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Carlos IV el

da popular é inundar quizás en su avenida la vecina Francia. Refirióle en la misma carta el modo diverso con que se hablaba en Europa de la abdicacion de Aranjuez, protestada casi en el acto por el anciano monarca; y concluyó manifestando la necesidad de renovar aquel primer acto libremente, puesto que no ambicionaba volver á empuñar el cetro. Carlos IV respondió que no vacilaría en abdicar la diadema española, pues aborrecia el mando, pero que se sepultase en un profundo silencio la inhábil renuncia de Aranjuez, arrancada con violencia y por medios indignos de traerse á la memoria.

Sabida en Madrid la respuesta del rey padre, enfureciéronse los consejeros de Fernando autores de la insurreccion que despojó del cetro al anciano Carlos; y no queriendo ver denigrada su obra, pusieron en movimiento todos los resortes de la diplomacia para vengar aquel agravio. Atribuyeron á Godoy la contestacion de Carlos IV; y abrumado el Papa Pio VII, y aun amenazado por la Corte española, é influido por algunas potencias, constituyóse una noche en el cuarto de los reyes padres, é intimóles el destierro del príncipe de la Paz, que partió á Pezzaro despues de una triste y dolorosa escena de separacion. Terminóse por fin la querella estendiendo Carlos IV una renuncia sencilla, en la que sin aludir á los pasados acontecimientos, esplicábase en términos ambiguos que no declaraban si aquella abdicacion era ó no consecuencia de la primera. Su comienzo era este:

Renuncia "Queriendo yo don Carlos Antonio de Borbon, trono en el con- por la Gracia de Dios, rey de España y de las greso de Viena. Indias, acabar los dias que Dios me diere de vida

en tranquilidad, apartado de las fatigas y cuidados indispensables del trono; con toda libertad y espontánea voluntad cedo y renuncio, estando en mi pleno juicio y salud, en vos mi hijo primogé

nito don Fernando, todos mis derechos incontrastables sobre todos los sobredichos reinos, encargándoos con todas veras que mireis siempre porque nuestra santa religion católica, apostólica, romana, sea respetada, y que no sufrais otra alguna en todos vuestros dominios, que mireis á vuestros vasallos como que son vuestros verdaderos hijos, y tambien que mireis con compasion á muchos que en estas turbulencias se han dejado engañar. Y esto lo hago bajo las condiciones siguientes, que jamas deberán ser violadas ni alteradas &c. &c." (*)

Fijemos los ojos por un momento en este congreso de Viena, cuyo objeto era repartirse los despojos de Napoleon entre los vencedores: España habia sido la primera en vencer en los campos de Bailen las huestes del èmperador, y á su constancia y á los arroyos de sangre que habian corrido por su suelo, ya que no á sus victorias, debíase el vencimiento de las abatidas águilas del imperio.

Fernando envió á Viena, para que representase á la nacion española, á don Pedro Gomez Labrador, ministro que fue de Estado en tiempo de las Cortes, quien á pesar de la amistad que le habia unido con Pio VI, antecesor del que entonces ocupaba la silla pontificia, llevó a cabo el destierro del nuncio Gravina. Gozaba Labrador fama de firme y tenaz en sus propósitos, como sobradamente lo mostró en 1812 al príncipe de Lieven, embajador ruso en Inglaterra, provocando un rompimiento entre ambas naciones por cierta precedencia; cuya cualidad despertaba la esperanza de que sostendria con energía los intereses de nuestra patria. Verdad es que el ex-ministro de Estado de las Cortes, el que en 31 de Agosto de 1812 vuelto á España felicitaba á la asamblea nacional "por la sabia Constitucion que dejaba sentado el cimiento de la felicidad venidera del pais," (*) habia

(*Ap. lib. 7. núm. 24.) Congreso de Viena.

(* Ap. lib. 7. núm. 25.)

ahora dado la espalda á las ideas liberales y declarádose acérrimo defensor del despotismo. Pero las opiniones políticas no debian influir en el representante de la corte de España cuando se trataba de la gloria y de la justicia.

Sin embargo, las cuatro grandes potencias, escluyeron á Francia y á España de la distribucion de los despojos, y aun de las discusiones, igualándonos con los vencidos, como consta de los docuinentos secretos de aquel congreso, dados á luz por Mr. Keratry; y ni aun pudimos conseguir el justo reintegro del ducado de Parma, de que nos despojó el emperador francés durante su reinado.

