco.

Al tener noticia Alvarado de la aproximación de Valdés, salió á su encuentro con ánimo de presentarle batalla; pero Valdés, que contaba con muchas menores. fuerzas, se retiró prudentemente à Moquegua y más tarde à Torata, en cuyas alturas se atrincheró. Ardiendo Alvarado en ganas de combatir, atacó las posiciones de Valdés el día 19 de Enero de 1823, y aunque el combate duró más de nueve horas y el triunfo no parecía decidirse, tuvo el general patriota que reti

rarse replegándose sobre Moquegua con pérdida de más de trescientos hombres. Mientras tanto, Canterac, que á marchas forzadas se aproximaba al lugar de la lucha, logró reunirse con Valdés momentos después de terminada la acción de Torata.

Reunidos Canterac y Valdés, que entre los dos sumaban ya 2,500 hombres y nueve escuadrones de caballería, decidieron atacar de nuevo á Alvarado, á quien alcanzaron no lejos de Moquegua. Trabada la lucha, la suerte se decidió también en favor de los realistas. Alvarado á duras penas pudo salvar una exigua parte de sus tropas, que corrieron á embarcarse en Ilo, nó sin antes sufrir el batallón de Chile número 2 y la legión peruana un nuevo quebranto que les ocasionó el brigadier Olañeta, que desde Oruro había salido en dirección á Iquique en persecución de las fugitivas tropas de Alvarado.

Estas victorias valieron á Canterac y Valdés los entorchados de teniente general y mariscal de campo, respectivamente.

Como es de suponer, las noticias de las derrotas de Torata y Moquegua llenaron de consternación á los habitantes de Lima. El elemento popular, irreflexivo y veleidoso, creyó causa de estas derrotas el estar el poder dividido en tres miembros, y pidió, como consecuencia, que se nombrase á un solo individuo como jefe supremo de la nación. El Congreso, ante la presión del pueblo, nombró jefe supremo al Marqués de Torre-Tagle; pero este prócer no contaba sin duda con las simpatías del ejército, pues el ejército se opuso á su nombramiento, por lo cual fué substituído por el entonces coronel don José de la Riva Agüero.

El día 28 de Febrero fué Agüero nombrado primer presidente del Perú. Al poco tiempo fué también ascendido á mariscal de campo. El general Santacruz, que tanto se había distinguido en la campaña de Quito, fué nombrado general en jefe del ejército de operaciones, por haberse ausentado Arenales del Perú y porque con las últimas derrotas había sufrido mucho el prestigio de Alvarado.

Realizadas estas reformas, se propuso Riva Agüero, después de reorganizadas las fuerzas republicanas, llevar la guerra al corazón mismo del territorio ocupado por los realistas, ó sea al Cuzco y Alto Perú. A este fin, formó un cuerpo de ejército de 5,000 hombres que puso á las órdenes del citado Santacruz y de Gamarra, para que embarcándose en el Callao arribasen á Arica ó Iquique y desde allí llevaran la guerra á la cordillera y centro del país.

Por su parte, el virrey La Serna se propuso también, en vista del buen éxito alcanzado por Canterac en Moquegua, organizar una nueva expedición con objeto de sorprender á los republicanos de la costa y arrojarlos de Lima y del Callao, poniendo así glorioso término á la revolución peruana.

Pronto se organizaron las fuerzas de la expedición que debía, en primer término, marchar sobre Lima. El jefe supremo Riva Agüero, á pesar de que en aquel momento había recibido de Bolívar un refuerzo de 3,000 hombres al mando del héroe del Pichincha, don Antonio José de Sucre, no se conceptuó bastante fuerte para resistir á Canterac en la capital y, previa consulta con las demás autorida

des, se acordó la evacuación de Lima, como así se hizo. No tardó en costar caro á Riva Agüero este imprudente paso.

Las tropas republicanas se retiraron al Callao y parte de la caballería marchó á Chancay y á continuación (18 de Junio) entraron los realistas en aquella capital que algunos meses antes habian abandonado sin esperanza de volver å ocuparla. La primera medida de Canterac fué exigir una crecida suma, como contribución de guerra, apoderándose también de las alhajas de varios templos, que se apresuró á enviar á Jauja para que se amonedase.

No faltaron, á consecuencia de la evacuación de Lima, duras críticas contra Riva Agüero, á quien se acusaba de haber perdido la capital y de estar comprado por los españoles. Aunque tarde, quiso demostrar energía y valor; pero cuando, puesto al frente de una columna de voluntarios de Trujillo, se disponía á vender cara su vida, supo que los diputados que habian quedado en el Callao, reunidos en Congreso provisional, habian acordado quitarle el mando militar y dárselo al general Sucre que aceptó desde luego. No eran otras las intenciones de Sucre que ir preparando la entrada de su jefe y amigo Bolivar en el territorio peruano.

Siguió después Canterac al Callao, proponiéndose bloquear y tomar esta población; pero por el momento se contentó con lo primero y con enviar á Valdés hacia Chancay, por ver si lograba apoderarse de la caballería republicana que había huído allí á la aproximación de los realistas.

Se mantenía el Callao firme por la causa republicana, y, comprendiendo Sucre que, dadas las fortificaciones de la plaza, ésta podía resistir bien con escasas fuerzas, decidió organizar una fuerte columna que diera un golpe de muerte á los realistas, atacándoles en la misma residencia del virrey, ó sea en sus cuarteles del Sur en Jauja.

En época anterior habia ya enviado por aquella parte una columna, al mando de Santacruz; pero estas fuerzas, escasas en número, no podían esperar en gran escala, por lo que decidió embarcarse en persona al frente de numerosas fuerzas y así cooperar al éxito de la expedición.

El día 4 de Julio se embarcó en el Callao al frente de unos 3,000 hombres de todas armas, dejando encargado del mando supremo al Marqués de Torre-Tagle mientras durase su ausencia. La Serna, enterado de la salida de esta expedición y temiendo ser envuelto por el mayor número del enemigo, mandó llamar á Canterac, quien se apresuró á evacuar de nuevo á Lima y correr en auxilio del virrey, atravesando el valle de Cañete y subiendo á la sierra por Huancavelica.

Entretanto el general Santacruz, que como hemos dicho había salido al frente de una columna hacia la parte Sur, después de desembarcar en Iquique, formó de sus fuerzas dos divisiones; una, bajo su mando, siguió á Arica, Tacna y Moquegua, pasó el río Desaguadero y el 7 de Agosto entró en la Paz proclamando solemnemente la independencia. El otro cuerpo de tropas, á las órdenes de Gamarra, siguió por el famoso paso de Tacora á Oruro donde también se hizo igual

proclamación. Sucre, como dejamos dicho, salió del Callao, desembarcó en Chala y siguió á Arequipa, de cuya ciudad se apoderó sin resistencia.

Mientras duraba este paseo triunfal de los patriotas por la parte central del Alto Perú, Valdés, á marchas forzadas, se acercaba á la Paz, en la creencia de llegar á tiempo de que esta hermosa ciudad se salvase de caer en poder del enemigo. Pero al llegar á Zepita se encontró con las fuerzas de Santacruz que habían salido de la Paz á cortarle el paso. Trabóse la batalla, que fué encarnizada; pero Valdés, á pesar de sus cinco escuadrones, sus 2,000 infantes y sus cuatro cañones tuvo que retirarse á Puno, dejando libre el campo á los patriotas.

El general Santacruz.

Santacruz, sin embargo, no se creyó bastante fuerte para perseguirlo, à pesar de que se le había unido Gamarra con su división, y decidió retirarse á Oruro á esperar los refuerzos del Gobierno chileno.

Tan luego como Canterac había evacuado á Lima, fué ocupada de nuevo esta capital por los republicanos, instalándose en ella el Gobierno de Torre-Tagle y los diputados del disuelto Congreso.

Entretanto, Riva Agüero seguía también mandando en Trujillo; de modo que eran dos los presidentes del Perú aunque, en realidad, no lo fuera ninguno. Riva Agüero, desconfiando aún en Trujillo de la fidelidad de algunos diputados que en número de siete le habían seguido, los mandó prender y formó una especie de senado aulico con sus más íntimos amigos.

Estos desplantes de autoritarismo y ciertos indicios de componendas que con los españoles tenía, formaron en torno suyo una tan desfavorable atmósfera, que el día 16 de Agosto se reunieron los diputados residentes en Lima, con más los destituídos en Trujillo, y acordaron la proclamación, como único presidente del Perú, á favor de Torre-Tagle, y la destitución de Riva Agüero.

Después de la batalla de Zepita, no quedó Santacruz muy bien parado, á pesar de su triunfo sobre Valdés y de la retirada de éste à Puno; pues él mismo tuvo quo retirarse á Oruro aun con el refuerzo que suponía su unión con Gamarra. De no haberlo hecho así, habría sido seguramente derrotado por el virrey que, con las fuerzas de Canterac, Valdés, Carratalá, Monet y Olañeta, acudía á vengar la derrota de Zepita.

No quiso pues Santacruz aventurar sus tropas en una desigual batalla, y aunque en Sicasica tuvo casi encima al enemigo, consiguió huir sin grandes que

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