En este congreso pues, en que se debatió la legitimidad de Fernando, y en que Carlos IV presentó su verdadera renuncia, fuimos la burla de las potencias estrañas, gracias á nuestra servidumbre. Habiamos seguido una guerra justa sí, pero inpolítica, que nos habia aniquilado y roto nuestras relaciones naturales con la Francia, nuestra aliada útil, y la única que puede contribuir á nuestro bienestar; y los reyes quisieron poner el sello á los propios desaciertos del gobierno español, alejando aun mas el dia en que unida nuestra patria al gabinete de las Tullerías por sus ideas, instruccion y comercio, entre en el camino llano de la union del Mediodia, y deje de ser el blanco de las intrigas de los déspotas del Norte. Concedieron pues á Inglaterra los príncipes alli representados en uno de los artículos del tratado secreto, "que quedaba destruido el pacto de familia entre España y Francia," obra de Cárlos III. Y nuestro menguado embajador, lėjos de oponerse á una medida tan contraria á la felicidad del reino en el sentido que alli se tomaba, la aplaudió, creyendo que asi no pasarian los Pirineos las doctrinas liberales de la tribuna de París, única desgracia que en su

rabioso frenesí podia avenir á la aherrojada Península. Porque en aquella aciaga reunion predominaba sobre todos los intereses el odio á la libertad de los pueblos; y ante el deseo de asegurar para siempre su servidumbre, callaban hasta los sublimes afectos del amor á la gloria y á la patria. Asi es que la conducta de la Corte española, que habia despertado los recelos del prudente rey de Francia, mereció por el contrario los encomios de las potencias del Norte, porque en su concepto no existian peligros para los tronos despues de formada la célebre Alianza Santa, que fue el pacto odioso de aquel congreso. Sus principios, avasallan- de la Santa Ado largos años la Europa con el apoyo de la fuerza armada, causaron sobre todo la perdicion de España, como veremos en el progreso de la presente historia: los vínculos de la Santa Alianza, relajados primero, rompiéronse estrepitosainente con el golpe que la revolucion francesa de 1830 descargó sobre la causa del despotismo.

El gabinete de Madrid guardó profundo silencio mientras duraron las negociaciones con Carlos IV; pero traslucidas por el vulgo con exagerados colores, dieron pie al rumor referido de que el rey padre regresaba á España. En 10 de Setiembre un consejo militar sentenció á Juan Felix Rodriguez á ser puesto en la argolla á la vergüenza pública, por espacio de cuatro horas, con un letrero que espresase el delito, el cual consistia en haber dicho que Carlos IV y María Luisa iban á ser restituidos al trono.

Habia Villavicencio establecido esta comision militar bajo pretesto de haber descubierto un plan concebido entre varios vecinos de Cádiz para proclamar en 27 de Agosto la Constitucion derrocada. El rey no solo aprobó el nombramiento de tales tribunales de escepcion, sino que en 6 de Se

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Formacion

lianza.

1814.

Primeras comisiones militares.

tiembre mandó plantearlos en todas las capitales de provincia, para que en tres dias sustanciasen y fallasen las causas de infidencia con arreglo á las leyes militares. Pero Villavicencio en medio de sus proscripciones no parecia bastante cruel á la camarilla de palacio, y en 12 de Setiembre fue separado del gobierno de Cádiz. Una palabra insignificante al decir de muchos hirió de muerte su opinion entre los furibundos atletas del despotismo, que exigian de sus adictos hasta el sacrificio de sus pensamientos. Sucedió que divulgada en el pueblo gaditano la noticia del restablecimiento del santo oficio, mandó el vicario general Esperanza, á quien ya conocen los lectores, repicar las campanas; y correspondiendo al anuncio los vecinos, unos por temor y otros por voluntad, iluminaron las casas. Preguntó su esposa á Villavicencio si habia de mandar poner luminarias en la suya, y el general en un momento de imprevision respondió delante de varias personas: "¡tambien eso!" De aqui infirieron los apóstoles de la intolerancia que Villavicencio no era tan fanático como convenia á sus sangrientos fines, é inmoláronle en las aras del furor.

Agregóse entonces el mando de Cádiz á la capitanía general de Sevilla, que desempeñaba todavía el conde de La Bisbal. Su conducta en tiempo de las Cortes habia perjudicado á su fama, y la doblez con que obró á la vuelta del monarca puso el sello al desprecio comun, porque todas las opiniones políticas son dignas de respeto, pero no el que trafica con ellas. Sabiendo el conde la entrada de Fernando en la tierra natal envió al encuentro del rey á un coronel de su confianza con dos felicitaciones á nombre de la division que mandaba en la primera ponia en el cielo la Constitucion de 1812, ordenando al enviado la entregase

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